Hace unos años di una conferencia en la Legislatura de Mendoza, en la Argentina. Pocos meses antes, la suprema corte de dicha Provincia, en un fallo inicuo, había condenado a muerte –mediante aborto-, a una persona por nacer, concebida por una adolescente deficiente mental que había sido violada.
El tema de la ponencia fue “familia y políticas internacionales”. Una radio evangélica puso al aire en directo la conferencia. En un momento de la misma, hice mención al asesinato “legal” de esa persona por nacer, ocurrido hacía poco; y por orden de la cabeza del Poder, cuya función es proteger los derechos de la gente…. Al término de la plática, el encargado de la transmisión radial, visiblemente nervioso, me relató lo que había sucedido. Mientras transmitían la conferencia, la emisora daba un número telefónico, para que los oyentes pudieran hacer comentarios en vivo. Llamó una señora, y dijo algo así como: -“Muchas gracias. Vine a hacerme un aborto, pero como estaba tan nerviosa, aquí me encendieron la radio para tranquilizarme. Escuché lo que dijo ese señor que estaba hablando. Me estoy escapando de aquí. Muchas gracias…”.
Este suceso tiene una peculiaridad que quisiera subrayar. Varios hechos aparentemente desconectados, sucedieron cronológicamente en unos pocos minutos exactos:
Viajé a otra ciudad para dar una conferencia; la misma tenía un horario preciso de comienzo y de final;
el responsable de una radio evangélica, me pidió permiso para transmitir en vivo la plática, minutos antes del inicio;
una mujer tenía turno asignado para abortar;
en un instante preciso hice la referencia al reciente aborto “judicial”;
en ese preciso instante alguien, para calmar a la mujer, enciende la radio justo en el dial que transmitía mis palabras;
en ese preciso instante, Alguien tocó el corazón de esa mujer, para que desistiera de matar a su hijo, puesto que mis palabras sólo fueron el vehículo para tocar ese corazón.
Ahora bien, aún sumando y concatenando con precisión cronológica absoluta todos estos hechos; aún así nos está faltando un acontecimiento inicial, absolutamente decisivo: si la justicia mendocina no hubiera condenado a muerte al primer bebé, y no lo hubieran ejecutado; ni los organizadores del evento, lo habrían preparado, ni me hubieran invitado, ni hubiera viajado a Mendoza, la radio evangélica habría transmitido cualquier otra cosa, y el segundo bebé ya estaría muerto…
En pocas palabras, y esto es lo que quiero resaltar: si el primer niño no hubiera sido asesinado públicamente, el segundo bebé habría sido ejecutado. Fue necesario el sacrificio de la primera vida, para salvar la segunda. Y esto es así porque, en definitiva, Dios Nuestro Señor es quien tiene, siempre, la última palabra. Tengo la absoluta certeza que la pública ejecución del primer bebé, ha sido muy fecunda; sólo conozco el caso relatado, pero estoy totalmente convencido, que no ha sido la única vida salvada gracias a él.
Ojalá recordemos siempre, en los momentos duros que nos toque atravesar, en esta aventura de promover la vida y la dignidad humanas, que el Buen Dios es quien tiene la última palabra, la más importante, la decisiva.
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