por el Padre Raúl Hasbun
Belén es el lugar de nacimiento de Jesús. Su madre, María, lo concibió mientras residía en Nazareth y estando ya prometida en matrimonio a quien sería su esposo, José. Pero José no había convivido con María. Al darse cuenta de que su futura esposa estaba embarazada, quedó perplejo. La ley lo autorizaba a denunciarla como adúltera, ya que el contrato de esponsales permitía que los prometidos vivieran juntos. Esa denuncia hubiera significado la condena a muerte de María y de su cómplice en el adulterio. Hubo una noche de agonía en la que la vida de María y la del niño que llevaba en su seno quedaron en manos de José. El, siendo justo, optó por la vida. Y ante la otra opción, desvincularse de su esposa encinta y tomar distancia de una paternidad incierta, un Angel del Señor le llamó durante el sueño a no temer recibir por esposa a María y aceptar ser el padre adoptivo de Jesús.
La historia del mundo tiene con José una deuda imposible de pagar. La luz de su fe, superior a la de Abraham ( éste creyó que podía tener un hijo accediendo carnalmente a su esposa nonagenaria, y se mostró dispuesto a sacrificarlo, pensando que poderoso era Dios para resucitarlo; José creyó que podía y debía ser padre de un hijo de esposa virgen, y se mostró dispuesto a recibirlo y educarlo para una misión cuyo fruto no llegaría a ver en la tierra) fue el punto de inflexión decisivo para que María diera a luz a quien sería, y es, la Luz del mundo.
Hizo con ello honor a su nombre. José significa aumento. En esa noche de humana tiniebla y perplejidad José no optó por disminuir, restar o dividir la luz, símbolo y sinónimo de la vida. Creyó en la Luz y apostó por aumentar y cuidar la Vida. En estricta justicia, el nacimiento en Belén de quien diría -y dice- “Yo soy la Vida, y Yo he venido para que tengan vida, y abundante vida”, se lo debemos a la fe de José.
En su noble figura se inspiran, y a su intercesión acuden quienes favorecen la adopción de niños huérfanos, abandonados o indeseados. La obediencia presta de José a los designios divinos salvó a Jesús de la matanza decretada por Herodes contra todo niño menor de dos años residente en Belén. El cauteló indemne la vida de su niño hebreo durante los años de exilio en un Egipto cuyo faraón también sabía de exterminios masivos de inocentes de tal condición. Buscó con angustia a su adolescente de 12 años hasta reencontrarlo en el lugar donde siempre se encuentran los tesoros perdidos: en el Templo del Señor de la Vida.
Belén, la adolescente que espera un hijo, no necesita a Herodes, sino a José.
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