Curso de Instructores del Método Billings

Jennifer Ann Carlisle


A la edad de 31 años, falleció Jennifer Ann Carlisle, quien rechazó abortar al bebé del que estaba embarazada, medida sugerida por los doctores que le diagnosticaron cáncer a los ovarios, y para quienes el aborto le habría permitido vivir más tiempo.


A Jennifer le fue diagnosticado un tumor del tamaño de una pelota de fútbol en 2005. Cuando tenía dos meses de embarazo, le informaron que moriría si no abortaba. Jennifer rechazó la propuesta y decidió respetar la vida de su bebé.


Cuando Gabriel nació en enero de 2006, Jennifer inició un tratamiento de quimioterapia, pero su condición empeoró.


Luego de dos años de tratamiento, falleció el pasado 15 de febrero en brazos de su esposo Joshua. “Sigue adelante, Dios te está llamando a casa”, le dijo como despedida. Y ella exhaló el último suspiro con indescriptible paz.

Agata Mroz


En medio de gran conmoción el 4 de junio de este año los polacos dieron al último adiós a Agata Mroz, una joven estrella del voleibol, que murió al postergar un transplante de médula ósea y así permitir el nacimiento de su primera hija.

A los 17 le diagnosticaron leucemia. Pero lejos de abatirse, superó la enfermedad y en poco tiempo ya era considerada la mejor deportista de Polonia. Llegó a ser dos veces campeona de Europa con el equipo nacional de voleibol, y en España integró el equipo profesional CAV Murcia con el que ganó el título de la Superliga.

La enfermedad la obligó a tomar una año sabático, durante el cual se sometió incesantemente a transfusiones de sangre. La deportista movilizó a todo el país en una cadena de solidaridad: miles de personas donaron sangre como gesto de apoyo.

El 9 de junio de 2007 se casó con Jacek Olszewski, pero su débil salud le impidió emprender un viaje de bodas. Pocas semanas después de que se confirmara su embarazo, los médicos encontraron que la enfermedad se había agravado.

Agata tomó entonces una decisión heroica: postergó el transplante de médula aconsejado por los médicos hasta que dio a luz el 4 de abril pasado a su hija Liliana. Más tarde declararía al diario Dziennik que nunca se arrepintió de haber quedado embarazada. "La noticia de que iba a ser madre me hizo sentir afortunada. Me alegré mucho porque sentiría lo que es ser una madre y le daría a mi esposo algo bueno de mí misma”.

Agata se sometió al transplante después del parto, pero sufrió una infección mortal.

Sus funerales se celebraron en la misma iglesia y el mismo día en que se casó hace un año. El Obispo Auxiliar de Kielce, Mons. Marian Florczyk, presidió los funerales y aseguró que Polonia recibió de Agata un testimonio de "amor, maternidad, deseo de dar vida y el amor heroico a un niño no nacido".

María Cecilia Perrin


María Cecilia nace en Punta Alta, (Buenos Aires, Argentina) el 22 de febrero de 1957 y es bautizada en la parroquia de María Auxiliadora cinco días más tarde. Allí también recibirá su Primera Comunión y Confirmación a los 7 años.

La hija de Angelita y Manolo Perrín es la tercera de cinco hermanos: María Inés, Jorge, Eduardo y Teresa. El ámbito familiar en el cual se desenvuelve la vida de la joven Cecilia es de profundas raíces católicas. Familia abierta al Espíritu Santo, fue una de las primeras en Punta Alta en adherir al Movimiento de Focolares.

El 20 de mayo de 1983, luego de dos años de noviazgo, Cecilia contrajo matrimonio con Luis Buide, en la misma parroquia en que recibió sus sacramentos de iniciación cristiana. Y al año siguiente, estando embarazada, se le diagnosticó cáncer. Era irreversible, pero ella, tomando la firme energía de aceptar la voluntad de Dios y apoyándose en el pilar de su Fe y del afecto de familiares y amigos, sentía una gran alegría por la ilusión de la nueva vida que llegaría.

Los médicos le aconsejan realizar un aborto “terapéutico” para poder salvar su vida, a lo que se niega rotundamente por su férrea convicción cristiana, aún sabiendo que sería imposible su supervivencia luego de dar a luz. Pronuncia su Fiat con serenidad. Escribe: “... Hoy le pude decir a Jesús que sí; que creo en su amor más allá de todo y que todo es Amor de Él, que me entrego a Él”.

Luego del nacimiento de su hija Agustina le hicieron una intervención, pero el mal estaba tan avanzado que los médicos no pudieron hacer lo que tenían pensado. Quienes vieron a Cecilia en esos días se asombraron al constatar que, a pesar de que esta operación había resultado un fracaso- y ella lo sabía-, estaba feliz, con mucha paz. Ella misma lo cuenta de este modo en una carta al entonces arzobispo de Bahía Blanca, Monseñor Mayer:

“Días atrás sentía darle todo a Jesús, pero con la voluntad y el pensamiento, no con el sentimiento; no podía de esta forma decirle SI, porque me invadía un gran temor que me lo impedía. El otro día en el quirófano, estando sola antes de que me durmieran pude decirle sintiéndolo: Sí Jesús, te doy todo. Cuando desperté sentía una gran tranquilidad, pese a que lo que me dijeron era bastante desalentador”.

En una carta que escribe a sus alumnos de 5º año resalta cómo descubre, en la experiencia de dolor que vive, el Amor de Dios:

“Ahora que se van quiero darles algo de lo que estoy viviendo. Muchas veces hemos hablado de que Dios es Amor. Ahora les puedo decir que es la experiencia más profunda que vivo.

La situación es difícil, pero no saben lo que es abandonarse a El y decirle: Vos actuá. Esta es tu voluntad, manifestate como Tú lo quieras. El cubre todo, todo. Su amor se hace sentir, pero sentir de veras. Es como que el corazón estalla. Parece una locura porque no se puede entender: sufrir el dolor físico y experimentar que más allá de ese gran dolor te invade una felicidad que no se te va. Yo siento que en el dolor uno se desprende de todo y se queda con lo íntimo de uno mismo y en esta intimidad está Dios y El es Amor. Entonces, si lo descubres y lo aceptas, El te invade, te toma.

Saben que el cáncer es una enfermedad mortal, Yo les puedo asegurar que para mí es algo que me da la vida, que me hizo ver cómo es espléndido vivirla como Dios la va mostrando. Vieron cómo es Jesús, se sirve de caminos tan raros para llegar a uno…”

María Cecilia Perrín de Buide falleció a la edad de 28 años, el 1 de marzo de 1985. Sus restos descansan en la Mariápolis Andrea en O´Higgins, (Buenos Aires), por expreso pedido de ella, para que los que la fueran a visitar encontraran un lugar de alegría y esperanza, no de muerte y desolación.

Por su fama de santidad, su heroicidad en la entrega, su ejemplo de vida cristiana-que provoca admiración aún fuera de la Iglesia Católica- y las muchas gracias escuchadas y concedidas, fue declarada Sierva de Dios en 2005 y se abrió así el proceso de beatificación.

Los esposos Beltrame Quattrocchi



Fuente: Alfa y Omega
Aciprensa

El 21 de octubre de 2001 los católicos asistimos a un hecho sin precedentes: tres hermanos presenciaron la beatificación conjunta de sus padres, el primer matrimonio elevado a la gloria de los altares. Los Beatos son Luigi Beltrame Quattrocchi (1880-1951) y Maria Corsini (1884-1965), una pareja de Roma que supo hacer extraordinaria su ordinaria vida de casados.


Luigi Beltrame Quattrocchi fue un brillante abogado; Maria Corsini era profesora y escritora de temas de educación, comprometida en varias asociaciones, como la Acción Católica Femenina, y apasionada de la música.


El matrimonio tuvo cuatro hijos: Filippo (luego Mons. Tarcisio), Stefania (sor Maria Cecilia, religiosa benedictina), fallecida en 1993; Cesare ( Padre Paulino, monje trapense, y Enrichetta, la menor, la única de los hermanos que eligió el camino del matrimonio.

Era una familia de clase media acomodada, que supo abrirse a las necesidades de todos. Durante la segunda guerra mundial, por ejemplo, su piso en Roma se convirtió en centro de acogida y de alojamiento para refugiados.


Sus hijos recuerdan que la vida de sus padres fue sencilla, como la de muchos matrimonios, pero marcada siempre por el sentido sobrenatural. El aspecto que caracterizaba nuestra vida familiar -recordaba el hijo mayor, el padre Tarcisio - era el clima de normalidad que nuestros padres habían suscitado en la búsqueda habitual de valores trascendentes.


Enrichetta, la hija menor, destaca el cariño que se vivía en su casa: Es obvio pensar que, en ocasiones, experimentaban divergencias de opinión, pero nosotros, sus hijos, nunca pudimos constatarlas. Los problemas los resolvían entre ellos, con diálogo, de modo que una vez concordada la solución, el clima siguiera siendo sereno.

La misma Enrichetta es la protagonista involuntaria de uno de los episodios más emocionantes de la vida de Luigi y Maria. El embarazo que llevó a su nacimiento se caracterizó por síntomas tan preocupantes que un famoso ginecólogo de Roma aconsejó sin tapujos el aborto para salvar la vida de la madre. Luigi y Maria, sin pensarlo dos veces, rechazaron la propuesta. En aquella época las posibilidades de supervivencia con una patología de placenta previa total , es decir, el problema que tenía mi madre, estaban en torno al 5 por ciento, explicó Enrichetta.

Sor Maria Cecilia, antes de morir, evocó en su diario aquellos momentos en los que tenía algo más de cinco años, con estas palabras: Recuerdo una mañana en la que, en la iglesia romana del Nombre de María, papá con nosotros tres (Cecilia, Tarcisio y Paolino) estaba fuera del confesionario. Se quedó a hablar durante mucho tiempo con el sacerdote. Quizá le explicó cuáles eran las condiciones de nuestra madre. En ese momento, se echó una mano en la frente... lloraba. Nosotros estábamos callados, tristes, asustados. Rezábamos como niños....


La Congregación para la Causa de los Santos trató este caso como algo especial. El Prefecto, Cardenal José Saraiva Martins, señaló que era imposible beatificarlos por separado debido a que no se podía separar su experiencia de santidad. Por eso, la fiesta de los beatos no será la de su muerte, sino la del día de su casamiento: el 25 de noviembre. Su extraordinario testimonio no podía permanecer escondido, enfatizó el Purpurado. Hicieron de su familia una auténtica Iglesia doméstica, abierta a la vida, a la oración, al testimonio del Evangelio, al apostolado social, a la solidaridad hacia los pobres, a la amistad.

Los Beltrame Quattrocchi es la primera pareja en ser beatificada, pero no la única, En efecto, existe otra pareja de esposos que podrían ser elevados a los altares: Louis y Zelie Martin, los padres de Santa Teresa de Lisieux.

Estas beatificaciones, sin duda alguna ayudarán a relanzar nuevamente los valores propios de una vida cristiana, tan pisoteados por una sociedad hedonista y una cultura de muerte, así como también impulsarán el sentido cristiano del matrimonio como camino de santidad.

Cultura de la Vida


La Legislación sobre la Vida en el Documento de Aparecida

Fuente: FUNDAR

Entre las diversas realidades pastorales abordadas por los Obispos Latinoamericanos en su V Conferencia General celebrada en Aparecida en mayo de este año, se encuentra el tema de la cultura de la vida.

El Documento Conclusivo de este encuentro resulta un valioso instrumento para la acción evangelizadora de la Iglesia, en tanto propone “numerosas y oportunas indicaciones pastorales”, como ha dicho Benedicto XVI al dar su aprobación al texto. Por su complejidad y la vastedad de materias tratadas, nos concentraremos en esta gacetilla en analizar qué consideraciones se formulan sobre las leyes vinculadas con la vida humana en América Latina.

Podemos resumir las líneas pastorales de Aparecida sobre la legislación relativa a la vida en los siguientes puntos:

1) Una firme denuncia de los crímenes contra la vida y la familia, señalando que el derecho a la vida es fundamento de la misma convivencia social y de los derechos humanos.

2) Una línea de acción testimonial, centralmente por medio de la “objeción de conciencia” y la “coherencia eucarística”, con un fuerte llamado a la responsabilidad de legisladores y gobernantes.

3) Una línea de trabajo a través del compromiso laical, por medio de la participación en organismos nacionales e internacionales y de la promoción de leyes favorables a la vida, el matrimonio y la familia.


