Curso de Instructores del Método Billings

¿Enloquecieron o son así?


Cuando la Ideología se impone a la realidad
por Pedro U. Rodríguez Martínez
Fuente: www.millonxmexico.org
19 de Mayo de 2009.

Alguna vez leí una definición de ideología, la que a mi parecer, refleja de manera clara lo que ocurre no sólo en el ámbito de la política y la economía, también se da en los demás campos de la vida social: “Las ideologías no son otra cosa que caricaturas de la realidad”.


Ejemplos de lo anterior sobran, y van desde la ideología nazi que pretendía imponer el criterio de “raza superior” lo que justificaba la persecución y asesinato de millones de judíos, gitanos, negros, latinos y todo aquello que no concordara con su caricatura de realidad. O el caso de la ideología marxista, la que es aún hoy seguida por algunos (afortunadamente ya no muchos) intelectuales, gobernantes y caudillos, a pesar de la manifestación de su fracaso ante la realidad.


De manera similar ocurre con la ideología de género que rechaza las evidentes manifestaciones de la naturaleza humana y pretende encasillar toda diferencia hombre – mujer en una pretendida “construcción social”, llegando al extremo de pretender la existencia de una multiplicidad de géneros que no existen en la realidad, sino en su ideología que caricaturiza lo evidente.


El colmo de estas desviaciones intelectuales en aras de la ideología se da en las hoy dolidas abortistas, autodenominadas “las libres”, “free choice”, “católicas por el derecho a decidir”, entre otras denominaciones que pretenden ocultar bajo el nombre de la libertad, su rechazo a la vida y el deseo de imponer en nuestro país la cultura de la muerte.


Los trastocamientos de la realidad impulsados por la ideología llegan al grado que hoy la modificación de un artículo de la constitución del Estado para reconocer el derecho a la vida desde la concepción hasta la muerte natural, es manipulado por estas y estos corifeos de la muerte como un atentado a la vida de las mujeres y es llamada “ley antiaborto”.

La muestra de estas locuras ideológicas está en las palabras del presidente de un “partido” que habla de democracia social, quien pide al gobernador que vete dicha ley, bajo el argumento de que: “al aprobar la modificación constitucional se deja de lado la aplicación de la norma 046 y el uso de métodos anticonceptivos, como lo es la píldora de emergencia y la inseminación in vitro”.


Para empezar la inseminación in vitro no es un método anticonceptivo y al señalar a la píldora de emergencia, reconoce lo que desde hace mucho han negado, que esta píldora es efectivamente abortiva. De la norma 046 ya habrá tiempo de hablar en otro artículo.


Otra muestra de estas torceduras de la realidad para que quepan en la ideología se da en un desplegado firmado por diversas ONG’s bajo la responsabilidad de Ángeles López García, quienes se preguntan: “¿A partir de cuándo se cuenta ahora la edad de una persona? ¿Van a cobrar el doble de salario las obreras embarazadas? Porque están trabajando dos personas, según la Constitución. O ¿es explotación infantil? ¿Cuál es ahora la población de Guanajuato?”


Nada más de leer tantas barrabasadas, que para ellas y bajo el manto de la ideología tienen mucho sentido, dan ganas de carcajearse, si no fuera un tema tan serio que tiene que ver con el derecho más importante de todo ser humano y sin el cual pierden sentido todos los demás.


Ante todas estas preguntas que se hacen y que ni vale la pena responder, me gustaría agregar una que conviene reflexionar. ¿Por qué toda mujer que sabe que está embarazada (y ésto seguramente se sabe desde mucho antes de las 12 semanas que sus sesudas cavilaciones les han hecho creer) deja de fumar, tomar medicamentos o beber alcohol, lo cual no ocurre cuando se trata de un barro, una verruga o un quiste? La respuesta es muy simple: porque al realizar estas acciones se pone en riesgo la salud del ser humano que vive en su vientre, aunque a ellas no les afecte de ninguna forma o hasta les haga sentirse bien, como en el caso de tomar una aspirina por un dolor de cabeza.


Esto manifiesta una realidad que no tiene nada que ver con la ideología, ni está cobijada en ningún tipo de prejuicio, es sólo responder a la naturaleza humana y al sentido común. Porque se trata de un cuerpo distinto al propio, de una vida distinta a la personal y de un ser humano que depende de la madre, pero que no es ella. De modo que si ella pretende deshacerse de un barro, la verruga o el quiste, está en todo derecho a hacerlo; si desea cortarse una pierna, hacerse una liposucción o sacarse un ojo, muy su cuerpo y su decisión, aquí está en todo derecho para ejercer la libertad sobre el propio cuerpo. Lo que no ocurre tratándose de otro ser que posee hasta características genéticas distintas a la suya.


