por Patrick F. Fagan
Miembro de la Fundación Heritage de Washington
La anticoncepción ha engendrado una moda que se podría caracterizar como la 'homosexualización' de la heterosexualidad.
Es imposible ver los cambios en nuestra cultura en las últimas décadas sin darse cuenta de la magnitud de aquellos experimentados a causa de los nuevos comportamientos sexuales. La tesis de este ensayo es que la fuerza del presente movimiento homosexual y otros movimientos sexuales radicales tienen sus raíces en estos cambios.
Los grandes cambios que ocurrieron en la teoría acerca de la naturaleza del acto sexual comenzaron en la última parte del siglo XIX, recibieron estima a comienzos de este siglo y lograron un significativo surgimiento en el año 1930 cuando ocurrió la ruptura de la tradición unánime sobre la enseñanza moral religiosa de la naturaleza del acto sexual.
Al final de la década del '40 las parejas norteamericanas casadas ya usaban el método anticonceptivo en gran escala. En los '60, los hijos de estas parejas se convirtieron en los líderes de la revolución sexual, rechazando la necesidad del matrimonio como contexto para realizar el acto sexual -lógicamente un rechazo basado en sus experiencias personales. En los años '70, la generación siguiente encumbró el 'derecho de la mujer a elegir' el aborto, convirtiendo el hecho de deshacerse del fruto natural del acto sexual en algo legalmente posible. Una generación más tarde, la de los años '90, hemos visto el surgimiento del movimiento de los derechos del homosexual.
Todas estas graduales 'tendencias hacia Gomorra' son la consecuencia natural de la separación del acto sexual de su principal fin y de su función natural fundamental: la concepción de un niño. Esa separación cambia el enfoque del acto sexual; y al hacerlo así, cambia también al adulto que actúa de esa manera, tanto en sus disposiciones psicológicas como en sus relaciones personales. Finalmente, tenemos que los comportamientos sexuales, de estar centrados 'en el otro' pasan a estar centrados 'en uno mismo'; las relaciones sexuales se mueven de la extroversión hacia la introversión y de estar concentradas en lo heterosexual, se autoconcentran.
Si se destruye la posibilidad de la reproducción en la naturaleza del acto sexual, sería difícil negarles el 'derecho' a comprometerse en actividades sexuales aprobadas legalmente a aquellos (homosexuales y otros) cuyos actos sexuales se ven siempre privados de la posibilidad de concebir un niño. Además, si los homosexuales arguyen que ellos se consideran privados del derecho igualitario en la búsqueda del placer -el cual, según ellos, no pueden experimentarlo en los actos heterosexuales- su argumento asume aún más fuerza. Consiguientemente, muchas iglesias y cuerpos gubernamentales han comenzado a concluir que los homosexuales tienen 'derecho' a las uniones legales: a los 'matrimonios' del mismo sexo. Ante los comportamientos sexuales que ahora dominan nuestra cultura, es difícil negar la persuasión de sus argumentaciones.
La nueva inversión sexual
La anticoncepción ha cambiado radicalmente la función social del acto sexual; este hecho nadie lo puede negar. Y este cambio en la función social ha producido un giro en la forma de pensar nuestra sexualidad, lo cual a su vez, produce un cambio en la sociedad entera. Las estadísticas sociales sobre la cultura heterosexual son ahora grandemente preocupantes.
La opinión fundamental de este ensayo es que los heterosexuales norteamericanos muestran los síntomas de un desorden que está relacionado -y es aún más peligroso- con la estructura psicológica interna de la orientación homosexual.
La descripción psicoanalítica más frecuentemente usada de la homosexualidad como un fenómeno psicológico nos dice:
La homosexualidad es considerada como uno de los sistemas desarrollados por individuos para organizar las experiencias y las expresiones de sentimientos contrarios y dolorosos a la vez que sirve como contención de ansiedades más profundas y ofrece al individuo un modus vivendi . El sistema no es sólo un objeto de elección sino una antigua forma de relacionarse. Es parte del desarrollo del carácter de la persona y mucho más complejo que la noción de ser parte de un objeto de elección. Es importante distinguir la identidad homosexual de la conducta homosexual. La presencia de la homosexualidad, si es opuesta o reprimida, podría ocasionar el surgimiento de síntomas tales como ansiedad, inhibiciones sociales o disfunciones sexuales como la impotencia o frigidez.