Veamos un desarrollo más extenso de estas líneas:

a) Las leyes injustas y sus causas: en el capítulo 2, dedicado a “La mirada de los discípulos misioneros sobre la realidad”, al hablar de la dimensión socio-política se denuncia que “algunos parlamentos o congresos legislativos aprueban leyes injustas por encima de los derechos humanos y de la voluntad popular” (n. 79). Si bien no hay una mención explícita, parece entendido que entre estas leyes “injustas” se encuentran las que vulneran el derecho a la vida y legalizan el aborto o promueven la salud reproductiva. Es interesante ver que entre las razones que motivan estas leyes se señala que esto ocurre porque dichos congresos no están “cerca de sus representados” ni saben “escuchar y dialogar con los ciudadanos”, pero también “por ignorancia, por falta de acompañamiento, y porque muchos ciudadanos abdican de su deber de participar en la vida pública” (n. 79).

b) La ideología de género y los atentados contra la vida: en este análisis de la realidad también se denuncia que “entre los presupuestos que debilitan y menoscaban la vida familiar” se encuentra “la ideología de género, según la cual cada uno puede escoger su orientación sexual, sin tomar en cuenta las diferencias dadas por la naturaleza humana” (n. 40). Entre las consecuencias de esta ideología se señala que “esto ha provocado modificaciones legales que hieren gravemente la dignidad del matrimonio, el respeto al derecho a la vida y la identidad de la familia” (n. 40).

c) Derechos individuales exacerbados: otra nota de importancia en esta mirada sobre la realidad, es la denuncia de un cambio cultural que “deja de lado la preocupación por el bien común para dar paso a la realización inmediata de los deseos de los individuos, a la creación de nuevos y, muchas veces, arbitrarios derechos individuales, a los problemas de la sexualidad, la familia, las enfermedades y la muerte” (n. 44). En el mismo sentido, se denuncia que hay una “tendencia hacia la afirmación exasperada de derechos individuales y subjetivos”, en una búsqueda “pragmática e inmediatista” (n. 47).

d) Responsabilidad de los legisladores en la protección de la vida: en el capítulo 9 que se titula “Familia, personas y vida”, ubicado en la tercera parte dedicada a “La vida de Jesucristo para nuestros pueblos”, se señala la esperanza de que “legisladores, gobernante y profesionales de la salud, conscientes de la dignidad de la vida humana y del arraigo de la familia en nuestros pueblos, la defiendan y protejan de los crímenes abominables del aborto y de la eutanasia” (n. 436).

e) Objeción de conciencia: constatando la realidad de las “leyes y disposiciones gubernamentales que son injustas a la luz de la fe y la razón”, los Obispos señalan que “se debe favorecer la objeción de conciencia” (n. 436). En el mismo sentido, al hablar de las acciones promovidas para edificar una cultura de la vida se señala la de “asegurar que la objeción de conciencia se integre en las legislaciones y velar para que sea respetada por las administraciones públicas” (n. 469 i). Esta necesidad de “asegurar” la objeción de conciencia surge de que “en algunos Estados” ha aumentado “el desprecio a la objeción de conciencia” (n. 80).

f) Coherencia eucarística: en continuidad con esta línea testimonial, recogiendo la reciente exhortación “Sacramentum Caritatis”, se señala que “debemos atenernos a la ‘coherencia eucarística’, es decir, ser conscientes de que no pueden recibir la sagrada comunión y al mismo tiempo actuar con hechos o palabras contra los mandamientos, en particular cuando se propician el aborto, la eutanasia y otros delitos contra la vida y la familia” (n. 436). Se trata de una responsabilidad que “pesa de manera particular sobre los legisladores, gobernantes y los profesionales de la salud” (n. 436).

g) Promover políticas y leyes favorables a la vida y la familia: entre las acciones que se promueve en el marco de la pastoral familiar, se incluye la de “promover, en diálogo con los gobiernos y la sociedad, políticas y leyes a favor de la vida, del matrimonio y la familia” (n. 437 d).

h) Nuevos retos de la cultura de la vida: en el mismo capítulo 9, al considerar el tema de la “cultura de la vida”, se señala que existen hoy “retos nuevos que nos piden ser voz de los que no tienen voz” (n. 467). Entre los que no tienen voz y son “un reclamo de vida digna que grita al cielo y que no puede dejar de estremecer” se resalta al “niño que está creciendo en el seno materno” y a “las personas que se encuentran en el ocaso de sus vidas” (n. 467).

i) Crímenes abominables: frente a este reclamo de los que no tienen voz, se denuncia con particular firmeza que “la liberalización y banalización de las prácticas abortivas son crímenes abominables, al igual que la eutanasia, la manipulación genética y embrionaria, ensayos médicos contrarios a la ética, pena capital , y tantas otras maneras de atentar contra la dignidad y la vida del ser humano” (n. 467).


j) La vida, fundamento de los derechos humanos: en consonancia con las enseñanzas de Juan Pablo II en su Encíclica “Evangelium Vitae”, los Obispos denuncian la centralidad de la defensa de la vida en la convivencia humana, pues “si queremos sostener un fundamento sólido e inviolable para los derechos humanos, es indispensable reconocer que la vida humana debe ser defendida siempre, desde el momento mismo de la fecundación. De otra manera, las circunstancias y conveniencias de los poderosos siempre encontrarán excusas para maltratar a las personas” (n. 467). Tal dimensión social del derecho a la vida es reconocida con alegría en la primera parte, cuando se “bendice” a Dios Padre “porque todo hombre abierto sinceramente a la verdad y al bien, aún entre dificultades e incertidumbres, puede llegar a descubrir en la ley natural escrita en su corazón (cf. Rm. 2, 14-15), el valor sagrado de la vida humana, desde su inicio hasta su término natural, y afirmar el derecho de cada ser humano a ver respetado totalmente este bien primario suyo. En el reconocimiento de este derecho, se fundamenta la convivencia humana y la misma comunidad política” (n. 108).



k) Participación laical: entre las acciones impulsadas para edificar la cultura de la vida se señala la de “promover la formación y acción de laicos competentes, animarlos a organizarse para defender la vida y la familia, y alentarlos a participar en organismos nacionales e internacionales” (n. 469 h)

Junto con este análisis centrado en el tema legislativo, no puede dejar de señalarse cómo el tema de la Vida está presente a lo largo de todo el documento, comenzando por el mismo título que congregó a la Conferencia General: “Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida”. De esta manera, lejos de una aproximación “activista” al tema de la cultura de la vida o de un enfoque puramente estratégico o centrado en algunas acciones aisladas, nos animamos a decir que en Aparecida la cuestión de las leyes sobre la vida se comprende a la luz de la gran misión del cristiano, que es ser discípulo de Jesucristo, para compartir su misma vida trinitaria, y llevarla como misionero a los pueblos para que en Él tengan vida.

Eros y Agape


La vocación de la persona sexuada al amor


Intervención de Mons. José María Yanguas

en el Simposium Varón- Mujer

Pamplona, Marzo de 2007


Si he entendido bien, al abordar el tema que se ha reservado a mi intervención deberá tocar de un modo u otro argumentos como los que siguen. Habrá que ilustrar el hecho de que la persona humana en cuanto tal está llamada al amor. Deberá quedar también debidamente subrayado que si la persona humana está llamada al amor, lo está en su concreta y peculiar condición de hombre o mujer. En último lugar, el tema asignado parece demandar el examen de las variantes que intervienen en la presentación del amor como vocación de toda persona, según se trate del amor en su modalidad de eros o de agape, es decir, del amor humano o del amor que Dios “de manera misteriosa y gratuita ofrece al hombre” 1.

1) Palabra (imagen) y realidad

“Dios es amor”, así define a Dios el apóstol San Juan. Es bien sabido que sólo pueden ser “perfectamente” definidas las realidades de menor monta desde un punto de vista ontológico. Sólo ellas tienen confines perfectamente delimitados, sólo ellas caben en la angostura de la “palabra” de la definición, entre las estrechas paredes de una fórmula. Para definir las realidades más simples puede bastar ésta, pero a medida que subimos peldaños en la escala del ser, de su nobleza y perfección, se revela con progresiva claridad la insolvencia de las definiciones para dar razón adecuada de lo que las cosas son. La densidad ontológica de la realidad escapa a las constricciones de la palabra.

De ahí que las realidades más altas ontológicamente, aquellas que poseen la naturaleza más rica y positiva, de manera particular los “misterios” propiamente dichos, humanos o divinos, se puedan decir de muchas maneras mediante la palabra, la música, la luz y los colores, el bronce o el mármol. Por eso Dios es indefinible. El universo no puede contenerlo. Solamente su Palabra logra decir lo que Dios es, y lo hace porque ella misma es Dios. Si se me permite hablar así, diría, que en el caso de Dios, realidad y Palabra o definición presentan las mismas “dimensiones”.

Todo lo que no sea la Palabra, el Logos de Dios, aun cuando se trate de los mismos artículos de la fe, como sostiene San Juan de la Cruz, reflejan las verdades divinas sólo de manera encubierta e imperfectamente. De dichos artículos dirá bellamente el santo que son “semblantes plateados” de Dios, porque en ellos el oro puro de la verdad se nos presenta como cubierto de una capa de plata 2. Cuanto más elevada es la realidad de que se habla, más elevado deberá ser el lenguaje en que se expresa, sin que llegue a desaparecer nunca, sin embargo, la distancia entre realidad y expresión.

El mismo San Juan de la Cruz renuncia a declarar el entero contenido de su creación poética y sólo quiere “dar una luz general”, dejándola “en toda su anchura, para que uno de ellos se aproveche según su modo y caudal de espíritu”. Es decir, que la explicación que da de sus versos no agota el contenido de los mismos.

Como dirá E. Stein al estudiar la obra del santo y refiriéndose a él: “En todo caso, su afirmación de que con su propia interpretación no pretendía poner topes al soplo del espíritu en el alma abreviando a un sentido los dichos de amor, puede tomarse como un requerimiento o invitación a atenerse ante todo al poema” 3. Es bueno tener esto en cuenta cuando se quiere tratar del amor humano y divino.

Pues bien, en su Encíclica Deus caritas est afirma el Papa actual que con esa expresión de la 1ª carta de San Juan se expresa “con claridad meridiana” lo que constituye el núcleo central, “el corazón”, dice, de la fe cristiana. El contenido más central de la fe tiene que ver directamente con Dios, con lo que Dios es en sí mismo. La Revelación divina se centra en Dios. En realidad, ¿cuál otro podría ser su contenido? Dios se autorevela al hombre y se le muestra como “amor”. Esa es su verdad. Una verdad que se manifiesta de la manera más nítida, más plena y última en Cristo Jesús. Benedicto XVI se mueve en el horizonte magisterial del Concilio Vaticano II. La eterna imago Dei que es el Verbo de Dios reverbera en el rostro humano de Jesús, revelación mysterii Patris eiusque amoris. Como dice el Concilio en un texto bien conocido, Cristo manifiesta “plenamente” el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación 4.

Por su parte, Benedicto XVI subraya que la definición de Dios como amor es la más genuina “imagen cristiana de Dios” y, “también la consiguiente imagen cristiana del hombre y de su camino” 5. Afirmar que Dios es amor no sólo es el contenido central de la fe cristiana en Dios; ahí se pone a la vez al descubierto lo que la fe cristiana nos dice del hombre, hecho a su imagen y semejanza. Pero hay más, el amor no sólo da cuenta, ¡y la mejor cuenta!, de lo que el hombres es; no sólo lo define del modo más acabado y exacto posible, sino que aparece, además, como su camino o vocación. El amor está al origen de la existencia de los hombres, llena su recorrido existencial más auténtico y precisa su destinación final.

Haríamos mal en pensar que se trata aquí de afirmaciones bellas pero ineficaces, esto es, sin repercusiones inmediatas a la hora de configurar existencialmente la vida. Se trataría de un error de fatales consecuencias. Así queda sugerido en la encíclica de Benedicto XVI cuando éste precisa que creer en el amor de Dios, es decir creer que Dios es amor y que su acción es de naturaleza esencialmente amorosa, constituye la opción fundamental del cristiano, ejercicio radical y primero de libertad, llamado por su misma naturaleza a englobar, a “atraer” a sí cualquier otro acto de libertad, por su misma naturaleza secundario o segundo. Ese acto imprime a la vez, orientación y fuerza a la existencia. La fe en el amor de Dios representa el inicio de una vida genuinamente cristiana: entonces “se comienza a ser cristiano”. Y aunque no podamos detenernos en ulteriores reflexiones, será bueno tener presente que si el más auténtico y inicio de la vida cristiana se sitúa en la fe en el amor de Dios, su continuidad, desarrollo y progreso se alimentan de la misma raíz.

2) ¿Eros y agape o agape contra eros?

Tratemos de identificar de manera breve pero precisa la naturaleza de cada una de ambas realidades y la relación que existe entre ellas. En la encíclica aludida, el Papa pone ante todo de relieve que lo que se denomina agape representa una novedad aportada por el cristianismo. Si añadimos a esta afirmación lo que hemos dicho hasta ahora, es decir, el carácter absolutamente central del amor en la imagen cristiana de Dios y del hombre y su pertenencia, por tanto, al núcleo mismo de la fe cristiana, entonces se hace más necesario precisar bien el significado del concepto amor-agape. Equivocar el significado o contenido del amor, lleva a ponerse inmediatamente fuera del ámbito de la fe cristiana, de lo más peculiar y característico de la misma.

La oportunidad de precisar las cosas aumenta si se tiene en cuenta que, por más extraño que resulte considerando cuanto llevamos dicho, es frecuente la convicción de que el ágape batalla contra el eros, intenta demonizarlo, siendo así que es tenido por la vía más certera para la felicidad y para ponernos en comunión con Dios.