Pero como la ideología manda, como la agenda abortista está sobre la propia realidad, es preciso llegar a estas locuras. Por ello la pregunta inicial, ¿enloquecieron al mirar cómo la cultura de la vida va tomando sentido y ven perdido lo que consideraban su bastión en la lucha contra el mal encarnado en los defensores de la vida? En verdad que las virtudes se han vuelto locas, como afirmara mi admirado Chesterton. Ahora resulta que el asesino, el malo, el agresor, es el que defiende la vida humana y el bueno es el que asesina en el vientre materno.


Yo más bien creo que así son, y si la realidad no cuadra con su ideología, pues peor para la realidad, como afirmara otro de estos desquiciados, hace ya algunos ayeres. ¡Qué cosas! ¿No cree usted?

Nuestros hijos espirituales



Murillo: Angel de la Guarda

La oración que propusimos no dice "rezo por un niño", o "una niña", o "por todos los niños". Dice expresamente el nombre elegido para esa persona, porque es una persona real, lo mismo que un niño ya nacido.


No es un N.N. ; no son todos los niños anónimos del mundo: es alguien único, irrepetible, amado por Dios, que tiene un Ángel Custodio. Los hijos adoptivos espirituales por los que rezamos en este programa son:

Aasgard
Andrés
Agustín
Agustín
Agustín
Agustín
Agustín
Agustín
Agustín
Agustín Rafael
Ailín
Aíto Rafael
Alba
Alberto Ignacio
Alejandro
Alejandro
Amanda María
Ana
Ana
Ana
Ana Guadalupe
Ana Karina
Ana María
Ana Matilde
Andrea
Andrea
Andrés
Angel
Ángel
Ángela
Angélica
Angelito
Annie
Antonio
Antonio
Antonio
Antonio
Antonio
Arturo
Asgaard
Augusto
Aurora
Ayelén
Azul

Baltasar
Benjamín
Benjamín
Bernard Joseph
Bernardita
Bernardita del Milagro
Bernardita María
Blas
Bonifacio
Bonifacio
Brenda
Bruno

Carlitos
Carlos
Carlos Alberto
Carmen
Carmen
Carmen de Jesús
Carmencita
Ceferino
Christian
Cristián
Cristina
Cristobalito
Cuatrillizos Rafael, Luz, Enrique y María
Cuatrillizos Violeta, Sofía, Norma y Benito


Dafne Giovanna
Damián
Daniel
Daniel
Danna Paola
Diana
Diego
Diego
Diego
Diego
Diego Andrés
Diego Jesús
Dieguito
Domingo
Dora

Edmundo
Elías Jeremías
Elsa
Emanuel Alonso
Emilia María
Emilio
Emma
Emmanuel
Emmanuel
Emmanuel María
Enrique
Esmeralda
Esteban
Estefanía
Esther
Estrella
Eulalia
Ezequiel


Facundo
Fátima Guadalupe
Federico
Federico
Felicitas
Felicitas
Felicitas
Felicitas
Felicitas
Felicitas
Felipe
Felipe
Felipe
Felipe
Felipe
Fernando
Fernando
Fernado Jesús
Flor
Florencia del Carmen
Francesca
Francisco
Francisco
Francisco
Francisco
Francisco
Francisco
Francisco de Jesús
Francisco José
Franco
Franco
Franco
Franco

Gabriel
Gabriel
Gabriel
Gabriel
Gabriel
Gabriel
Gabriel de Santa María
Gabriela
Giuliano
Guadalupe
Guadalupe
Guadalupe
Guadalupe
Guadalupe María
Gustavo
Gustavo
Gustavo de la Medalla


Hans
Hicham Elhammouchi
Hugo

Ignacio de la Cruz
Ignacio Tomás
Imelda
Inés Edith
Inés María
Ionna
Irene
Isabel Sofía
Isac
Isaías
Isidro
Ismael Adolfo
Itzel Guadalupe

Jacinta Inés
Jacintita
Jacinto
Jalila Almendra
Jeremías
Jerónimo
Jerónimo
Jesús
Jesús
Jesús
Jesús
Jesús
Jesús
Jesús
Jesús
Jesús Salvador
Joaquín
Joaquín
Joaquín
Jorge
Jorge
Jorge Luis
Jorge Rafael
Jorge Rafael
Jorge Rafael
José
José
José
José
José
José
José
José
José
José
José
José
José
José
José Alfredo
José Antonio
José de Jesús
José del Corazón de Jesús
José Fabio
José Feliciano
José Francisco
José Francisco
José Gabriel
José Luis
José Luis
José María
José María
Josefina
Joseph Abisai
Joshua
Juan
Juan
Juan
Juan
Juan
Juan
Juan
Juan
Juana
Juan Bautista
Juan Cruz
Juan Cruz
Juan de la Cruz
Juan Gregorio
Juan Ignacio
Juan Manuel
Juan Manuel
Juan María
Juan Martín
Juan Martín
Juan Pablo
Juan Pablo
Juan Pablo
Juan Pablo
Juan Pablo
Juan Ramón
Juan Ramón
Juan Ramón
Juan Ramón
Juan Ramón
Juan Ramón
Juan Ramón
Julio Cepeda
Justina
Justo José

