Nueva Zelanda: una epidemia silenciosa
Por Ignacio Aréchaga
Fuente: Aceprensa, 20/11/2017
Nueva Zelanda tiene la imagen de
país bello, rico, pacífico. En los rankings internacionales aparece en los
puestos de vanguardia. Ocupa el octavo lugar en el World Happiness Report de
2017. En el Índice de Desarrollo Humano, que toma en consideración la esperanza
de vida, el nivel educativo, y un nivel de vida digno, Nueva Zelanda está en el
puesto 13. Destaca por la ausencia de corrupción y por el respeto a los
derechos civiles, lo que le convierte en una de las democracias más avanzadas
del mundo. Los kiwis tienen una esperanza de vida de 78 años.
Pero muchos jóvenes viven sin
esperanza: Nueva Zelanda tiene la tasa de suicidio juvenil más alta del mundo
desarrollado, fenómeno que va en aumento y que se ha convertido en una causa de
preocupación nacional.
Tras las bellas imágenes de altas
montañas, lagos azules y verdes praderas, hay una epidemia silenciosa. La tasa
de suicidio de la población total es de 12,6 por 100.000 habitantes, lo que la
sitúa en el puesto número 54 del mundo. En el último año murieron 616 personas
por suicidio, frente a las 579 del año anterior. Pero lo más preocupante es que
la tasa de suicidio de los jóvenes de 15 a 19 años es, según un informe de
Unicef, de 15,6 por 100.000, la más alta entre los 41 países de la OCDE.
Otros países menos ricos tienen
tasas de suicidio juvenil mucho más bajas que las de Nueva Zelanda.
A la hora de valorar las cifras,
hay que tener en cuenta que el dato de Unicef para Nueva Zelanda es de 2010.
Estadísticas más recientes del gobierno muestran que en el año fiscal acabado
en junio de 2016 murieron en ese grupo de edad 52 jóvenes (16,4 por 100.000),
frente a 51 del año anterior. Si ampliamos el rango de edades a los 15-24 años,
los suicidios rozarían el centenar. Quizá los números absolutos son demasiado
pequeños para sacar conclusiones sociales.
Pero Prudence Stone, directiva de
Unicef en Nueva Zelanda, afirma que “en contra de lo que pensábamos, Nueva
Zelanda no es un gran sitio para que crezca un niño. Cuando más nos hemos
centrado en el bienestar económico, más hemos perdido de vista el de nuestros
hijos”.
Ante el aumento de los suicidios,
la epidemia ha dejado de ser silenciosa. Un gesto gráfico, que dio origen a
muchas imágenes, fue la exposición pública de 606 pares de zapatos en recuerdo
de todos los que se quitaron la vida el último año. En agosto, tres madres que
habían perdido a hijos menores de 25 años, escribieron una carta abierta a los
líderes políticos en representación de otras 200 familias que habían sufrido la
misma desgracia, pidiéndoles que afrontaran el problema y sugiriéndoles una
serie de medidas. El asunto ha alcanzado así una dimensión política, y ha
estado presente en la campaña de las elecciones del pasado septiembre. En abril
de este año, el gobierno publicó el borrador de una estrategia nacional para
prevenir el suicidio, abierto a consulta pública.
Sin certezas
Sobre las causas del suicidio
juvenil hay más especulaciones que certezas. El informe de Unicef señala que el
19,8% de los niños viven en una situación de pobreza relativa; el 18,8%
pertenecen a familias donde ambos padres están en paro; y la tasa de embarazo
juvenil es de 23,3 por 1.000 chicas de 15-19 años, si bien ha ido bajando. Pero
los factores económicos no dan una explicación convincente, pues, si se compara
con la situación de otros países de menos ingresos, se comprueba que en estos
la tasa de suicidio juvenil es mucho más baja. Por ejemplo, en países del sur
de Europa (Portugal, España, Italia, Turquía) no supera el 2,4 por 100.000.
Un factor característico de Nueva
Zelanda es que el suicidio afecta desproporcionadamente a la población indígena
maorí. La tasa de suicidio entre los varones maoríes es 1,4 veces superior a la
de la población en general.
Los expertos piden que el
gobierno dedique más esfuerzos y financiación a atender a los jóvenes y a los
mayores que sufren problemas mentales que pueden llevar al suicidio. Pero
reconocen que no tienen la clave para resolver el problema. “La incómoda
realidad –dice el psicoterapeuta Kyle MacDonald– es que no sabemos por qué este
país tiene este arraigado problema de suicidio. Lo que sabemos es que está
yendo a peor”.
Por lo menos, es un problema del
que ahora se habla abiertamente y que relativiza la idea de “felicidad” que se
maneja en los rankings internacionales.
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