Buena parte de la cultura antigua “consideraba el eros como un arrebato, una locura divina 6, algo pues que está al margen, más, que prevalece o está por encima de la razón y que podríamos calificar de a-racional; algo que en virtud de su dimensión o carácter divino es capaz de extra-limitar al hombre, de elevarlo por encima de su angostura natural, de sus límites y condiciones; algo divino que es fuerza o potencia que permite al hombre experimentar una enorme dicha. El eros en cuanto potencia divina y en cuento suministrador de una felicidad divina aparecía a los antiguos griego como “comunión con la divinidad” 7. La prostitución sagrada estaría al servicio del amor así entendido, encendiéndolo o provocándolo.

Para el cristianismo, y no sólo para él, ese modo de entender el eros supone divinizarlo de algún modo, y choca frontalmente, por ello, contra su fe en el único Dios. Por otra parte, las prácticas que de tal visión se derivan son consideradas perversiones, formas gravemente desviadas de religiosidad.

De ahí que la fe cristiana combata esta forma errónea de concebir el eros, un eros falsificado, desviado; no ciertamente porque la tenga tomada con el eros en sí mismo, sino porque sabe del peligro que encierra confundirlo con sus sucedáneos y con la capacidad deshumanizadora, destructora de la dignidad humana de los mismos. “El eros ebrio e indisciplinado, dice el Papa, no es elevación, ‘éxtasis’, hacia lo divino, sino caída, degradación el hombre” 8. Junto a este eros existe otro, disciplinado y purificado y es sólo éste el que puede hacernos pregustar en cierta manera “lo más alto de la existencia, esa felicidad a la que tiende todo nuestro ser” 9. Volveremos todavía sobre este tema.

No cabe duda de que lo que distingue a los hombres y a las mujeres de las demás criaturas materiales es la capacidad de salir de nosotros mismos, de trascender lo efímero e inmediato, para conocer y amar a Dios, y para darnos a los demás. Como escribe Juan Pablo II: «Dios es amor (cfr. Jn 4, 8) y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor. Creándola a su imagen y conservándola continuamente en el ser, Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación y consiguientemente la capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión (cfr. Gaudium et spes, n. 12)»”10.

No hay contraposición entre eros y agape. Hay, debe haber integración del uno en el otro, para que el eros sea verdaderamente humano. “Entre el amor y lo divino existe una cierta relación: el amor promete infinidad, eternidad, una realidad más grande y completamente distinta de nuestra existencia cotidiana” 11.

Pero hay un eros herido que no puede dar lo que promete. Hay un eros que es instinto, instinto de una naturaleza caída, debilitada, incapaz de dar lo que en otra situación podría dar. Reconocerlo es un servicio al hombre, porque al hacerlo se está admitiendo que puede superarse a sí mismo para alcanzar “su verdadera grandeza”. El camino para sanearlo es el de la purificación y maduración, que incluye la renuncia 12. Sólo siguiendo ese camino el eros llega a ser “totalmente el mismo y se convierte en amor en el pleno sentido de la palabra” 13.

¿Cómo y cuándo se logra? Cuando el eros encuentra su justo lugar en esa compleja realidad que es el hombre, compleja y, a la vez, profundamente unitaria. El hombre es cuerpo y alma, carne y espíritu; cuerpo modulado radicalmente por el alma que lo informa, sin dejar de ser por ello cuerpo, realidad material; espíritu que informa la carne y que por ello no es sólo espíritu. En la imagen cristiana del hombre no hay lugar ni para un espiritualismo desencarnado, ni para un materialismo “desalmado”. El cuerpo del hombre es un cuerpo sellado por su condición espiritual, lo mismo que su espíritu tiene la condición de ser animador del cuerpo. El hombre es una realidad profundamente unitaria, hasta el punto de que sus actos lo tienen como sujeto, de manera que quien actúa es propiamente el hombre mismo y no sus facultades: es él quien actúa mediante ellas, quien se sirve de ellas. Sólo si no se descoyunta la persona, sólo si se la considera como la unidad cuerpo-alma, puede el eros madurar hasta su verdadera grandeza 14. Justamente en la unidad de cuerpo y alma, en su compenetración recíproca, adquieren ambos “una nueva nobleza” 15.

Por eso puede decir con razón el Papa que el amor humano no es sólo sexo, no pertenece sólo a la dimensión corporal, material de su ser, no es algo separado, independiente del espíritu, ajeno al ámbito de su libertad y por lo tanto a la realización del hombre como tal, a su ser y no sólo a su tener o poseer. La sexualidad humana es tal cuando queda integrada justamente en una visión del hombre como unidad de cuerpo y alma. Entonces queda dignificada y elevada a un nivel verdaderamente humano. Al tratarse de sexualidad humana se beneficia del contacto con el espíritu que la penetra y la eleva: podrá así ser expresión, manifestación del amor, y además realización e incentivo del mismo. El eros en el hombre es por su naturaleza misma amor, y cuando no es así se degrada y pervierte. El eros sin amor, no es eros humano, sino simple biología, eros degradado, animal. No goza ya ni de la grandeza, ni de la belleza, ni de la plenitud de lo auténticamente humano, y, desde luego, no realiza la persona en cuanto tal, no es ámbito de crecimiento moral, de libertad.

Para ser verdaderamente humano, para alcanzar el nivel del amor, el eros debe observar una regla de conducta y mantenerse dentro de sus límites. Debe seguir, dice el Papa, “un camino de ascesis, renuncia, purificación y recuperación” 16, de otro modo no nos saca de nosotros mismos, no nos lleva hasta Dios. Vemos pues que la realidad que denominamos “amor” tiene varias dimensiones distintas realmente, aunque no separables, pues, de hacerlo, destruimos la única realidad que denominamos “amor” y se da lugar a una “caricatura” o “a una forma mermada del amor”.

Se trata de afirmaciones del Papa de hondo calado para una vida humana tal como Dios la quiere, una vida humana realizada en el amor. Un amor que se quiere sobrenatural y no hunde sus raíces en el amor como dimensión natural está llamado a no ser más que un fenómeno caricaturesco o deformado del amor verdadero. ¿No es eso lo que parece con contornos nítidos en numerosas figuras de la literatura o del cine? Pretendidos modos de vivir la caridad cristiana que niegan o desprecian las modalidades humanas del amor. De otro lado, el amor humano que no se abre a nuevos desarrollos, que no acepta su purificación, corre el peligro de reducirse a buenismo, sentimentalismo meloso o voluntarismo filantrópico que desconoce sus auténticas raíces y motivos y que termina revelándose como una nueva deformación del amor: le faltan ímpetus de generosidad, se cierra en sí mismo o se somete a la ideología. Hay una dimensión originaria del amor que puede y debe en efecto abrirse a nuevas dimensiones mediante una purificación 17.

El eros es el movimiento o tendencia de todas las cosas hacia su creador. Dios es bien para cada una de las criaturas, “objeto de su deseo y amor” 18. Ese deseo nace como fruto de su finitud, de su necesidad, de su falta de perfección. Todas las cosas “aman” pues en cierto sentido a Dios. Su “amor”, su “movimiento” es excéntrico, va más allá de las mismas cosas, sí, pero sólo en un primer momento; enseguida regresa sobre sus pasos y muestra su rostro auténtico que no es el del amor sino el de la necesidad y finitud. El “movimiento” termina siempre en el punto de partida, llega un momento en que se curva y torna a la cosa misma. De ahí que el amor en su primera dimensión no podría darse en el ser que no necesita nada: éste no podría amar ya que no puede desear nada: lo tiene todo 19.

Pero la Revelación cristiana nos enseña que Dios, creador del universo, no sólo atrae a sí todo lo creado, no sólo da lugar al movimiento de las criaturas hacia El, no sólo es amado, sino que, a su vez, ese Dios ama a sus criaturas. Esto es lo verdaderamente sorprendente y nuevo de la revelación cristiana. El amor no es sólo deseo, eros. Existen otras dimensiones del amor. Hay otras dimensiones en el amor que hacen que podamos hablar del amor como agape.

Pero esto no es lo más sorprendente, según el actual Pontífice. Lo que llama la atención es que el amor de Dios a sus criaturas, al hombre, a Israel, es a la vez eros y a la vez, agape. De ahí parece deducirse con claridad que el eros no es identificable sin más con el deseo que brota de la necesidad, con la imperfección y finitud. Si así fuera no se podría hablar de eros en Dios.

En realidad el pensamiento del Papa se manifiesta con nitidez y ahonda sus raíces en la enseñanza de los profetas. Las imágenes usadas por Oseas y Ezequiel describen el amor de Dios por su pueblo – y de la infidelidad de éste para con Aquél - con “imágenes eróticas audaces” 20. Es decir, con las imágenes usadas por los hombres para hablar del amor humano entre un hombre y una mujer. No disponemos de otras más adecuadas para hablar del amor sobrenatural.

Esas imágenes dan razón de una de las dimensiones del amor en plenitud. Cuando San Pablo habla a los Efesios del matrimonio cristiano, del sacramento del matrimonio por tanto, propone el amor de Cristo a su Iglesia como modelo del amor que debe nutrir el marido por su mujer; a su vez el amor matrimonial es imagen del amor de Cristo a su Iglesia 21. El amor de Cristo por su Iglesia como modelo del amor humano entre los esposos es lo que permite la purificación y elevación de este último a una dimensión superior. Porque el esposo ama a la esposa como a su cuerpo. Pero, como el mismo Apóstol afirma, al amar a su mujer como a su cuerpo, en realidad “se ama a sí mismo”. Nada malo parece haber en ello, según San Pablo.

Pero ese amor es invitado a ganar en calidad, a mejorar su condición, a superarse llegando a ser amor-entrega, amor hasta la muerte propia para que la esposa viva, para que pueda brillar en toda su hermosura y valor. Nada pone tan de relieve el valor, la preciosidad de una persona como el gesto de donar la propia vida por ella, de sacrificar la propia existencia en su favor. Ese es el modelo que Cristo, en su amor a la Iglesia, ofrece al amor humano para purificarlo y elevarlo. En la entrega de Cristo sobre la Cruz para la salvación del género humano se revela “el amor en su forma más radical” y, como dice el Papa, “a partir de ahí se debe definir ahora qué es el amor” 22.

Por eso, los poemas más bellos que cantan el amor humano más noble y alto, más encendido y apasionado, sirven para expresar e ilustrar a la vez el amor de Dios a los hombres. Podríamos decir, sin querer apurar el paralelismo y con las reservas necesarias, que el eros es al ágape lo que la razón a la fe, lo que el conocimiento racional al conocimiento de fe. Lo erótico no tiene que ver, prima facie, con las desviaciones del amor humano, sino con éste mismo en su realidad más genuina; no dice relación al amor animal, al amor privado de razón, al amor, podríamos decir, carnal. Eros tiene que ver con el amor humano como tal y, por lo mismo, con el amor de un hombre que ha heredado una pesada herencia que lo condiciona y le hace suspirar por una liberación incluso en sus fuerzas más naturales y por tanto más humanas, como la que mueve a las personas de distinto sexo a buscar su unión.

De ahí que podamos hablar, como hace el Papa en su Encíclica, del amor de Dios como eros, aunque el amor de Dios tiene su propio nombre que es el de agape. El amor humano (eros) es imagen y semejanza del amor divino (agape). Pero como la voluntad y la sensibilidad humana han quedado heridas por el pecado original, el amor humano o eros se presenta, aún después de ser sanado por la acción salvífica de Cristo, como algo que lleva las señales del pecado. Al oír hablar de “eros” se piensa enseguida en el instinto o apetito libidinoso, egoísta, que usa posesivamente –abusa- de los demás, poniéndolos al servicio de la propia satisfacción. De ahí que hablar de eros en Dios pueda parecer impropio y aun ofensivo para los sentimientos del creyente.

Si el término eros, en cambio, es un término tradicional para indicar el amor de Dios (como hace presente Cabasilas, lo usan entre otros Orígenes, S. Gregorio Niseno, el Pseudo-Dionisio y San Máximo Confesor 23), es, en mi opinión, porque con dicho término nos referimos al amor humano, al “eros” que es participación humana genuina, del ágape divino, forma arquetípica, original y perfectísima del amor. Tanto la Sagrada Escritura como la literatura mística utilizan las expresiones del amor humano purificadas de toda posible imperfección para aplicarlas a Dios 24.

En la imagen bíblica del hombre encontramos elementos de enorme valor, más aún, imprescindibles para nuestro tema. El libro del Génesis, como enseñaba Juan Pablo II, nos presente al hombre en su “soledad”. Soledad no es aquí término con significado sociológico. No es el hecho mostrenco, físico, de encontrarse sin compañía. La soledad del hombre está indicando su imperfección, su finitud y limitación. El hombre, fruto del amor creador del Dios Uno y Trino, tiene por esencia una dimensión social. El hombre es necesariamente ser-con. Privado de ese “con”, se encuentra en “soledad”. Necesita de otros para ser-bien, es decir para ser lo que es. Algo así como un reloj que no va bien, que no mide el movimiento, que “actúa” caprichosamente, que se mueve como le viene en gana: no se trata de un verdadero reloj, lo parece, pero no lo es en realidad. En la narración bíblica aparece la idea de que “sólo en la comunión con el otro sexo puede considerarse completo”.