Katheryn
Kurt

Laura
Laura
Laura de los Santísimos Sacramentos
Laura Marcela
Leíto
Liliana
Lisandro
Liz
Lorenzo
Lourdes
Lourdes Itatí
Lucas
Lucas
Lucas
Lucía
Lucía del Rosario
Luciana
Luciano Rafael
Lucrecia
Luis
Luis
Luis
Luis Angel
Luis Antonio
Luis Fernando
Luis Ignacio
Luis María
Lupita
Luz
Luz
Luz
Luz
Luz
Luz Sol

Macarena
Malena
Malena
Malena
Malena
Malena Pilar
Maialén
Manolo
Manuel
Manuel
Manuel
Marcelino
Marcos
Marcos
Marcos
Marcos
María
María
María
María
María
María
María
María
María
María
María
María
María
María
María Astrid
María Belén
María Bernabé
María Catalina
María Catalina
María Cecilia
María Cecilia
María Clara
María Clara
María de la Defensa
María de la Medalla
María de la Paz
María de las Gracias
María de los Angeles
María de los Ángeles
María de Lourdes
María de Lourdes
María del Carmen
María del Huerto
María Mercedes
María del Pilar
María del Pilar
María del Rosario
María del Rosario
María Sol
María del Valle
María Eugenia
María Esperanza
María Fabiola
María Francisca
María Goreti
María Guadalupe
María Guadalupe
María Isabel
María Jesús
María Jesús
María Jesús
María José
María José
María José de Jesús
María Josefina
María Julia
María Laura
María Lidia
María Luciana
María Luján
María Manuela
María Paz
María Regina
María Sol
María Teresa
María Teresa
María Teresita
María Virginia
Mariajosé
Mariana
Mariana
Mariana
Mariana
Mariana
Mariana Paz
Marianela
Marina
Marisol
Marisol
Martín
Martín
Martín Adrián
Martina
Martina Soledad
Masoona
Mateo
Mateo
Mateo
Mateo
Matías

Mellizos Abril y Santiago
Mellizos Ana y Enrique
Mellizos Ana y Federico
Mellizos Clara y Facundo
Mellizos Daniel y Rode
Mellizos Ester y Esaú
Mellizos Felipe y Juan de la Cruz
Mellizos Gabriel y Lucía
Mellizos Héctor Pastor y Julia
Mellizos Isabel y Tomás
Mellizos Juan Bernardo y Domingo
Mellizos Juan Carlos y Jeff Daniel
Mellizos Juan Cruz y María del Valle
Mellizos Juan Cruz y Cecilia
Mellizos Luz y Sofía
Mellizos María José y José María
Mellizos Mª Angela y José Fernando
Mellizos Matilde y Silvestre
Mellizos Rafael y Luz
Mellizos Ramón y Paula
Mellizos Tobías y María
Mellizos Violeta y Jesús


Melody
Meztli
Mharam Najilla
Micaela
Micaela
Micaela
Micaela
Micaela
Micaela de los Ramos
Miguel
Miguel
Miguel de Jesús
Miguelito
Milagros
Milagros
Milagros
Milenita
Milum
Mylena

Neyén
Nicolás
Nicolás
Nicolás
Nora Mercedes María

Oscar
Oscar
Oscar

Pablo
Pablo
Pablo
Pablo
Pablo
Pablo
Pablo Esteban
Patricio
Paulina
Paz
Pedrito
Pedro
Pedro
Pedro
Pedro
Pedro
Pedro
Pedro César
Pedro Santiago
Pepito
Pío
Pilar
Pilar
Pobanu

Rafael
Rafael
Rafael
Rafael
Rafael María
Ramiro
Ramón
Ramón
Ramón
Ramoncito
Raquel
Raquel
Raúl
Raúl Mario
Ricardo
Ricardo
Ricardo
Rita
Roberto
Rocío
Rocío
Rodrigo
Rogelio
Rosa de Santa María
Rosarito
Rosina
Rulito
Rumina
Rut
Rut

Samuel
Samuel
Samuel
Samuha
Santiago
Santiago
Santiago
Santiago
Santos
Sara
Sara
Sebastián
Sebastián
Sebastián
Silvina
Simón
Sofía
Sofía
Sofía
Sofía
Sofía
Sofía
Sofía
Sofía Laura
Stella María
Susana
Susanita

Teresita
Teresita
Teresita
Theoden
Tobías Rafael
Tom
Tomás
Tomás
Tomás Natanael
Tulio


Valdeflores
Valentín
Valentín
Valentina
Valentino
Valentino
Verónica
Vicente
Víctor
Victor Emmanuel
Víctor Emmanuel
Victoria
Victoria
Victoria Alejandra
Virginia

Xesús-María

Yosselin

Znameniha
Zulma Sarah

El aborto, al margen de la Fe

por Julián Marías
Fuente: FLASHESCulturales
FlashesCulturales@adinet.com.uy


La espinosa cuestión del aborto voluntario, que en los últimos años ha adquirido una amplitud desconocida, hasta convertirse en una de las cuestiones más apremiantes en las sociedades occidentales, se puede plantear de maneras muy diversas.

