Nos mataron
porque dijeron que estábamos de más,
porque dijeron que estábamos de más,
como Herodes consideró
que Jesús estaba de sobra.
Nadie nos pudo defender.
Todo fue en el silencio
del vientre de nuestras madres.
Nos despedazaron,
nos ahogaron,
nos envenenaron
con la frialdad de un verdugo.
Por nuestra muerte se pagó dinero,
precio de sangre como el que recibió Judas.
Botaron a la basura los pedazos
de nuestros pequeños cuerpos,
de nuestros pequeños cuerpos,
o los quemaron en un incinerador
para que no quedara rastro de nuestro asesinato.
Ni siquiera tuvimos una sepultura o una lapida.
No llegamos a tener nombre,
ni pudimos recibir el Bautismo.
Sólo somos parte de un número macabro
de varias decenas de millones cada año.
Colaboraron en nuestra muerte
Colaboraron en nuestra muerte
poderosos de este mundo,
algunos que habían jurado respetar la vida,
e incluso nuestros propios padres.
¡Que nuestro grito salve a otros niños!
(Lápida encontrada en la fachada de una iglesia castrense de Chile)
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