De ahí que se pueda decir que el eros, el deseo, la tendencia del hombre a la unión con el otro sexo hasta hacerse una sola carne, la tendencia al matrimonio, por tanto, esté enraizada en la naturaleza del hombre 25. De ahí también, por otro lado, el carácter único y definitivo de éste. Pero dejando de lado este último aspecto que abre nuevas y ricas perspectivas sobre la indisolubilidad del matrimonio, éste aparece en el Génesis como realización del destino del hombre.

3) La necesaria purificación del eros

Es bien conocida la magnífica aportación que el Siervo de Dios Juan Pablo II he hecho al conocimiento del hombre. Considero personalmente la antropología que resulta de sus célebres catequesis sobre el amor humano en los primeros años de su pontificado una de las más relevantes contribuciones hechas a la ética y a la moral en todo el siglo pasado. Causa por ello profunda sorpresa leer artículos o declaraciones en las que se afirman con, en mi opinión, tanto desenfado como ignorancia, que Karol Wojtyla no fue en realidad un teólogo de fuste. Para refutar tales aseveraciones bastaría leer las citadas catequesis.

La visión del hombre, positiva, esperanzada, moderna por su vieja novedad, que Juan Pablo II acierta a leer en el libro del Génesis ilumina el misterio del ser y de la existencia humana. Cuando se contempla al hombre desde lo alto, desde el mundo de las personas-espíritu aparece como “persona corporal”, y cuando, en cambio, se le ve desde abajo, desde el mundo de los sólo-cuerpos, se manifiesta como “cuerpo personal” 26. En esa realidad compleja que es el hombre, el espíritu hace que el cuerpo no sea reducible a mera cosa, sustancia corporal, materia más o menos perfectamente organizada, algo en definitiva que “se tiene” o “posee” y de lo que se puede disponer a capricho, arbitrariamente. “El cuerpo es la expresión de ‘yo’ y fundamento de su identidad” 27, afirma Juan Pablo II. Difícilmente se puede subrayar con más fuerza la dignidad del cuerpo humano. ¡El cuerpo pone en juego a la persona misma!

Se pone así de relieve la falsedad del grito, despechado a veces y siempre revelador de inmadurez y enaltecedor de una deriva libertaria en el modo de entender la libertad, según el cual ¡Mi cuerpo no es sin más “algo” mío, del que puedo disponer a mi antojo! No es de recibo la pretensión de poder hacer de mi capa un sayo con el propio cuerpo. El cuerpo y la persona humana entera se revelan como don, como regalo, como realidad inexplicable desde uno mismo. Por otra parte, cada uno se sabe íntimamente responsable del propio cuerpo lo mismo que del entero ser personal. Y no son razonables, por tanto, huidas hacia delante, en un ejercicio ciego y loco de voluntarismo.

El cuerpo hace, sí, que el hombre pertenezca al mundo visible y no al de los puros espíritus. Pero el cuerpo humano es también signo, pues conduce como de la mano a una realidad escondida, más profunda. El cuerpo, que es verdaderamente humano gracias al espíritu, lleva a un conocimiento más acabado de éste, puesto que en él se desvela y se da a conocer. No se “encuentra” a sí mismo siendo uno más entre los demás animales. Sabe que no pertenece sin más a una de sus variadísimas especies. No puede ignorar sin traicionarse que en él aflora y se hace presente en el mundo una radical novedad. No hay en efecto “otro como yo” entre los animales.

Por otra parte, la “persona corporal” o el “cuerpo personal” se realiza de dos modos, como varón o como mujer, ambos igualmente “hombre” y dotados por lo mismo de idéntica dignidad. Pero si la persona es también cuerpo, y cuerpo sexuado; si éste “en su normal constitución, lleva en sí las señales del sexo, y es, por su propia naturaleza, masculino o femenino” 28, eso quiere decir que ni el varón solo, ni la mujer sola, realizan plenamente o agotan la esencia de lo humano. El hombre es, en efecto, esencialmente persona, co-existencia. Aparece aquí una nueva dimensión del misterio del ser humano que se manifiesta en la reflexión sobre el “cuerpo personal”. Gracias a él se nos revela el hombre como un ser esencialmente relacionado y llamado a la comunión interpersonal, de la que el cuerpo es instrumento e intermediario.

He aquí el famoso significado “esponsal” del cuerpo: éste aparece como substrato de la comunión entre personas, como lugar de íntimo encuentro interpersonal y de estrechísima comunión que, en el matrimonio, tiene lugar precisamente “gracias a” y “en” la unión de los cuerpos.

Pero la experiencia enseña que el signo puede ser empobrecido, puede quedar “empañado” por el vaho que vela e impide ver más allá; puede ver reducida su capacidad desveladora, puede ser, en definitiva, falseado. Entonces ya no es capaz de mostrarnos al otro como persona, reduciéndolo más bien a objeto de deseo; lo degrada, lo anuncia como cosa, como objeto; lo desnaturaliza.

La unión de los cuerpos olvida su más profunda verdad –servicio a la comunión de las personas- y de ese modo se rebaja y envilece. En la unión corporal no se supera ya el ámbito de lo animal. Tiene lugar de manera inhumana, prevalece la mera biología. Entonces el “abrazo” de los cuerpos ni favorece ni manifiesta el encuentro de las personas. Es sólo apareamiento. El instinto ya no está asumido e integrado en el ámbito de la libertad, no sirve a la entrega generosa, libre, donal. Se independiza y animaliza al abandonar el recinto de la libertad. ¡No toda independencia, como se ve, es sinónimo sin más de libertad! El deseo, el apetito, el eros se aleja del mundo de lo humano, pierde su dignidad. Cuanto más vigorosa es una fuerza, tendencia o inclinación, también la propia de los apetitos humanos, tanto más devastadora resulta si se pierde sobre ella el control, si ya no es una fuerza humana, libre, bajo la dirección, el orden y la medida propios de la razón.

En el matrimonio, comunión de personas, la unidad tiene lugar de un modo característico, esto es, mediante la unión de cuerpos, de la carne, que es instrumento para la unión de las personas, para su unión total. No se pueden separar unión corporal y unión personal. La unión de los cuerpos sin la unión de los espíritus no es unión auténticamente personal ni es verdaderamente humana, digna del hombre. La unión que se limita a los cuerpos, que busca solamente el placer, no es unión propia de las personas corporales. Quizá se entienda mejor ahora el pleno sentido de la aplicación a nuestro campo de la tesis de la Teología Moral según la cual los actos humanos realizados sólo por placer son ilícitos.

De ahí que aparezca con claridad la necesidad absoluta de un ethos para el eros tal como lo conocemos. Ese ethos, ese orden y medida que la razón pone al eros no es algo exterior a éste, no es brida o freno que lo contiene y pervierte a un tiempo. Representan más bien elementos necesarios al eros precisamente para que no se desnaturalice. Visto desde el hombre que experimenta la fuerza del eros, se impone la tarea de evitar que éste quede reducido a simple concupiscencia. Es preciso vivir ese ethos que es “forma constitutiva del eros”, como enseñaba con fórmula magnífica Juan Pablo II 29. Va en ello la existencia del auténtico eros humano.

En efecto, para que sea verdaderamente tal, para que no se independice ni se disocie, malográndose, del amor, el eros necesita del ethos, de la virtud, “de la castidad como de un sistema de defensa y protección, para que el amor siga siendo tal, o para que sea sanado y se reencuentre a sí mismo” 30. Lejos de ser incompatible el eros con una regla de conducta que deriva de su ser más verdadero, ésta es condición de posibilidad de su autenticidad y genuinidad, es decir de su carácter original según el pensamiento divino.

4) La virginidad, garantía del significado esponsal del cuerpo

Puede darse la unión espiritual sin la corporal, pues aquella no reclama necesariamente ésta; pero no debe darse la corporal sin la espiritual. En efecto, el sentido y significado último de la corporalidad “personal” no es el encuentro sexual: no es éste su razón de ser. El encuentro sexual está más bien al servicio de la comunión personal, sin que, sin embargo, sea imprescindible para que dicha comunión tenga lugar: es el modo específico del matrimonio para favorecerla y lograrla. Pero la dimensión o la capacidad generadora no es primordial o primera en el significado del cuerpo humano. Ocupa en él un puesto importante, pero quien ve en el otro principalmente, o sólo, el cuerpo como sexo, tiene una visión reductiva, real pero reducida. Ve al hombre en una sola de sus dimensiones, la del animal.

Pero el hombre es espíritu encarnado; su cuerpo se le revela como vehículo y medio de comunión. Es en el amor, en la amistad donde se incluye o no la sexualidad, libremente como don. La entrega total propia del amor se da siempre corporalmente, pero no siempre sexualmente. Una madre ama totalmente a su hijo y lo ama en todo su ser, como lo que es, hombre o mujer, pero no lo ama sexualmente: estaríamos más bien ante una aberración del amor materno.

Que todo ser humano esté llamado al amor humano no lleva consigo que la única vocación de los hombres sea el matrimonio. La unión interpersonal no se realiza evidentemente sólo en el encuentro sexual: dicho encuentro es pedido por el amor matrimonial, que comparte las notas del amor en general, pero el amor de los esposos no se identifica sin más con el amor de que son capaces las personas corporales. Es más, la más completa y perfecta plena unidad no se puede alcanzar mediante la unión de los cuerpos.

El celibato, la entrega por amor a Dios y a los demás constituye la otra gran vía de realización de la persona humana en cuanto llamada al amor. Según la doctrina bien conocida de Familiaris consortio, matrimonio y virginidad son en efecto dos modos específicos de realizar integralmente la vocación del hombre al amor y representan, cada una a su modo, la concreción de la verdad del hombre como imagen de Dios 31.

Pero el significado último del cuerpo y de la dualidad corporal hay que buscarlo más allá del matrimonio: la plenitud de la donación y comunión interpersonal tendrá lugar “en la resurrección” gracias a la espiritualización o glorificación de nuestra realidad psico-somática en la visión de Dios. Juan Pablo II, al tratar del significado del cuerpo a la luz de la resurrección, afirmó con vigor que “el matrimonio y la procreación dan sólo realidad concreta a aquel significado (unitivo y procreador) en las dimensiones de la historia” 32. Con la resurrección, los cuerpos entran en un nueva situación o condición. El significado del cuerpo perderá entonces sus limitaciones históricas y se manifestará en toda su simplicidad y esplendor. El cuerpo será entonces “fuente de la libertad del don” 33.

Pues bien, lo que sucederá entonces queda anticipado en la historia gracias a la virginidad. La plenitud del cuerpo, la realización más alta de su condición de signo de la persona creada a imagen y semejanza del Dios Uno y Trino tiene lugar en la comunión de personas, y está alcanza una plenitud particular y única en la virginidad, perfecta realización de la propia humanidad, que incluye naturalmente la dimensión corporal-sexual propia del varón y de la mujer. En la resurrección la persona quedará como divinizada al alcanzar una mayor espiritualización, es decir, una mayor posesión del cuerpo por el propio espíritu, lo que permitirá una profunda armonía entre ambos y garantizará el primado del espíritu. Eso consentirá a la vez que la donación más perfecta de Dios al hombre suscite en éste “un amor de tal profundidad y fuerza de concentración en Dios mismo, que será capaz de absorber completamente su entera subjetividad psicosomática” 34. En la respuesta de la persona corporal al don amoroso de Dios alcanzará el cuerpo la plenitud de significado esponsal.

La virginidad en la Iglesia ayuda así a que se mantenga vivo el auténtico y más profundo significado esponsal del cuerpo como instrumento de la comunión interpersonal en la donación y la entrega, en la libertad del don; favorece la consideración personal del cuerpo humano. Como he tenido ocasión de decir en otro lugar, “el cuerpo permite al varón y a la mujer ser una sola carne en la donación recíproca, pero sólo encontrará su plenitud de significado en la perfecta comunión de las personas en la resurrección, cuando no se tomará ni marido ni mujer” 35.


La doctrina de la Sagrada Escritura y de la tradición mística cristiana sobre la unión entre Dios y el alma nos sirven para completar este pensamiento. “La relación del alma con Dios, tal como Dios la previó desde la eternidad, apenas cabe caracterizarla mejor y más atinadamente que como una relación matrimonial, de esposo a esposa. A su vez, la idea del matrimonio en ninguna parte se cumple tan propia y perfectamente como en la unión amorosa de Dios con el alma.

Una vez que se ha comprendido esto, hay una permuta exacta de papeles entre la imagen y su objeto; se comprende, ya que Dios es el propio y natural esposo, y todas las relaciones matrimoniales humanas se ven como reproducciones imperfectas de aquel original y tipo primero, de la misma manera que la paternidad de Dios es el prototipo de toda paternidad humana. En razón de la relación que guarda la copia con su original, las relaciones humanas entre esposa y esposo pueden servir para expresar simbólicamente las relaciones de Dios con el alma su esposa; y en razón de esta función, lo que en la vida real se considera relación puramente humana queda relegado a segundo término. Esta relación humana tiene su razón de ser y su más alto sentido en su actitud para ser expresión de un misterio divino”. El misterio al que se refiere la santa es el “misterio grande” de las relaciones entre Cristo y la Iglesia, como se deduce de la cita de la carta de San Pablo a los Efesios 5, 23 y ss. que sigue al texto que acabamos de aducir 36.