Entre los que consideran la inconveniencia o ilicitud del aborto, el planteamiento más frecuente es el religioso. Por supuesto, es una perspectiva justificada y aceptable, pero restringida. Se suele responder que, para los cristianos (a veces, de manera más estrecha, para los católicos), el aborto puede ser ilícito, pero que no se puede imponer a una sociedad entera una moral «particular». Es decir, los argumentos fundados en la fe religiosa no son válidos para los no creyentes.

Rara vez se mira si los argumentos así propuestos, aun procediendo de una manera cristiana de ver la realidad, no tienen fuerza de convicción incluso prescindiendo de ese origen; el hecho es que todo el que no participa de esa creencia se desentiende de ellos y considera que no le pueden decir nada.

Hay otro planteamiento que pretende tener validez universal, y es el científico. Las razones biológicas, concretamente genéticas, se consideran demostrables, enteramente fidedignas, concluyentes para cualquiera. Por supuesto esas razones tienen muy alto valor, y se deben tomar en cuenta, pero sus pruebas no son accesibles a la inmensa mayoría de los hombres y mujeres, que las admiten por fe (se entiende, por fe en la ciencia, por la vigencia que ésta tiene en el mundo actual).

Hay otro factor que me parece más grave respecto al planteamiento científico de la cuestión: Depende del estado actual de la ciencia biológica, de los resultados de la más reciente y avanzada investigación. Quiero decir que lo que hoy se sabe, no se sabía antes. Los argumentos de los biólogos y genetistas, válidos para el que conoce estas disciplinas y para los que participan de la confianza en ellas, no lo hubieran sido para los hombres y mujeres de otros tiempos, incluso bastante cercanos.

Creo que hace falta un planteamiento elemental, ligado a la mera condición humana, accesible a cualquiera, independiente de conocimientos científicos o teológicos, que pocos poseen. Es menester plantear una cuestión tan importante, de consecuencias prácticas decisivas, que afecta a millones de personas y a la posibilidad de vida de millones de niños que nacerán o dejarán de nacer, de una manera evidente, inmediata, fundada en lo que todos viven y entienden sin interposición de teorías (que en ocasiones impiden la visión directa y provocan la desorientación).

Esta visión no puede ser otra que la antropológica, fundada en la mera realidad del hombre tal como se ve, se vive, se comprende a sí mismo. Hay, pues, que intentar retrotraerse a lo más elemental, que por serlo no tiene supuestos de ninguna ciencia o doctrina, que apela únicamente a la evidencia y no pide más que una cosa: abrir los ojos y no volverse de espaldas a la realidad.

Se trata de la distinción decisiva entre cosa y persona. Sin embargo, dicho así puede parecer cosa de doctrina. Por verdadera y justificable que sea, evitémosla. Limitémonos a algo que forma parte de nuestra vida más elemental y espontánea: el uso de la lengua.

Todo el mundo, en todas las lenguas que conozco, distingue, sin la menor posibilidad de confusión, entre qué y quién, algo y alguien, nada y nadie. Si entro en una habitación donde no está ninguna persona, diré: «no hay nadie», pero no se me ocurrirá decir: «no hay nada», porque puede estar llena de muebles, libros, lámparas, cuadros. Si se oye un gran ruido extraño, me alarmaré y preguntaré: «¿qué pasa?» o «¿qué es eso?». Pero si oigo el golpe de unos nudillos que llaman a la puerta, nunca preguntaré: «¿qué es?», sino «¿quién es?».

A pesar de ello, la ciencia y aun la filosofía llevan dos milenios y medio preguntando: «¿Qué es el hombre?», con lo cual han dibujado ya el marco de una respuesta errónea, porque sólo muy secundariamente es el hombre un «qué»; la pregunta recta y pertinente sería: «¿Quién es el hombre?», o, con mayor rigor y adecuación: «¿Quién soy yo?».

Por supuesto, «yo» o «tú», o «él» siempre que se entienda de manera inequívocamente personal. Es significativo que los pronombres de primera y segunda persona (yo, tú) tienen una sola forma, sin distinción de género, mientras que el de tercera persona admite esa distinción, e incluso con tres géneros (él, ella, ello). El que habla y a quien se habla son inmediatamente realidades personales, y su género es evidente en la acción misma, mientras que no lo es cuando se habla de alguien no presente (y, además, se puede hablar de algo).