Esta definición se podría reformular para describir la mayoría de las parejas casadas hoy en los Estados Unidos, como también una gran proporción de individuos heterosexuales no casados. Nos queda así:
La anticoncepción puede ser considerada como uno de los sistemas desarrollados por individuos para organizar las experiencias y las expresiones de sentimientos y deseos contrarios. Este sistema (de anticoncepción), a su vez, sirve como contención de ansiedades más profundas y ofrece al individuo un modus vivendi . El sistema no es un objeto de elección (la elección del que va a ser amado) sino una antigua forma de relacionarse y es parte del desarrollo del carácter de la persona. Es importante distinguir la identidad heterosexual de esta forma de conducta heterosexual. La presencia de la heterosexualidad, si encuentra oposición o represión, como es el caso de la anticoncepción habitual, podría ocasionar el surgimiento de síntomas tales como ansiedad, inhibiciones matrimoniales, disfunción sexual, divorcio, rechazo a los niños y aborto.
En el conflicto psicológico experimentado por los homosexuales, (para ellos) la amenaza a la integridad de la propia personalidad resultaría de la necesaria intimidad con un miembro del sexo opuesto. En el conflicto causado por la anticoncepción esta amenaza resultaría del deber de atención íntima requerida por el niño.
Ismond Rosen, un destacado terapeuta británico especializado en disfunciones y desviaciones sexuales y editor de The Oxford Book of Sexual Deviations , declara:
«De acuerdo a mis observaciones, el estilo de vida homosexual es adquirido, y si éste es incorporado como parte del sentido de identidad o personalidad del individuo, las posibilidades de cambio de esa persona para que adquiera una orientación heterosexual son mucho más remotas, debido a la inconsciente resistencia producida por la amenaza de una actual pérdida de identidad o sentido de sí mismo».
Estas ideas sobre el desarrollo de la orientación homosexual pueden también ser transpuestas al tema de la anticoncepción. La reconstrucción quedaría de la siguiente manera:
El estilo de vida anticonceptivo es adquirido (existe en estos momentos una gran infraestructura educacional y médica dedicada a ese empeño), y cuando éste es incorporado como parte del sentido de identidad sexual y práctica habitual del individuo, las posibilidades de cambio de esa persona para 'darse a sí misma' son mucho más remotas, debido a la ansiedad producida por la amenaza o temor de la pérdida de sí mismo en el sacrificio que implica traer un hijo a la existencia.
Primeros pareceres sobre la anticoncepción
La tesis de este ensayo no es nueva. No está anclada en una doctrina religiosa sino en la comprensión en la ley natural del poder del acto sexual. Durante innumerables generaciones, los sabios han reconocido la capacidad que tuvieron los comportamientos y las actividades sexuales para orientar o desorientar no sólo al individuo sino también a la sociedad entera. La presente desorientación y disfunción de nuestra sociedad y de los individuos que la integran fue predicha por mucha gente que anticipó la aceptación masiva de la anticoncepción. La exactitud de sus predicciones otorgan el derecho de validez a esas ideas fundamentales.
Podemos encontrar muchos mensajes similares provenientes de diferentes latitudes. Por ejemplo:
· Theodore Roosevelt escribió:
«El control de la natalidad es el único pecado que tiene como pena la muerte de la nación, la muerte de la raza; un pecado para el cual no hay reparación».
· Sigmund Freud -enemigo de la religión- señaló que la separación de la procreación de la actividad sexual es la más básica de las perversiones, y que toda otra perversión sexual está arraigada en esta filosofía. Así escribió en su libro La Vida Sexual de los Seres Humanos:
«El abandono de la función de la reproducción es la característica común de todas las perversiones. Actualmente describimos una actividad sexual como perversa si ésta ha renunciado al propósito de reproducir y si persigue la obtención del placer como un fin independiente de éste. Así pues, como se verá, la brecha y punto de inflexión en el desarrollo de la vida sexual yace en que ésta se subordine al propósito de reproducción. Todo lo que ocurra con anterioridad a este viraje de los eventos e igualmente todo lo que no lo considere y que apunte exclusivamente a la obtención del placer recibe el nombre poco halagüeño de 'perverso' y como tal es proscrito».