En esta misma línea se mueve N. Cabasilas, según el cual “la unión del Señor con aquellos a los que ama está por encima de cualesquiera unión que se pueda pensar, de cualesquiera ejemplo que se pueda poner” 37. Nada puede decir o expresar la naturaleza de esa unión, no hay ejemplo que pueda darnos una idea adecuada de la realidad de la misma. Lo mismo que la ‘amistad’ de Dios con el hombre, su ‘unión’ con éste, posible sólo gracias al poder de Dios, es algo “indecible” 38. No ciertamente en el sentido de que no se pueda hablar de ningún modo de ella, sino en cuanto que todo discurso, imagen o ejemplo humano de dicha unión es del todo insuficiente. Volvemos así al comienzo de mi intervención. Para expresar su verdad son necesarios muchos discursos, imágenes y ejemplos.

Cabasilas resume su pensamiento afirmando que “no hay imagen cuya correspondencia con la realidad sea tal que nos permita llegar a su perfecto conocimiento” 39. Según nuestro autor, cuando se habla de unión y de amor - pues “la unión debe corresponder al amor”-, hay que decir que su grado más alto no se alcanza en el matrimonio ni en la perfecta articulación y estrecha conexión existentes entre los miembros de un organismo. El matrimonio, en efecto, por fuerte que sea la comunión que establece entre los esposos y por alto que sea el grado que pueda alcanzar, no llegará nunca al punto de hacerles ser y vivir el uno “en” el otro. Lo mismo ocurre con la unión que se da entre los miembros del cuerpo y la cabeza: con ser grande, dicha unión no es tal que haga de su separación el peor de los males.

Ni siquiera la unión de uno consigo mismo alcanza el nivel de la que se da entre Dios y el hombre, la cual, en virtud de la gracia de Dios, lleva a los hombres a preferir la muerte a estar separado de Dios.

Lo que aquí nos interesa es la convicción de Cabasilas, para quien el amor y la comunión más vivos y extremados posibles se dan entre Dios y el hombre, entre Cristo y su Iglesia. El modelo y arquetipo del amor nupcial –que lleva a la unión de dos en uno- no es el que está presente en el matrimonio entre un hombre y una mujer, sino el que se da entre Cristo y la Iglesia. El matrimonio queda por debajo de este arquetipo y alcanza la perfección del amor nupcial sólo en la medida en que imita el modelo del amor nupcial entre Cristo y la Iglesia (o entre Dios y el alma).

5) La apertura a la vida, característica inherente al amor conyugal

Se trata de la conocida cuestión de las relaciones entre la dimensión unitiva y procreadora del amor matrimonial. Pienso que el marco doctrinal en el que nos venimos moviendo es adecuado para dar una respuesta válida a dicha cuestión. Ese marco tiene dos coordenadas concretas, a saber, la que precisa el significado del cuerpo y la que identifica la naturaleza del amor humano. Según la primera, la “dimensión corporal” de la persona humana constituye una de sus dimensiones esenciales. El cuerpo permite a la persona “identificarse”, reconocerse como distinto de las demás criaturas no personales y saberse al mismo tiempo llamado a la comunión personal. El cuerpo consiente también al hombre identificar a las demás personas como tales, como otros “yo”, y descubrirlos como ayuda, como algo “dado”, como don.

Pero la dimensión corporal de la persona se da siempre concretamente realizada en su modalidad masculina o femenina. La “humanidad” pertenece por igual a las dos modalidades, pero no existe al margen de esa realización. No hay en efecto, personas neutras que no sean corporalmente hombre o mujer, una diferencia que tiene que ver fundamentalmente con el sexo. En efecto, la dimensión corporal de la persona humana se revela y pone de manifiesto sobre todo mediante el sexo. Representa éste su rasgo corporal más relevante y el que mayormente identifica la persona como hombre o mujer. Pues bien, si ya el cuerpo humano sirve como instrumento e intermediario de la comunicación y comunión con los demás, su carácter sexuado estimula el deseo de la unión personal. Se hace así más intensa la “natural” tensión centrífuga del cuerpo hacia la unión interpersonal.

La dualidad sexual en que se realiza la corporeidad tiene que ver con la fecundidad. La “ayuda” que, según el Génesis, se dan mutuamente hombre y mujer está relacionada con la fecundidad, con la concreta comunión interpersonal en la que tiene lugar la procreación. Es lo que se ha llamado “significado procreador” del cuerpo humano. La unión interpersonal a través de la unión de los cuerpos, está pensada por el Creador como fuente de nueva vida. La mutua entrega de hombre y mujer, su recíproca donación como personas en su especificidad masculina y femenina, se revela como momento de comunión y encuentro personal y, a la vez, como lugar fontal u origen de nuevas vidas humanas. No cabe pues unión de los cuerpos que no sea expresión de la más íntima comunión de personas y sirva a su promoción, así como tampoco cabe privarla directa y voluntariamente de su dimensión procreadora o “construir” otras fuentes de vida que no sean ellas mismas y en sí mismas un acto de amor.

6) Procreación no simple reproducción

La persona corporal es habitante de dos mundos. Pertenece, de una parte, al de los cuerpos dotados de vida, reconoce que el cuerpo pertenece a su ser hombre, y a la vez y gracias a éste, se descubre parte de otro reino, de otra patria, diferente de todos los demás animales, en ninguno de los cuales encuentra “otro como él”, “otro yo”, otro ciudadano del propio reino.

En cuanto ser corporal, el hombre encuentra no pocas semejanzas con los animales, algunas de las cuales ofrecen significativas semejanzas y, al mismo tiempo, profundísimas diferencias. Existen así, por ejemplo, actividades como alimentarse o reproducirse, susceptibles de realizarse de modo simplemente animal o de manera perfectamente humana. Materialmente, alimentación y reproducción se cumplen de manera semejante en los animales y en los hombres. Pero se trata de actos bien diferentes en uno y otro caso. Diferentes porque quien los cumple es diferente y superior. Los actos del hombre son, en efecto, fruto de la libertad y del amor.

De ahí que podamos hablar de un modo específicamente humano de comer y de generar, lo mismo que existe otro que hace recordar al simple animal, no a las personas. Así, a veces, con más desprecio que otra cosa o, al menos, con disgusto, se dice de una persona que come como un animal, pues lo hace sin “cultura”, sin los modos –variables en sí mismos- que denotan que quien así hace es una persona. Esta impone su “sello” o forma peculiar a la acción que realiza, modificándola y diferenciándola así de otras que presenta la misma finalidad.

También se puede dar un modo no humano de generar personas corporales, un modo que queda a nivel de los animales, en cuyo caso tiene sentido hablar de simple reproducción. Lo que ocurre es que la persona corporal no es simplemente un animal. No es alguien que actúa a golpe de instinto. Aunque “la acción libre y consciente de un hombre pueda estar unida al instinto, por su misma naturaleza es algo distinto” 40. Por serlo resulta extremamente importante distinguirlos conceptual y verbalmente, pues la confusión en los nombres termina por traducirse en confusión en los conceptos.

Si la unión de los esposos recibe su dignidad del hecho de ser fruto de la entrega personal, don recíproco; es decir, si la dignidad de dicho acto tiene su raíz y razón de ser en su carácter de acto personal amoroso, dicha dignidad se acrece por el hecho de ser una acción en la que los esposos colaboran con el amor creador de Dios. En efecto, Dios ha querido hacer depender de alguna manera la creación de una nueva alma a la generación fruto del encuentro amoroso de los esposos. De ahí que se hable de acto-procreador de los esposos, siendo ésta la dimensión que acaba de revelar toda la verdad del encuentro amoroso de los esposos.

Concluyo con unas palabras del actual Pontífice en su encíclica varias veces citada en estas páginas. El amor en su dimensión más alta, plena y beatificante, el amor que no se busca a sí mismo en primer lugar, sino que busca el bien, se alcanza “merced a la unión más íntima con Dios, en virtud de la cual se está embargado totalmente de Él, una condición que permite a quien ha bebido en el manantial del amor de Dios convertirse a sí mismo en un manantial ‘del que manarán torrentes de agua viva’ (Jn 7, 38)” 41.


Notas

1. BENEDICTO XVI, Carta encíclica Deus caritas est, 1. De ahora en adelante citaremos este documento magisterial con las iniciales DC.
2. Canciones entre el alma y el esposo, 11 (12)
3. Ciencia de la Cruz, Ed. Monte Carmelo, Burgos 1994, 278.
4. Gaudium et spes, 22
5. DC, 1
6. Ibidem, 4
7. Ibidem
8. Ibidem
9. Ibidem
10. Familiaris consortio, 11
11. DC, 5
12. Ibidem
13. DC, 17
14. Cf. DC, 5
15. Ibidem
16. Ibidem
17. Cf. DC, 8
18. DC, 9
19. Cf. Ibidem
20. DC, 9
21. Ef 5, 25-32
22. DC, 12
23. Cfr. Ibidem, 67
24. “El que se somete al ser, a la sabiduría y querer o poder divinos, ese tal da lugar a Dios en sí, y su ser será penetrado por el ser de Dios. Pero esta penetración no es total y completa, no llega sino hasta donde le permite la capacidad receptora del recipiente. Para ser penetrada plenamente por el ser divino (en ello consiste la perfecta unión de amor) el alma ha de liberarse de todo otro ser: vaciarse de toda otra criatura y de sí misma, como San Juan de la Cruz tan machacona e insistentemente lo ha declarado y probado. Amar en su más alta realización es hacerse uno el amante con el amado en una libre entrega mutua: esta es la vida divina en el seno de la Trinidad. Hacia esa plena realización aspiran el amor anhelante y porfiado de la criatura (amor, eros) y el amor misericordioso de Dios que se abaja hasta aquella (cáritas, ágape). Donde estos dos amores se encuentran se irá realizando progresivamente la unión a costa de todo los que se oponga a su paso y en la medida en que todo esto quede aniquilado”, E. STEIN, Op. cit., 210-211
25. Cf. DC, 11
26. Catequesis de Juan Pablo II, en Uomo e donna lo creò. Catechesi sull’amore umano, Città Nuova, Roma 1985, 25,2,118. Esta referencia indica el número de la catequesis, el punto al interno de la misma y la página del libro citado en que pueden encontrarse los textos del Pontífice. De ahora en adelante las referencia a las Catequesis de Juan Pablo sobre el amor humano se harán del modo apenas indicado.
27. 92,6,630
28. 8,1.54
29. 48,1198; cfr. 49,1,201; 53,1,216
30. A. LAUN, Amor y vida conyugal, EIUNSA, Madrid 2004, 78
31. Cf., 11
32. 69,4,274
33. 69,6,275
34. 68,3,271
35. Corporalidad, sexualidad, persona humana, en “Matrimonio. El matrimonio y su expresión canónica ante el III milenio”, EUNSA, Barañain (Navarra) 2000, p. 33.
36. E. STEIN, Op.cit., 285
37. La vita in Cristo, Città Nuova, Roma 2000, 64
38. Ibidem
39. Ibidem, 65
40. A. LAUN, Op. cit., p. 69
41. DC, 42

Efectos Sicológicos de Realizar un Aborto


Por Rachel MacNair, Ph.D.

Directora del Institute for Integrated Social Analysisen Kansas City, brazo investigativo de la organización Consistent Life (http://www.consistent-life.org)
Autora de Perpetration-Induced Traumatic Stress: The Psychological Consequences of Killing (Praeger, 2002), una obra que examina grupos involucrados en matar, incluyedo veteranos de guerra y verdugos.


"Sueño con fetos, como todos los que estamos aquí: sueños de abortos, uno tras otro, de baldes de sangre salpicados por las paredes; árboles colmados de fetos gateando". Así habló Sallie Tisdale sobre el tiempo en que trabajó como enfermera en una clínica de abortos. En un artículo para la revista Harper, ella escribió acerca de un sueño en el que dos hombres la sujetaron y la arrastraron a la fuerza.

“-Hagamos un aborto-dijeron con una nauseabunda mirada lasciva. Yo empecé a gritar; estaba sumergida estaba sumergida en una visión de succiones, de dolores chirriantes, de ser extendida y desmembrada por una serie de instrumentos que cumplen la función para la que fueron hechos. Desperté casi sin poder respirar e imaginé mesas de cocina y percheros, agujas de tejer manchadas de sangre y a mujeres que en soledad apretaban almohadas en sus bocas para evitar que sus gritos perforen las paredes de sus departamentos".

"No es un trabajo ni fácil ni agradable. Hay momentos de cansancio, sombríos momentos en los que creo no poder aguantar un recipiente más lleno de restos sangrientos, en que no creo poder pronunciar alguna otra clase de frase de consuelo", escribió. "...me preparo para el siguiente recipiente, para otra breve y áspera pérdida.'¿Cómo aguantas?' Hasta los pacientes preguntan...observo desinflarse el abdomen hinchado de una mujer en tan sólo unos momentos y mi propio estómago se estremece de dolor, de pesar".