Se preguntará qué tiene esto que ver con el aborto. Lo que aquí me interesa es ver qué es, en qué consiste, cuál es su realidad. El nacimiento de un niño es una radical innovación de realidad: la aparición de una realidad nueva. Se dirá tal vez que no propiamente nueva, ya que se deriva ó viene de sus padres. Diré que es cierto, y mucho más: de los padres, de los abuelos, de todos los antepasados; y también del oxígeno, el nitrógeno, el hidrógeno, el carbono, el calcio, el fósforo y todos los demás elementos que intervienen en la composición de su organismo. El cuerpo, lo psíquico, hasta el carácter viene de ahí, y no es rigurosamente nuevo. Diremos que lo que el hijo es se deriva de todo eso que he enumerado, es reductible a ello. Es una «cosa», ciertamente animada y no inerte, diferente de todas las demás, en muchos sentidos única, pero al fin una cosa. Desde este punto de vista, su destrucción es irreparable, como cuando se rompe una pieza que es ejemplar único.

Pero todavía no es esto lo importante. Lo que es el hijo puede «reducirse» a sus padres y al mundo; pero el hijo no es lo que es. Es alguien. No un qué, sino un quién, alguien a quien se dice tú, que dirá en su momento, dentro de algún tiempo, yo. Y este quién es irreductible a todo y a todos, desde los elementos químicos a sus padres, y a Dios mismo, si pensamos en él. Al decir «yo», se enfrenta con todo el universo, se contrapone polarmente a todo lo que no es él, a todo lo demás (incluido, por supuesto, lo que es).

Es un tercero absolutamente nuevo, que se añade al padre y a la madre. Y es tan distinto de lo que es, que dos gemelos univitelinos, biológicamente indiscernibles, y que podemos suponer «idénticos», son absolutamente distintos entre sí y cada uno de todo lo demás; son, sin la menor restricción ni duda, «yo» y «tú».

Cuando se dice que el feto es «parte» del cuerpo de la madre, se dice una insigne falsedad, porque no es parte: está alojado en ella, mejor aún, implantado en ella (en ella, y no meramente en su cuerpo). Una mujer dirá: «estoy embarazada», nunca «mi cuerpo está embarazado». Es un asunto personal por parte de la madre.

Pero además, y sobre todo, la cuestión no se reduce al qué, sino a ese quién, a ese tercero que viene, y que hará que sean tres los que antes eran dos. Para que esto sea más claro aún, piénsese en la muerte. Cuando alguien muere, nos deja solos; éramos dos y ya no hay más que uno. Inversamente, cuando alguien nace, hay tres en vez de dos (o, si se quiere, dos en vez de una).

Esto es lo que se vive de manera inmediata, lo que se impone a la evidencia sin teorías, lo que reflejan los usos del lenguaje.

Una mujer dice: «voy a tener un niño»; no dice: «tengo un tumor». (Cuando alguna mujer se cree embarazada y resulta que lo que tiene es un tumor, su sorpresa es tal, que muestra hasta qué punto se trata de realidades radicalmente diferentes).

El niño no nacido aún es una realidad viniente, que llegará si no lo paramos, si no lo matamos en el camino.

Pero si se miran bien las cosas, esto no es exclusivo del niño antes de su nacimiento: el hombre es siempre una realidad viniente, que se va haciendo y realizando, alguien siempre inconcluso, un proyecto inacabado, un argumento que tiende a un desenlace.

Y si se dice que el feto no es un «quién» porque no tiene una vida «personal», habría que decir lo mismo del niño ya nacido durante muchos meses (y habría que volver a decirlo del hombre durante el sueño profundo, la anestesia, la arterioesclerosis avanzada, la extrema senilidad, no digamos el estado de coma).

A veces se usa una expresión de refinada hipocresía para denominar el aborto provocado; se dice que es la «interrupción del embarazo».

Los partidarios de la pena de muerte tienen resueltas sus dificultades: ¿para qué hablar de tal pena, de tal muerte? La horca o el garrote pueden llamarse «interrupción de la respiración» (y con un par de minutos basta); ya no hay problema. Cuando se provoca el aborto o se ahorca no se interrumpe el embarazo o la respiración; en ambos casos se mata a alguien.

Y, por supuesto, es una hipocresía más considerar que hay diferencia según en qué lugar del camino se encuentre el niño que viene, a qué distancia de semanas o meses de esa etapa de la vida que se llama nacimiento va a ser sorprendido por la muerte.

Consideremos otro aspecto de la cuestión. Con frecuencia se afirma la licitud del aborto cuando se juzga que probablemente el que va a nacer (el que iba a nacer) sería anormal, física o psíquicamente.


Pero esto implica que el que es anormal no debe vivir, ya que esa condición no es probable, sino segura. Y habría que extender la misma norma al que llega a ser anormal, por accidente, enfermedad o vejez.

