por José- Fernando Rey Ballesteros
El 30 de septiembre de este año, el obispo de Palencia publicó una carta pastoral en la que se preguntaba dónde están los niños con síndrome de Down. Apenas se encuentran infantes menores de diez años que padezcan esta enfermedad, y la explicación, bien conocida por todos, causa escalofríos. Esta carta debió hacer estremecerse a millones de conciencias, pero la triste verdad es que pasó desapercibida.
A comienzos de este mes de diciembre, el arresto de una mujer holandesa por la práctica de un aborto ilegal en Barcelona, y la correspondiente clausura de varias clínicas abortistas, llegó al fin a la opinión pública. La noticia estaba cocinada para que produjese horror, con sus trituradoras de fetos incluidas, y prácticamente no hubo periodista ni político que nos defraudase. Todos se llevaron las manos a la cabeza y pidieron que el peso implacable de la ley cayese de plano sobre los culpables.
El siguiente paso debería ser, en toda lógica, la apertura de una reflexión colectiva: “nos hemos dado cuenta de lo terrible que es matar a los niños. No debería producirse ni un aborto más en España. Pidamos la penalización de este crimen horrendo”... Pero quien espere algo de lógica en esta España ya descerebrada tendrá que acostumbrarse al desaliento. Los mismos que se han escandalizado por la noticia de estas prácticas ilegales siguen aprobando el ejercicio del aborto cuando se practica dentro de los límites de la legalidad. Nuestra hipocresía es la que no conoce límites. Ahora resulta que lo reprochable de estas prácticas no es el asesinato, sino la falta de higiene y el desprecio de la legalidad. El mismo crimen, realizado con las bendiciones del Derecho y dentro de la antisepsia convencional, resulta ser un derecho indiscutible.
Permítanme dos datos más, antes de una última reflexión: tanto UNICEF (la de los crismas) como la OMS están financiando y promoviendo abortos por toda la faz de la tierra(...).En segundo lugar, para quienes hayan visto el cierre del Centro CB Medical, en Madrid, como un signo esperanzador, valga el recordatorio de que la Comunidad de Madrid sigue amparando a las grandes clínicas abortistas de la capital, en las que diariamente se asesina de manera impune. En España, cada día se mata a 300 niños sin que esto parezca enturbiar las conciencias de nuestros compatriotas.
Vivimos, nos guste o no, en una sociedad hipócrita y caníbal. Una civilización que se horroriza ante el terrorismo mientras despedaza a sus hijos por centenares de miles sin compasión es una civilización enferma. Una clínica en cuya cafetería está prohibida incluso la venta de tabaco mientras se recetan píldoras abortivas es un monumento al sarcasmo. Y unos ciudadanos capaces de manifestarse contra una guerra o contra un atentado mientras permanecen en sus casas ante el asesinato impune de niños no son sino ciudadanos teledirigidos.
Por todo ello, creo que es hora de reaccionar masivamente y acudir, el 30 de diciembre, a la celebración que, bajo el lema “por la familia cristiana”, va a tener lugar en la Plaza de Colón de Madrid. Es una convocatoria local, y no es más que un inicio, pero deberían ser millones quienes se congregasen para implorar sentido común. Lo que más me gusta, en esta convocatoria, es que no se trata de una manifestación al uso. No se celebra para reclamar nada de los gobernantes, porque ya sabemos que nuestros gobernantes no escuchan la voz de la calle. Se celebra para rezar, para suplicar a ese Dios que sí escucha a quienes se reúnen en su nombre. Y se lleva a cabo al aire libre, para que nos vean todos, para que España sea consciente de que hay millones de personas que no se resignan a convivir en medio del descriterio y de la desorientación moral y desean que sus hijos nazcan y crezcan en el ambiente natural de una familia.
Desde estas líneas quisiera animar a todos los lectores de AD, incluso a quienes están fuera de Madrid, a que asistan a este encuentro. Si no despertamos ahora, no lo haremos nunca. No les fallen.