¿Cuál es el impacto emocional en las personas que realizan abortos? Quienes los hacen han escrito y dicho lo suficiente como para mostrar que no se trata de un procedimiento médico cualquiera. Algunos, como Tisdale, tienen pesadillas. Otros sufren muchos de los síntomas asociados con el Desorden de Estrés Post-traumático (PTSD), alguna vez llamado "neurosis de guerra" y "fatiga de batalla". La práctica de la medicina, de curar, no debería dar pesadillas, no debería causar una neurosis de guerra.

A continuación, se citarán solamente a doctores pro-opción, enfermeras y publicaciones médicas oficiales, salvo por los dos médicos citados al final. Sus creencias de que lidiar constantemente con el aborto es una inusual y significativa fuente de estrés, más que la medicina ordinaria, de ninguna manera proviene de la oposición al aborto.

Sus Traumas

Es notable la poca atención y estudio prestado a los médicos, enfermeras, consejeros y demás trabajadores de las clínicas abortivas. Sólo se han realizado dos estudios que observan una gran cantidad de personas, y fueron hechos por investigadores que no trabajaban en el campo del aborto. El primero (de M. Such-Baer), apareció en Social Casework en 1974 y el otro (de K. M. Roe) apareció en Social Science and Medicine en 1989.

Ambos estudios fueron realizados por personas a favor del aborto legal, no obstante lo cual, ambos notan la alta frecuencia de los síntomas que se enmarcan en la condición conocida hoy como Desorden de Estrés Post-Traumático (PTSD). El estudio publicado en 1974, antes de que se adoptara el término, describe que "eran frecuentes los pensamientos obsesivos sobre el aborto, depresiones, fatiga, ira, baja autoestima y problemas de identidad. El complejo sintomático fue considerado un 'desorden reactivo transitorio', similar a la 'fatiga de batalla'".
El otro estudio mostró síntomas similares: “Los periodos ambivalentes se caracterizaban por una variedad de sentimientos otrora poco comunes y un comportamiento que incluía aislamiento de los colegas, resistencia a ir al trabajo, falta de energía, impaciencia con los clientes y un sentimiento de desasosiego general. Pesadillas, imágenes que no se iban y preocupación era elementos comunes. También era común la profunda y solitaria intimidad en la que los médicos se enfrascaban para afrontar esta ambivalencia.

Todavía no puede afirmarse que los médicos abortistas sufren de PTSD porque realizan abortos. Es difícil de probar: Puede ser difícil determinar quien y quien no está realizando abortos; aquellos que han sufrido más ya pueden haber dejado la práctica; puede ser que las personas que han sufrido eventos traumáticos en el pasado están más inclinados a participar de los abortos; finalmente, el debate político actual puede afectar la manera en como percibe la gente su trabajo.

Sin embargo, la evidencia recogida hasta el momento muestra que se necesitan más estudios.
American Medical News, una revista publicada por la Asociación Médica Americana, señaló que las discusiones en el taller de la Federación Nacional del Aborto "iluminan un aspecto poco conocido del debate sobre el aborto: los sentimientos de conflicto que afectan a muchos proveedores...La idea de que las enfermeras, doctores, consejeros y los demás trabajadores en este campo sienten escrúpulos de que el trabajo que realizan es un secreto muy bien guardado".

Entre las historias

Una enfermera que había trabajado en una clínica abortista durante menos de un año dijo que sus peores momentos no aparecían en la sala de operaciones sino después. Muchas veces, dijo, las mujeres que acaban de someterse a un aborto se echaban en la sala de recuperación y lloraban, "He matado a mi hijo. Acabo de matar a mi hijo". "No sé qué decirle a estas mujeres", dijo la enfermera al grupo. "Una parte de mí piensa, 'Tal vez tienen razón'".

Un doctor en Nuevo México admitió que a veces se sorprendía por la ira que un aborto tardío podía provocarle. Por un lado, dijo el médico, está molesto con la mujer. "Pero paradójicamente", añadió, "Tengo sentimientos de molestia hacia mí por sentirme bien al apretar el tope de la cabeza del bebé, por sentirme bien por haber realizado un procedimiento técnicamente bueno que destruye al feto, que mata un bebé".

Casi todo negativo

El estudio Such-Baer, hecho en 1974, un año después de la legalización del aborto en todo el país gracias a Roe vs Wade, reportó que "casi todos los profesionales involucrados en trabajos abortivos reaccionaban con sentimientos negativos". Quienes tienen contacto con los residuos fetales tienen mayores sentimientos negativos que aquellos que no entablan contacto, y su reacción no varía mucho: "Todas las reacciones emocionales fueron unánimemente, extremadamente negativas".

El más grande estudio publicado incluía entrevistas a 130 "trabajadores del aborto" en San Francisco entre enero de 1984 y marzo de 1985. Los autores no esperaban encontrar lo que encontraron. "Particularmente sorprendente fue el hecho que el malestar con los clientes del aborto o con los procedimientos tenía lugar en los médicos que apoyaban fervientemente el derecho al aborto y que expresaban un gran compromiso con su trabajo", anotaron. "Este hallazgo preliminar sugirió que incluso aquellos que apoyan el derecho de una mujer a eliminar un embarazo, pueden estar luchando con una fuerte tensión entre sus creencias formales y la experiencia situada en sus trabajo con el aborto".

Como reacción, los investigadores decidieron "entrevistar solo a médicos que se consideraban pro-opción y que estaban comprometidos a continuar con su labor por lo menos durante seis meses". Creyeron que estas personas, "en tanto libres de sentimientos preexistentes de anti-opción y resistentes a su potencial influencia, proveerían datos valiosos sobre los dilemas y dinámicas del trabajo en el aborto legal". Esto redujo la muestra a 105 trabajadores.
Setenta y siete por ciento de ellos habló del tema del aborto como un acto destructivo, de la destrucción de algo vivo. Sobre el asesinato: "No se esperaba que salga este tema entre médicos pro-opción, sin embargo, el dieciocho por ciento habló de él cuando habló de su participación en el aborto en algún punto de la entrevista. Este tema tendía a surgir lentamente en las entrevistas y era siempre presentado con una evidente incomodidad".

Incluso Tisdale, que aún creía en el aborto, admitió la ambigüedad de realizarlos. El aborto, dijo, "es el límite más estrecho entre la amabilidad y la crueldad. Hecho de la mejor manera posible, sigue habiendo violencia -violencia misericordiosa, como darle muerte a un animal sufriente...es una dulce brutalidad la que aquí practicamos, una dura y amorosa frialdad".

El estrés parece crecer en la medida en que el no-nacido se desarrolla. "Mientras el embarazo avanza, la idea del aborto se vuelve más y más repugnante para muchas personas, incluso para el personal médico", dijo un doctor abortista llamado Don Sloan en un libro que apoyaba vigorosamente la necesidad de la legalización del aborto. Como respuesta, "Los médicos intentan divorciarse del método". Luego de describir el procedimiento de gráficamente, incluyendo la necesidad de revisar las partes del cuerpo para asegurarse de que todo el feto haya sido removido del útero, concluyó diciendo: "¿Quieres abortar? Paga el precio. Hay un viejo dicho en medicina: Si quieres trabajar en la cocina, tendrás que romper algún huevo. El horno se calienta. Prepárate para quemarte".

Los abortos en una etapa avanzada del embarazo ofrecen "un inusual dilema", dijo Warren Hern, especialista en abortos, en un trabajo para la Asociación de Médicos de Planned Parenthood. Los doctores y enfermeras que los realizan tienen "fuertes reservas personales acerca de participar en una operación que ellos ven como destructiva y violenta". Explicó sus reacciones de la siguiente manera:

Parte de nuestra herencia cultural y tal vez biológica retrocede ante una operación destructiva de una manera muy similar a la nuestra, incluso cuando sabemos que el acto tiene un efecto positivo en una persona viva. Nadie que no haya realizado este procedimiento puede saber cómo es o lo que significa; pero habiéndolo hecho, quedamos perplejos ante las posibilidades de interpretación. Hemos alcanzado un punto en esta tecnología en particular, en el que no hay posibilidad de negar el acto de destrucción del operante. Está frente a nuestros ojos. Las sensaciones de desmembramiento fluyen a través de los fórceps como una corriente eléctrica...Mientras más parece que solucionamos el problema, más espinoso se vuelve.

Pesadillas

Pero son los sueños de los médicos los más nos pueden decir al respecto. Los malos sueños son tan comunes que su mención, aunque sea pequeña, puede esperarse en casi todas las presentaciones sobre el tema de las reacciones emocionales de los trabajadores que realizan abortos en un clínica abortiva. Muchos de ellos dejaron de realizar abortos porque se convencieron de estaba mal, gracias a sus sueños sobre abortos.

Los reportes varían respecto del número de trabajadores que sufrían de pesadillas relacionadas con el aborto: Un estudio del Dr. Hern señala que solo dos de 23 trabajadores reportaron pesadillas sobre el aborto, mientras que una noticia sobre abortos en embarazos avanzados aparecida en ObGyn News dijo que un cuarto de los trabajadores soñaban con abortos. Tisdale dijo que en su centro médico todos tenían esos sueños, pero eso probablemente haya sido una licencia poética.

¿Cómo son estos sueños? Tisdale habló de sueños de "sangre salpicada en las paredes" y "árboles repletos de fetos gateando", así como de su propia violación. Otro escritor habló sobre una enfermera que soñó que "estaba metiendo un bebé por la boca de un jarrón [de antigüedades]. El bebé la miraba con una expresión suplicante. Había un aro blanco alrededor del jarrón. Ella interpretó esto como la representación de las demás enfermeras observando su acto y condenándolo".

Él llegó a la conclusión de que su sueño (el de ella) "muestra que inconscientemente el acto de abortar se experimentó como un acto de asesinato. Debe notarse que esta enfermera estaba absolutamente involucrada e intelectualmente comprometida con la nueva ley del aborto. Tuvo una reacción típica. Sin importar la religión u orientación filosófica de cada quien, la visión inconsciente del aborto permanece igual. Esto es lo más significativo de todo lo que se aprendió en estas sesiones". (Esta historia apareció en un editorial de Obstetricia y Ginecología, que argumentaba que los trabajadores de centros abortistas deben ser alentados a hablar sobre sus problemas como una manera de que sigan realizando su trabajo).

American Medical News reportó lo siguiente del taller de la Federación Nacional del Aborto: "Ellos [quienes realizan o ayudan a realizar abortos] se preguntan si es que el feto siente dolor. Hablan sobre el alma y a donde va. Y acerca de sus sueños, en los que los fetos abortados los miran con ojos de ancianos (ancient eyes) y con sus manos y pies perfectamente desarrollados preguntándoles, '¿Por qué? ¿Por qué me hiciste esto?'".

Un informe presentado a la Asociación de Médicos de Planned Parenthood describió los sueños de dos personas que soñaron que "vomitaban fetos, junto con un sentimiento de horror". Los escritores concluyeron, "En general, parece que mientras mayor es el contacto físico y visual (de los doctores y enfermeras), se experimenta mayor estrés. Esto es evidente tanto en el estrés consciente cuanto en las manifestaciones inconscientes como los sueños. Por lo menos, los dos individuos que reportaron varios sueños significativos desempeñaban estos roles".

Explicaciones Alternativas

¿Cómo podemos dar cuenta de los problemas de los médicos, especialmente de su sueños? Puede ser que sea así como la mente humana responde a una matanza, como se ha sugerido en otros grupos de personas que matan. Quienes creen que el aborto es un asesinato, y que matar a otro ser humano es algo que pocas personas pueden hacer de manera natural, encontrará plausible esta explicación.

Pero científicos sociales ofrecen otras dos explicaciones. Una de ellas dice que las personas sufren de agotamiento, como tantos en las profesiones de ayuda. Es por ello un problema más fácil de resolver, ya que requiere solo de vacaciones y rotación de responsabilidades. Considerando el alto volumen y la alta velocidad de los más de los abortos, puede ser que sí estén agotados, lo cual no quita que sufran de conciencia o también PTSD. Más aún, el agotamiento no explica sus sueños.

La otra explicación es que las personas responden negativamente por un primitivo o infantil mal entendimiento de los hechos. El editorial en Obstetricia y Ginecología antes citado dijo que "el niño mezcla inevitablemente la realidad con la fantasía. Incapaz de conceptuar todo el proceso en términos sofisticados, el niño piensa en términos concretos. Visualizó un 'huevo' en 'el estómago' y cree que un bebé formado se desarrolla desde el principio, creciendo por nueve meses hasta llegar a ser un infante de tamaño completo".

Este autor cree que esta es la manera de explicar los sueños. No obstante los adultos entienden la reproducción, "las fantasías primitivas permanecen en el inconsciente...Por tanto, incluso quienes están intelectualmente comprometidos con el aborto tienen que luchar contra la visión de un feto como un bebé real que tiene su propio inconsciente. El trauma emocional observado en estas enfermeras fue el resultado de un conflicto entre su compromiso intelectual, por un lado, y sus posturas inconscientes por el otro. En su interior, tienen la experiencia de haber participado en un asesinato".