Si se tiene esa convicción, hay que mantenerla con todas sus consecuencias; otra cosa es actuar como Hamlet en el drama de Shakespeare, que hiere a Polonio con su espada cuando está oculto detrás de la cortina.

Hay quienes no se atreven a herir al niño más que cuando está oculto –se pensaría que protegido– en el seno materno; lo cual añade gravedad al hecho: en una época en que cuando se encuentra a un terrorista con una metralleta en la mano, todavía humeante, junto al cadáver de un hombre acribillado a balazos, se dice que es «el presunto asesino», la mera probabilidad de una anormalidad se considera suficiente para decretar la muerte del que está expuesto al riesgo de ser más o menos anormal. Esta actitud no es nueva; ya se ha aplicado, y con gran amplitud, en la Alemania hitleriana, hace medio siglo, con el nombre de eugenesia práctica.

Lo que aquí me interesa es entender qué es aborto. Con increíble frecuencia se enmascara su realidad con sus fines. Quiero decir que se intenta identificar el aborto con ciertos propósitos que parecen valiosos, convenientes o por lo menos aceptables: por ejemplo, la regulación de la población, el bienestar de los padres, la situación de la madre soltera, las dificultades económicas, la conveniencia de disponer de tiempo libre, la mejora de la raza.

Se podría investigar en cada caso la veracidad o la justificación de esos mismos fines (por ejemplo, se ha hecho campaña abortista en una región de América del Sur de 144.000 kilómetros cuadrados de extensión y 25.000 habitantes, es decir, despoblada).

Pero lo que quiero mostrar es que esos fines no son el aborto. Lo correcto es decir: Para esto (para conseguir esto o lo otro) se debe matar a tales personas. Esto es lo que se propone, lo que en tantos casos se hace en muchos países en la época en que vivimos.

Esta es la significación antropológica de esa palabra tan traída y llevada, que se escribe más veces en un solo día que en cualquier otra época en un año.

Y una prueba más de cómo se plantea el tema del aborto, eliminando arbitrariamente la condición personal del hombre, el carácter de quién en que consiste, es que en muchas legislaciones sobre este asunto –sin ir más lejos, en la que se propone en España– se prescinde enteramente del padre. Se atribuye la decisión exclusiva a la madre (la palabra no parece enteramente propia, sería más adecuado hablar de la hembra embarazada), sin que el padre tenga nada que decir. Esto es, que aun en el caso de que el padre sea perfectamente conocido y legítimo, por ejemplo si se trata de una mujer casada, es ella y sólo ella la que decide, y si su decisión es abortar, el padre no puede hacer nada para que no maten a su hijo.

Esto, por supuesto, no se dice así; se tiende a no decirlo, a pasarlo por alto, para que no se advierta lo que ello significa.

En una época en que se habla tanto de la «mujer objeto» –no sé si alguna vez ha sido vivida así; sospecho que siempre se la ha visto como «sujeto» (o «sujeta»)–, se ha abierto camino en la mente de innumerables gentes la interpretación del niño-objeto, del niño-tumor, que se puede extirpar como un crecimiento enojoso.

Se trata de obliterar literalmente el carácter personal de lo humano. Para ello se habla del «derecho a disponer del propio cuerpo».

Pero, aparte de que el niño no es el cuerpo de la madre, sino que es alguien corporal implantado en la realidad corporal de su madre, es que ese supuesto derecho no existe.

A nadie se le permite la mutilación: si yo quiero cortarme una mano de un hachazo, los demás, y a última hora el poder público, me lo impiden; no digamos si se la quiero cortar a otro, aunque sea con su consentimiento. Y si me quiero tirar por una ventana o desde una cornisa, acuden la policía y los bomberos, y por la fuerza me impiden realizar ese acto, del cual se me pedirán cuentas.

El núcleo de la cuestión es la negación del carácter personal del hombre. Por eso se olvida la paternidad; por eso se reduce la maternidad al estado de soportar un crecimiento intruso, que se puede eliminar. Se descarta todo posible uso del quién, de los pronombres tú y yo. Tan pronto como aparecen, toda la construcción elevada para justificar el aborto se desploma corno una monstruosidad. ¿No se tratará acaso de esto, precisamente? ¿No estará en curso un proceso de despersonalización, es decir, de deshominización del hombre y de la mujer, las dos formas irreductibles, mutuamente necesarias, en que se realiza la vida humana?

Si las relaciones de maternidad y paternidad quedan abolidas, si la relación entre los padres queda reducida a una mera función biológica sin perduración más allá del acto de generación, sin ninguna significación personal entre las tres personas implicadas, ¿qué queda de humano en todo ello? Y si esto se impone y se generaliza, si la humanidad vive de acuerdo con estos principios, ¿no se habrá comprometido, quién sabe hasta cuándo, esa misma condición humana?