Fuente: Análisis Digital
diciembre 2007
El 30 de septiembre de este año, el obispo de Palencia publicó una carta pastoral en la que se preguntaba dónde están los niños con síndrome de Down. Apenas se encuentran infantes menores de diez años que padezcan esta enfermedad, y la explicación, bien conocida por todos, causa escalofríos. Esta carta debió hacer estremecerse a millones de conciencias, pero la triste verdad es que pasó desapercibida.
A comienzos de este mes de diciembre, el arresto de una mujer holandesa por la práctica de un aborto ilegal en Barcelona, y la correspondiente clausura de varias clínicas abortistas, llegó al fin a la opinión pública. La noticia estaba cocinada para que produjese horror, con sus trituradoras de fetos incluidas, y prácticamente no hubo periodista ni político que nos defraudase. Todos se llevaron las manos a la cabeza y pidieron que el peso implacable de la ley cayese de plano sobre los culpables.
El siguiente paso debería ser, en toda lógica, la apertura de una reflexión colectiva: “nos hemos dado cuenta de lo terrible que es matar a los niños. No debería producirse ni un aborto más en España. Pidamos la penalización de este crimen horrendo”... Pero quien espere algo de lógica en esta España ya descerebrada tendrá que acostumbrarse al desaliento. Los mismos que se han escandalizado por la noticia de estas prácticas ilegales siguen aprobando el ejercicio del aborto cuando se practica dentro de los límites de la legalidad. Nuestra hipocresía es la que no conoce límites. Ahora resulta que lo reprochable de estas prácticas no es el asesinato, sino la falta de higiene y el desprecio de la legalidad. El mismo crimen, realizado con las bendiciones del Derecho y dentro de la antisepsia convencional, resulta ser un derecho indiscutible.
Permítanme dos datos más, antes de una última reflexión: tanto UNICEF (la de los crismas) como la OMS están financiando y promoviendo abortos por toda la faz de la tierra(...).En segundo lugar, para quienes hayan visto el cierre del Centro CB Medical, en Madrid, como un signo esperanzador, valga el recordatorio de que la Comunidad de Madrid sigue amparando a las grandes clínicas abortistas de la capital, en las que diariamente se asesina de manera impune. En España, cada día se mata a 300 niños sin que esto parezca enturbiar las conciencias de nuestros compatriotas.
Vivimos, nos guste o no, en una sociedad hipócrita y caníbal. Una civilización que se horroriza ante el terrorismo mientras despedaza a sus hijos por centenares de miles sin compasión es una civilización enferma. Una clínica en cuya cafetería está prohibida incluso la venta de tabaco mientras se recetan píldoras abortivas es un monumento al sarcasmo. Y unos ciudadanos capaces de manifestarse contra una guerra o contra un atentado mientras permanecen en sus casas ante el asesinato impune de niños no son sino ciudadanos teledirigidos.
Por todo ello, creo que es hora de reaccionar masivamente y acudir, el 30 de diciembre, a la celebración que, bajo el lema “por la familia cristiana”, va a tener lugar en la Plaza de Colón de Madrid. Es una convocatoria local, y no es más que un inicio, pero deberían ser millones quienes se congregasen para implorar sentido común. Lo que más me gusta, en esta convocatoria, es que no se trata de una manifestación al uso. No se celebra para reclamar nada de los gobernantes, porque ya sabemos que nuestros gobernantes no escuchan la voz de la calle. Se celebra para rezar, para suplicar a ese Dios que sí escucha a quienes se reúnen en su nombre. Y se lleva a cabo al aire libre, para que nos vean todos, para que España sea consciente de que hay millones de personas que no se resignan a convivir en medio del descriterio y de la desorientación moral y desean que sus hijos nazcan y crezcan en el ambiente natural de una familia.
Desde estas líneas quisiera animar a todos los lectores de AD, incluso a quienes están fuera de Madrid, a que asistan a este encuentro. Si no despertamos ahora, no lo haremos nunca. No les fallen.
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