Si el ver al feto como un bebé es un mero producto de la imaginación, un símbolo o una sobresimplificación, la solución es simple. La mejor manera de enfrentar una fantasía es mostrando la realidad. La tecnología moderna nos ha provisto de fotografías de embriones y fetos en cada etapa de su desarrollo, y los sonogramas muestran sus movimientos en tiempo real. Pero esta técnica no parece ser útil a la hora de reducir los síntomas de los que sufren los que trabajan con abortos, como otro editorial titulado "Advertencias de Impactos Psicológicos Negativos de la Sonografía en el Aborto", mostraba en 1986.

Una Advertencia

Los defensores del aborto creen que es un tipo de medicina. Quienes se oponen creen que es asesinato. Si el aborto se trata de quitar una vida humana, algunos o muchos de los que los realizan sufrirían ciertas consecuencias psicológicas asociadas con el trauma causado por dañar a otros. Si no encontramos tales consecuencias, el caso de que el aborto no es violencia de ningún tipo se ve fortalecido. Si es que hay consecuencias, se fortalece el caso de que hay violencia. La evidencia anecdótica y tales estudios sugieren, como nosotros lo hemos hecho, que algunos de los que realizan abortos sufren daños psicológicos; que realizar abortos tiene esas consecuencias.

Tal vez los sueños sean una advertencia. De serlo, esas pesadillas pueden ser una bendición. Bernard Nathanson, hablando del tiempo en que era un pionero en preparar centros abortistas, recuerda haber sido abordado por la esposa de un médico en un cocktail. "Me llevó a un lado y me habló muy agitada acerca de las cada vez más frecuentes pesadillas de su esposo. Él le había confesado a su esposa que sus sueños estaban plagados de niños y sangre, y que luego se había obsesionado con la idea de que alguna justicia terrible se impondría sobre sus hijos como pago por lo que estaba haciendo". Estos sueños y sentimientos pueden haber sido una advertencia de su conciencia para que no siga.

El ex doctor abortista McArthur Hill ha hablado acerca de cómo él intentaba salvar bebés prematuros y cómo luego encontró que los bebés que había abortado eran más grandes que los prematuros que había salvado.

“Fue ahí cuando empecé a tener pesadillas...En mis pesadillas, yo recibía a un saludable recién nacido. Luego tomaba a ese saludable recién nacido y lo cargaba. Estaba frente a un jurado de gente sin rostro y les preguntaba qué hacer con ese bebé. Ellos tenían que mostrar el dedo pulgar hacia arriba o hacia abajo, y si mostraban el pulgar hacia abajo, yo tenía que soltar el bebé dentro de una balde lleno de agua que estaba en el suelo. Nunca llegué a soltar al bebé porque siempre me despertaba en ese momento”.

El doctor Hill, eventualmente, despertó a la realidad de lo que estaba haciendo. Otros también lo han hecho. Si es verdad que las pesadillas de los médicos abortistas y otros síntomas resultan de su trabajo, como lo sugieren las evidencias, habrán muchos otros médicos abortistas que serán llevados por sus sueños a escuchar la voz de sus conciencias y dejarán de ayudar en la matanza de los no nacidos.

Fuente: Aciprensa




Carta de los Derechos de la Familia


Presentada por la Santa Sede
a todas las personas,
instituciones y autoridades
interesadas en la misión de la familia
en el mundo contemporáneo


Pontificio Consejo para la Familia

22 de octubre de 1983


INTRODUCCIÓN

La «Carta de los Derechos de la Familia» responde a un voto formulado por el Sínodo de los obispos reunidos en Roma en 1980, para estudiar el tema «El papel de la familia cristiana en el mundo contemporáneo» (cfr. Proposición 42). Su Santidad el Papa Juan Pablo II, en la Exhortación Apostólica Familiaris consortio (n. 46) aprobó el voto del Sínodo e instó a la Santa Sede para que preparara una Carta de los Derechos de la Familia destinada a ser presentada a los organismos y autoridades interesadas.

Es importante comprender exactamente la naturaleza y el estilo de la Carta tal como es presentada aquí. Este documento no es una exposición de teología dogmática o moral sobre el matrimonio y la familia, aunque refleja el pensamiento de la Iglesia sobre la materia. No es tampoco un código de conducta destinado a las personas o a las instituciones a las que se dirige. La Carta difiere también de una simple declaración de principios teóricos sobre la familia. Tiene más bien la finalidad de presentar a todos nuestros contemporáneos, cristianos o no, una formulación —lo más completa y ordenada posible— de los derechos fundamentales inherentes a esta sociedad natural y universal que es la familia.

Los derechos enunciados en la Carta están impresos en la conciencia del ser humano y en los valores comunes de toda la humanidad. La visión cristiana está presente en esta Carta como luz de la revelación divina que esclarece la realidad natural de la familia. Esos derechos derivan en definitiva de la ley inscrita por el Creador en el corazón de todo ser humano. La sociedad está llamada a defender esos derechos contra toda violación, a respetarlos y a promoverlos en la integridad de su contenido.

Los derechos que aquí se proponen han de ser tomados según el carácter específico de una « Carta ». En algunos casos, conllevan normas propiamente vinculantes en el plano jurídico; en otros casos, son expresión de postulados y de principios fundamentales para la elaboración de la legislación y desarrollo de la política familiar. En todo caso, constituyen una llamada profética en favor de la institución familiar que debe ser respetada y defendida contra toda agresión.

Casi todos estos derechos han sido expresados ya en otros documentos, tanto de la Iglesia como de la comunidad internacional. La presente Carta trata de ofrecer una mejor elaboración de los mismos, definirlos con más claridad y reunirlos en una presentación orgánica, ordenada y sistemática. En el anexo se podrá encontrar la indicación de « fuentes y referencias » de los textos en que se han inspirado algunas de las formulaciones.

La Carta de los Derechos de la Familia es presentada ahora por la Santa Sede, organismo central y supremo de gobierno de la Iglesia católica. El documento ha sido enriquecido por un conjunto de observaciones y análisis reunidos tras una amplia consulta a las Conferencias episcopales de toda la Iglesia, así como a expertos en la materia y que representan culturas diversas.

La Carta está destinada en primer lugar a los Gobiernos. Al reafirmar, para bien de la sociedad la conciencia común de los derechos esenciales de la familia, la Carta ofrece a todos aquellos que comparten la responsabilidad del bien común un modelo y una referencia para elaborar la legislación y la política familiar, y una guía para los programas de acción.

Al mismo tiempo la Santa Sede propone con confianza este documento a la atención de las Organizaciones Internacionales e intergubernamentales que, por su competencia y su acción en la defensa y promoción de los derechos del hombre, no pueden ignorar o permitir las violaciones de los derechos fundamentales de la familia.

La Carta, evidentemente, se dirige también a las familias mismas: ella trata de fomentar en el seno de aquéllas la conciencia de la función y del puesto irreemplazable de la familia; desea estimular a las familias a unirse para la defensa y la promoción de sus derechos; las anima a cumplir su deber de tal manera que el papel de la familia sea más claramente comprendido y reconocido en el mundo actual.

La Carta se dirige finalmente a todos, hombres y mujeres, para que se comprometan a hacer todo lo posible, a fin de asegurar que los derechos de la familia sean protegidos y que la institución familiar sea fortalecida para bien de toda la humanidad, hoy y en el futuro.

La Santa Sede, al presentar esta Carta, deseada por los representantes del Episcopado mundial, dirige una llamada particular a todos los miembros y a todas las instituciones de la Iglesia, para que den un testimonio claro de sus convicciones cristianas sobre la misión irreemplazable de la familia, y procuren que familias y padres reciban el apoyo y estímulo necesarios para el cumplimiento de la tarea que Dios les ha confiado.


CARTA DE LOS DERECHOS DE LA FAMILIA

Preámbulo

Considerando que:

A. los derechos de la persona, aunque expresados como derechos del individuo, tienen una dimensión fundamentalmente social que halla su expresión innata y vital en la familia;

B. la familia está fundada sobre el matrimonio, esa unión íntima de vida, complemento entre un hombre y una mujer, que está constituida por el vínculo indisoluble del matrimonio, libremente contraído, públicamente afirmado, y que está abierta a la transmisión de la vida;

C. el matrimonio es la institución natural a la que está exclusivamente confiada la misión de transmitir la vida;

D. la familia, sociedad natural, existe antes que el Estado o cualquier otra comunidad, y posee unos derechos propios que son inalienables;

E. la familia constituye, más que una unidad jurídica, social y económica, una comunidad de amor y de solidaridad, insustituible para la enseñanza y transmisión de los valores culturales, éticos, sociales, espirituales y religiosos, esenciales para el desarrollo y bienestar de sus propios miembros y de la sociedad;

F. la familia es el lugar donde se encuentran diferentes generaciones y donde se ayudan mutuamente a crecer en sabiduría humana y a armonizar los derechos individuales con las demás exigencias de la vida social;

G. la familia y la sociedad, vinculadas mutuamente por lazos vitales y orgánicos, tienen una función complementaria en la defensa y promoción del bien de la humanidad y de cada persona;

H. la experiencia de diferentes culturas a través de la historia ha mostrado la necesidad que tiene la sociedad de reconocer y defender la institución de la familia;

I. la sociedad, y de modo particular el Estado y las Organizaciones Internacionales, deben proteger la familia con medidas de carácter político, económico, social y jurídico, que contribuyan a consolidar la unidad y la estabilidad de la familia para que pueda cumplir su función específica;

J. los derechos, las necesidades fundamentales, el bienestar y los valores de la familia, por más que se han ido salvaguardando progresivamente en muchos casos, con frecuencia son ignorados y no raras veces minados por leyes, instituciones y programas socio-económicos;

K. muchas familias se ven obligadas a vivir en situaciones de pobreza que les impiden cumplir su propia misión con dignidad;

L. la Iglesia Católica, consciente de que el bien de la persona, de la sociedad y de la Iglesia misma pasa por la familia, ha considerado siempre parte de su misión proclamar a todos el plan de Dios intrínseco a la naturaleza humana sobre el matrimonio y la familia, promover estas dos instituciones y defenderlas de todo ataque dirigido contra ellas;

M. el Sínodo de los Obispos celebrado en 1980 recomendó explícitamente que se preparara una Carta de los Derechos de la Familia y se enviara a todos los interesados; la Santa Sede, tras haber consultado a las Conferencias Episcopales, presenta ahora esta Carta de los Derechos de la Familia e insta a los Estados, Organizaciones Internacionales y a todas las Instituciones y personas interesadas, para que promuevan el respeto de estos derechos y aseguren su efectivo reconocimiento y observancia.

Artículo 1

Todas las personas tienen el derecho de elegir libremente su estado de vida y por lo tanto derecho a contraer matrimonio y establecer una familia o a permanecer célibes.

a) Cada hombre y cada mujer, habiendo alcanzado la edad matrimonial y teniendo la capacidad necesaria, tiene el derecho de contraer matrimonio y establecer una familia sin discriminaciones de ningún tipo; las restricciones legales a ejercer este derecho, sean de naturaleza permanente o temporal, pueden ser introducidas únicamente cuando son requeridas por graves y objetivas exigencias de la institución del matrimonio mismo y de su carácter social y público; deben respetar, en todo caso, la dignidad y los derechos fundamentales de la persona.

b) Todos aquellos que quieren casarse y establecer una familia tienen el derecho de esperar de la sociedad las condiciones morales, educativas, sociales y económicas que les permitan ejercer su derecho a contraer matrimonio con toda madurez y responsabilidad.

c) El valor institucional del matrimonio debe ser reconocido por las autoridades públicas; la situación de las parejas no casadas no debe ponerse al mismo nivel que el matrimonio debidamente contraído.

Artículo 2

El matrimonio no puede ser contraído sin el libre y pleno consentimiento de los esposos debidamente expresado.

a) Con el debido respeto por el papel tradicional que ejercen las familias en algunas culturas guiando la decisión de sus hijos, debe ser evitada toda presión que tienda a impedir la elección de una persona concreta como cónyuge.

b) Los futuros esposos tienen el derecho de que se respete su libertad religiosa. Por lo tanto, el imponer como condición previa para el matrimonio una abjuración de la fe, o una profesión de fe que sea contraria a su conciencia, constituye una violación de este derecho.

c) Los esposos, dentro de la natural complementariedad que existe entre hombre y mujer, gozan de la misma dignidad y de iguales derechos respecto al matrimonio.