Por esto me parece que la aceptación social del aborto es, sin excepción, lo más grave que ha acontecido en esta época.

El preservativo es un engaño

En una entrevista a la revista francesa "Famille chrétienne", Dominique Morin, enfermo de SIDA, explica por qué el preservativo responde a una lógica de miedo.
Fuente: Alfa & Omega


¿Le han parecido escandalosas las propuestas recientes de Benedicto XVI sobre el sida?


Lo escandaloso son esos coros de vírgenes alarmadas. ¿Qué ha dicho Benedicto XVI? El hombre no se puede resignar a tener comportamientos sexuales con riesgo (vagabundeo sexual u homosexual), ni la sociedad fundar una prevención del sida sobre el fracaso. Él ha recordado que el hombre está dotado de razón, de libertad que le hace capaz de pensar en sus actos. La solución para el sida está en los medios de propagación. El único medio de pararlo es evitar los comportamientos de riesgo. Es simple sentido común, ¡pero no es algo que abunde hoy en día! Así que le doy las gracias al Papa por haber roto el tabú. Él no nos está hablando de una teoría que se acabe de inventar. No ha hecho más que recordar lo que pregona la Iglesia. En el Antiguo Testamento ya está escrito: «Yo te mostraré el camino de la vida y de la muerte. Elige la vida». Como Dios, la Iglesia cree en nosotros. Ella cree al hombre capaz de plantearse distintas opciones. Sus elecciones le hacen salir de una lógica fatalista que hace al hombre esclavo de sus pasiones.



¿Se hace un favor a los jóvenes reco- mendándoles el preservativo?


Desde hace quince años doy testimonio en los colegios. Los jóvenes hoy sólo piensan en una sexualidad impulsiva, instintiva. Ése es su único horizonte. Ahora bien, detrás de la pregunta: "¿Dime cómo conseguir una chica fácil?", se esconde una aspiración profunda: el deseo de amar. Decir que un joven está obligado a tener relaciones sexuales para descubrirse y aprender a amar corresponde a la lógica freudiana, que es falsa. Existe otra vía distinta a la pornografía, a la masturbación, a las relaciones inestables... Olvidar decirles esta verdad equivale a mentirles. Los que les dicen que utilicen un preservativo se lavan las manos y tranquilizan su conciencia a bajo precio. El joven se encuentra al límite de sus medios, con relaciones sin confianza. El preservativo es un engaño y una estafa.



Usted es portador del sida. ¿Cómo ha sido su historia?


En los años 80, yo vivía en la delincuencia, la droga, el sexo y la violencia política. En 1986 empezó mi conversión. Yo no podía más con toda esa violencia. Con la práctica religiosa, he descubierto una felicidad que no conocía. Decidí confesarme, ¡me lancé! Y reencontré la misericordia de Dios a través de la sonrisa benevolente del sacerdote y de su absolución. Después, en 1993, descubrí que estaba infectado de sida en fase 4.



Usted habla de política de prevención, como el Papa. ¿Se puede mantener ese discuso frente a un seropositivo?
Por supuesto, hay excepciones, pero una moral no se determina en función de un fracaso ni de un mal. La Iglesia jamás ha dicho que vayamos a infectarnos sin preservativos. Algunos impulsos son a veces tan fuertes, particularmente entre los homosexuales, que la persona no siempre es capaz, a pesar de sus esfuerzos, de resistirse. En ese caso, por supuesto, el sacerdote invita a no propagar más la muerte.



¿Cómo ha mantenido su apuesta por la castidad?


Yo no he tenido relaciones sexuales desde hace 29 años, y es para mí el único medio completamente seguro de no transmitir el virus. Yo no soy mejor que los otros enfermos. Mi conversión me ha hecho cambiar mi perspectiva sobre mí, sobre mi cuerpo y mi relación con los otros. La oración y los sacramentos me han dado las gracias necesarias para arrancar mis hábi- tos y combatir mi debilidad. He aprendido a dominarme. También he descubierto mis relaciones castas con las chicas. La abstinencia sexual es a veces difícil, pero el placer del que me privo no me falta realmente, si miro la vida serena que hoy tengo.



¿Se ha sentido condenado por la Iglesia?


Jamás me he sentido rechazado por la Iglesia; al contrario. Ella me ha abierto sus puertas, me ha acogido tal como era. Me he sentido amado. La Iglesia diferencia entre la persona y sus actos. Antes de mi conversión, yo me sentía condenado por lo que creía eran las propuestas de la Iglesia, porque yo me creía uno con mis actos. Creía que cuando la Iglesia condenaba tal acto, ella condenaba al hombre. Ahora bien, la venganza de Dios es perdonar, como dice Pagnol. Dios sólo sabe amar. Él quiere con un amor predilecto a los enfermos de sida.