Artículo 3

Los esposos tienen el derecho inalienable de fundar una familia y decidir sobre el intervalo entre los nacimientos y el número de hijos a procrear, teniendo en plena consideración los deberes para consigo mismos, para con los hijos ya nacidos, la familia y la sociedad, dentro de una justa jerarquía de valores y de acuerdo con el orden moral objetivo que excluye el recurso a la contracepción, la esterilización y el aborto.

a) Las actividades de las autoridades públicas o de organizaciones privadas, que tratan de limitar de algún modo la libertad de los esposos en las decisiones acerca de sus hijos constituyen una ofensa grave a la dignidad humana y a la justicia.

b) En las relaciones internacionales, la ayuda económica concedida para la promoción de los pueblos no debe ser condicionada a la aceptación de programas de contracepción, esterilización o aborto.

c) La familia tiene derecho a la asistencia de la sociedad en lo referente a sus deberes en la procreación y educación de los hijos. Las parejas casadas con familia numerosa tienen derecho a una ayuda adecuada y no deben ser discriminadas.

Artículo 4

La vida humana debe ser respetada y protegida absolutamente desde el momento de la concepción.

a) El aborto es una directa violación del derecho fundamental a la vida del ser humano.

b) El respeto por la dignidad del ser humano excluye toda manipulación experimental o explotación del embrión humano.

c) Todas las intervenciones sobre el patrimonio genético de la persona humana que no están orientadas a corregir las anomalías, constituyen una violación del derecho a la integridad física y están en contraste con el bien de la familia.

d) Los niños, tanto antes como después del nacimiento, tienen derecho a una especial protección y asistencia, al igual que sus madres durante la gestación y durante un período razonable después del alumbramiento.

e) Todos los niños, nacidos dentro o fuera del matrimonio, gozan del mismo derecho a la protección social para su desarrollo personal integral.

f) Los huérfanos y los niños privados de la asistencia de sus padres o tutores deben gozar de una protección especial por parte de la sociedad. En lo referente a la tutela o adopción, el Estado debe procurar una legislación que facilite a las familias idóneas acoger a niños que tengan necesidad de cuidado temporal o permanente y que al mismo tiempo respete los derechos naturales de los padres.

g) Los niños minusválidos tienen derecho a encontrar en casa y en la escuela un ambiente conveniente para su desarrollo humano.

Artículo 5

Por el hecho de haber dado la vida a sus hijos, los padres tienen el derecho originario, primario e inalienable de educarlos; por esta razon ellos deben ser reconocidos como los primeros y principales educadores de sus hijos.

a) Los padres tienen el derecho de educar a sus hijos conforme a sus convicciones morales y religiosas, teniendo presentes las tradiciones culturales de la familia que favorecen el bien y la dignidad del hijo; ellos deben recibir también de la sociedad la ayuda y asistencia necesarias para realizar de modo adecuado su función educadora.

b) Los padres tienen el derecho de elegir libremente las escuelas u otros medios necesarios para educar a sus hijos según sus conciencias. Las autoridades públicas deben asegurar que las subvenciones estatales se repartan de tal manera que los padres sean verdaderamente libres para ejercer su derecho, sin tener que soportar cargas injustas. Los padres no deben soportar, directa o indirectamente, aquellas cargas suplementarias que impiden o limitan injustamente el ejercicio de esta libertad.

c) Los padres tienen el derecho de obtener que sus hijos no sean obligados a seguir cursos que no están de acuerdo con sus convicciones morales y religiosas. En particular, la educación sexual —que es un derecho básico de los padres— debe ser impartida bajo su atenta guía, tanto en casa como en los centros educativos elegidos y controlados por ellos.

d) Los derechos de los padres son violados cuando el Estado impone un sistema obligatorio de educación del que se excluye toda formación religiosa.

e) El derecho primario de los padres a educar a sus hijos debe ser tenido en cuenta en todas las formas de colaboración entre padres, maestros y autoridades escolares, y particularmente en las formas de participación encaminadas a dar a los ciudadanos una voz en el funcionamiento de las escuelas, y en la formulación y aplicación de la política educativa.

f) La familia tiene el derecho de esperar que los medios de comunicación social sean instrumentos positivos para la construcción de la sociedad y que fortalezcan los valores fundamentales de la familia. Al mismo tiempo ésta tiene derecho a ser protegida adecuadamente, en particular respecto a sus miembros más jóvenes, contra los efectos negativos y los abusos de los medios de comunicación.

Artículo 6

La familia tiene el derecho de existir y progresar como familia.

a) Las autoridades públicas deben respetar y promover la dignidad, justa independencia, intimidad, integridad y estabilidad de cada familia.

b) El divorcio atenta contra la institución misma del matrimonio y de la familia.

c) El sistema de familia amplia, donde exista, debe ser tenido en estima y ayudado en orden a cumplir su papel tradicional de solidaridad y asistencia mutua, respetando a la vez los derechos del núcleo familiar y la dignidad personal de cada miembro.

Artículo 7

Cada familia tiene el derecho de vivir libremente su propia vida religiosa en el hogar, bajo la dirección de los padres, así como el derecho de profesar públicamente su fe y propagarla, participar en los actos de culto en público y en los programas de instrucción religiosa libremente elegidos, sin sufrir alguna discriminación.

Artículo 8

La familia tiene el derecho de ejercer su función social y política en la construcción de la sociedad.

a) Las familias tienen el derecho de formar asociaciones con otras familias e instituciones, con el fin de cumplir la tarea familiar de manera apropiada y eficaz, así como defender los derechos, fomentar el bien y representar los intereses de la familia.

b) En el orden económico, social, jurídico y cultural, las familias y las asociaciones familiares deben ver reconocido su propio papel en la planificación y el desarrollo de programas que afectan a la vida familiar.

Artículo 9

Las familias tienen el derecho de poder contar con una adecuada política familiar por parte de las autoridades públicas en el terreno jurídico, económico, social y fiscal, sin discriminación alguna.

a) Las familias tienen el derecho a unas condiciones económicas que les aseguren un nivel de vida apropiado a su dignidad y a su pleno desarrollo. No se les puede impedir que adquieran y mantengan posesiones privadas que favorezcan una vida familiar estable; y las leyes referentes a herencias o transmisión de propiedad deben respetar las necesidades y derechos de los miembros de la familia.

b) Las familias tienen derecho a medidas de seguridad social que tengan presentes sus necesidades, especialmente en caso de muerte prematura de uno o ambos padres, de abandono de uno de los cónyuges, de accidente, enfermedad o invalidez, en caso de desempleo, o en cualquier caso en que la familia tenga que soportar cargas extraordinarias en favor de sus miembros por razones de ancianidad, impedimentos físicos o psíquicos, o por la educación de los hijos.

c) Las personas ancianas tienen el derecho de encontrar dentro de su familia o, cuando esto no sea posible, en instituciones adecuadas, un ambiente que les facilite vivir sus últimos años de vida serenamente, ejerciendo una actividad compatible con su edad y que les permita participar en la vida social.

d) Los derechos y necesidades de la familia, en especial el valor de la unidad familiar, deben tenerse en consideración en la legislación y política penales, de modo que el detenido permanezca en contacto con su familia y que ésta sea adecuadamente sostenida durante el período de la detención.

Artículo 10

Las familias tienen derecho a un orden social y económico en el que la organización del trabajo permita a sus miembros vivir juntos, y que no sea obstáculo para la unidad, bienestar, salud y estabilidad de la familia, ofreciendo también la posibilidad de un sano esparcimiento.

a) La remuneración por el trabajo debe ser suficiente para fundar y mantener dignamente a la familia, sea mediante un salario adecuado, llamado « salario familiar », sea mediante otras medidas sociales como los subsidios familiares o la remuneración por el trabajo en casa de uno de los padres; y debe ser tal que las madres no se vean obligadas a trabajar fuera de casa en detrimento de la vida familiar y especialmente de la educación de los hijos.

b) El trabajo de la madre en casa debe ser reconocido y respetado por su valor para la familia y la sociedad.

Artículo 11

La familia tiene derecho a una vivienda decente, apta para la vida familiar, y proporcionada al número de sus miembros, en un ambiente físicamente sano que ofrezca los servicios básicos para la vida de la familia y de la comunidad.

Artículo 12

Las familias de emigrantes tienen derecho a la misma protección que se da a las otras familias.

a) Las familias de los inmigrantes tienen el derecho de ser respetadas en su propia cultura y recibir el apoyo y la asistencia en orden a su integración dentro de la comunidad, a cuyo bien contribuyen.

b) Los trabajadores emigrantes tienen el derecho de ver reunida su familia lo antes posible.

c) Los refugiados tienen derecho a la asistencia de las autoridades públicas y de las organizaciones internacionales que les facilite la reunión de sus familias.



FUENTES Y REFERENCIAS

Preámbulo

A. Rerum novarum, 9; Gaudium et spes, 24.
B. Pacem in terris, parte I; Gaudium et spes, 48 y 50; Familiaris consortio, 19; Codex Iuris Canonici, 1056.
C. Gaudium et spes, 50; Humanae vitae, 12; Familiaris consortio, 28.
D. Rerum novarum, 9 y 10; Familiaris consortio, 45.
E. Familiaris consortio, 43.
F. Gaudium et spes, 52; Familiaris consortio, 21.
G. Gaudium et spes, 52; Familiaris consortio, 42 y 45.
I. Familiaris consortio, 45.
J. Familiaris consortio, 46.
K. Familiaris consortio, 6 y 77.
L. Familiaris consortio, 3 y 46.
M. Familiaris consortio, 46.

Artículo 1

Rerum novarum, 9; Pacem in terris, parte 1; Gaudium et spes, 26; Declaración universal de los Derechos Humanos, 16, 1.
a) Codex Iuris Canonici, 1058 y 1077; Declaración universal, 16, 1.
b) Gaudium et spes, 52; Familiaris consortio, 81.
c) Gaudium et spes, 52; Familiaris consortio, 81 y 82.

Artículo 2

Gaudium et spes, 52; Codex Iuris Canonici, 1057; Declaración universal, 16, 2.
a) Gaudium et spes, 52.
b) Dignitatis humanae, 6.
c) Gaudium et spes, 49; Familiaris consortio, 19 y 22; Codex Iuris Canonici, 1135; Declaración universal, 16, 1.

Artículo 3

Populorum progressio, 37; Gaudium et spes, 50 y 87; Humanae vitae, 10; Familiaris consortio, 30 y 46.
a) Familiaris consortio, 30.
b) Familiaris consortio, 30.
c) Gaudium et spes, 50.

Artículo 4

Gaudium et spes, 51; Familiaris consortio, 26.
a) Humanae vitae, 14; Declaración sobre el aborto provocado (S. Congregación para la Doctrina de la Fe), 18 de noviembre de 1974; Familiaris consortio, 30.
b) Juan Pablo II, Discurso a la Academia pontificia de las ciencias, 23 de octubre de 1982.
d) Declaración universal, 25, 2; Declaración sobre los Derechos del Niño, Preámbulo y 4.
e) Declaración universal, 25, 2.
f) Familiaris consortio, 41.
g) Familiaris consortio, 77.

Artículo 5

Divini illius magistri, 27-34; Gravissimum educationis, 3; Familiaris consortio, 36; Codex Iuris Canonici, 793 y 1136.
a) Familiaris consortio, 46.
b) Gravissimum educationis, 7; Dignitatis humanae, 5; Juan Pablo II, Libertad religiosa y el Acta final de Helsinki (Carta a los Jefes de las naciones signatarias del Acta final de Helsinki), 4b; Familiaris consortio, 40; Codex Iuris Canonici, 797.
c) Dignitatis humanae, 5; Familiaris consortio, 37 y 40.
d) Dignitatis humanae, 5; Familiaris consortio, 40.
e) Familiaris consortio, 40; Codex Iuris Canonici, 796.
f) Pablo VI, Mensaje para la Tercera Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 1969; Familiaris consortio, 76.

Artículo 6

Familiaris consortio, 46.
a) Rerum novarum, 10; Familiaris consortio, 46; Convención internacional sobre los Derechos civiles y políticos, 17.
b) Gaudium et spes, 48 y 50.

Artículo 7

Dignitatis humanae, 5; Libertad religiosa y el Acta final de Helsinki, 4b; Convención internacional sobre los Derechos civiles y políticos, 18.
Artículo 8
Familiaris consortio, 44 y 48.
a) Apostolicam actuositatem, 11; Familiaris consortio, 46 y 72.
b) Familiaris consortio, 44 y 45.

Artículo 9

Laborem exercens, 10 y 19; Familiaris consortio, 45; Declaración universal, 16, 3 y 22; Convención internacional sobre los Derechos económicos, sociales y culturales, 10, 1.
a) Mater et magistra, parte II; Laborem exercens, 10; Familiaris consortio, 45; Declaración universal, 22 y 25; Convención internacional sobre los Derechos económicos, sociales y culturales, 7, a, ii.
b) Familiaris consortio, 45 y 46; Declaración universal, 25, 1; Convención internacional sobre los Derechos económicos, sociales y culturales, 9, 10, 1 y 10, 2.
c) Gaudium et spes, 52; Familiaris consortio, 27.

Artículo 10

Laborem exercens, 19; Familiaris consortio, 77; Declaración universal, 23, 3.
a) Laborem exercens, 19; Familiaris consortio, 23 y 81.
b) Familiaris consortio, 23.

Artículo 11

Apostolicam actuositatem, 8; Familiaris consortio, 81; Convención internacional sobre los Derechos económicos, sociales y culturales, 11, 1.

Artículo 12
Familiaris consortio, 77; Carta social europea, 19.