Muchos acusan a la Iglesia hoy…


La Iglesia fue la primera en ocuparse de los enfermos de sida. En los años 80, en los Estados Unidos, el cardenal O’Connor abrió un servicio especial para acogerlos, aunque se ingnoraban entonces los riesgos de contagio. La Madre Teresa creó el primer centro dedicado a los enfermos de sida: El regalo de amor, en Nueva York. Existen muchos más hoy en día por todo el mundo. La Iglesia ve la bondad del hombre. El Papa cumple con su papel de padre, de pedagogo, cuando recuerda que el hombre está destinado a amar en la verdad, y no en la mentira, en el miedo y el riesgo de morir. Nos muestra un camino exigente, sin pretender complacernos ni seducirnos. El sida se propaga por la promiscuidad. El único medio de contenerlo es volver a la raíz del amor. Todos aspiramos al amor verdadero, fundado en la confianza. El verdadero infierno está, no en ser castigado por las consecuencias de nuestro pecado, sino en tener miedo de amar.

Congruencia

por Héctor Uriel Rodríguez Sánchez

Sapos, serpientes, tepocatas, alimañas y víboras prietas arrojan sobre el congreso de Guanajuato los muy dolidos grupos antivida autodenominados “feministas”, “libres”, o cualquier otro término que confunda a la sociedad acerca de sus fines.

Les ha calado muy hondo que el más importante de los puntos de su agenda, “La despenalización del Aborto”, comience a toparse con pared a nivel nacional. Esperaban que tímidos, los votos de los legisladores prefirieran volver tema de partidos un asunto de conciencia. Como si aún existieran catacumbas para que los cristianos estuvieran “guardados”. Hasta recordaron a Judas al sentirse traicionados por los compañeros de bancada que votaron según su conciencia.

¡Mira qué cosas!

De pronto se acuerdan del Evangelio. Tal vez debieran leerle y entenderle más allá de lo que conviene a sus ocultos intereses.

Los gritos de los más de 23,000 niños asesinados en el D.F. por la ley antivida, han resonado duro en la conciencia de los legisladores en medio de este apocalíptico año. El blindaje de la vida en las constituciones de los estados preocupa y preocupa mucho a los agentes secretos de la cultura de la muerte que envueltos en la más lograda de las burlas del diablo (hacer pensar que no existe) esperaban pian pianito seguir destruyendo vidas, amparados en “derechos” que no existen cuando se destruye el primero y más importante, el de la vida.

La madre de las batallas se librará pronto en el congreso federal y ambos bandos trabajan y trabajan fuerte para lograr sumar más estados a su lista de “decididos”.

Dos ejemplos están en la mira, polarizados en visiones de la política distintas y contrarias por naturaleza. En un lado el D.F. que encarcela por rezar el Rosario y practica al más puro estilo estalinista el terrorismo político a sus adversarios. Por el otro; Guanajuato, que se atreve a demostrar que lo que tanto se dice sobre su “mochez” es todo lo contrario y hace gala de su Integridad, liberando una modificación que mueve hasta lo más hondo el sistema jurídico al considerar personas con todos sus derechos a cualquier ser humano concebido, aún los que en los bancos de embriones esperan el momento de ver el mundo.

¿Y quién ganará esta batalla?

La respuesta está en los mismos 4 libros que con tanta exactitud citaron los que recordaron a Judas; ganará el que siempre ha vencido, su mejor amigo al que ellos decidieron hacer su peor enemigo, el siempre vivo, el eterno Cristo. Porque en los mismos textos está plasmado que cuanto dijo hizo y es su ejemplo el camino a seguir para quienes viven y practican la política. Sí amigos legisladores, la clave para ganar esta batalla está en esos 4 libros y se llama: Congruencia.

A desenfundar la conciencia y blandir en el Pleno la Verdad, el tema de la vida no es más un asunto de partido, es un asunto de conciencia y la Conciencia, habla, grita y mata si no se alimenta de su fundamental nutriente: La Congruencia.

Están las circunstancias dadas, los ejércitos enfilados y la sociedad despierta para apoyar a quien le escuche y busque su bien. Al final la sociedad se organiza y busca y trabaja por su bienestar, la sociedad también trae su agenda y sabe y se da cuenta que en este momento se llama: Vida, Familia, Trabajo y Seguridad.

Congruencia y valor amigos Políticos, ¡no tengan miedo!, cuentan con nuestras oraciones.

Que no se diga de ustedes que ganaron el mundo y perdieron la Vida Eterna, defiendan lo que creen con la vida aunque les cueste la elección, eso es lo que espera la sociedad que les ha elegido o le va a elegir, eso y no menos, simple y sencillamente: Congruencia.

23,000 almas de niños les observan en el cielo y quieren cambiar sus últimos gritos silenciosos de dolor, por risas de alegría.

Actuales y próximos legisladores: ¡Hagan que valga la pena su presencia en el congreso!