· Mahatma Ghandi, a pesar de haber sido enérgicamente presionado por Margaret Sanger, la fundadora de Paternidad Planificada, resumió las consecuencias perjudiciales de la anticoncepción artificial:
«Los métodos artificiales (de anticoncepción) son como la coronación del vicio. Hacen a los hombres y mujeres imprudentes... La naturaleza es despiadada y tendrá su gran venganza por cada violación que se le infrinja a sus leyes. Los resultados morales pueden ser solamente producidos por la restricción moral. Todas las demás restricciones hacen fracasar los mismos propósitos para los cuales fueron planeadas. Si los métodos artificiales se convierten en el orden del día, el resultado no será otro más que la degradación moral. Una sociedad que ya se ha debilitado a través de una variedad de causas estará aún más debilitada a causa de la adopción de métodos (de control de nacimientos) artificiales... En este estado de cosas, el hombre ha degradado bastante a la mujer a causa de su lujuria, y los métodos artificiales, sin importar la buena intención de sus defensores, la degradarán aún más».
Cambios históricos
No podemos decir, como sociedad, que no estamos prevenidos. Sin embargo, la práctica de la anticoncepción se ha extendido dramáticamente durante la última parte del siglo XX. De ser algo raro, ha pasado a extenderse considerablemente -en realidad, a ser habitual.
La anticoncepción ha engendrado una moda que se podría caracterizar como la 'homosexualización' de la heterosexualidad.
Es imposible ver los cambios en nuestra cultura en las últimas décadas sin darse cuenta de la magnitud de aquellos experimentados a causa de los nuevos comportamientos sexuales. La tesis de este ensayo es que la fuerza del presente movimiento homosexual y otros movimientos sexuales radicales tienen sus raíces en estos cambios.
Los grandes cambios que ocurrieron en la teoría acerca de la naturaleza del acto sexual comenzaron en la última parte del siglo XIX, recibieron estima a comienzos de este siglo y lograron un significativo surgimiento en el año 1930 cuando ocurrió la ruptura de la tradición unánime sobre la enseñanza moral religiosa de la naturaleza del acto sexual.
Al final de la década del '40 las parejas norteamericanas casadas ya usaban el método anticonceptivo en gran escala. En los '60, los hijos de estas parejas se convirtieron en los líderes de la revolución sexual, rechazando la necesidad del matrimonio como contexto para realizar el acto sexual -lógicamente un rechazo basado en sus experiencias personales. En los años '70, la generación siguiente encumbró el 'derecho de la mujer a elegir' el aborto, convirtiendo el hecho de deshacerse del fruto natural del acto sexual en algo legalmente posible. Una generación más tarde, la de los años '90, hemos visto el surgimiento del movimiento de los derechos del homosexual.
Todas estas graduales 'tendencias hacia Gomorra' son la consecuencia natural de la separación del acto sexual de su principal fin y de su función natural fundamental: la concepción de un niño. Esa separación cambia el enfoque del acto sexual; y al hacerlo así, cambia también al adulto que actúa de esa manera, tanto en sus disposiciones psicológicas como en sus relaciones personales. Finalmente, tenemos que los comportamientos sexuales, de estar centrados 'en el otro' pasan a estar centrados 'en uno mismo'; las relaciones sexuales se mueven de la extroversión hacia la introversión y de estar concentradas en lo heterosexual, se autoconcentran.
Si se destruye la posibilidad de la reproducción en la naturaleza del acto sexual, sería difícil negarles el 'derecho' a comprometerse en actividades sexuales aprobadas legalmente a aquellos (homosexuales y otros) cuyos actos sexuales se ven siempre privados de la posibilidad de concebir un niño. Además, si los homosexuales arguyen que ellos se consideran privados del derecho igualitario en la búsqueda del placer -el cual, según ellos, no pueden experimentarlo en los actos heterosexuales- su argumento asume aún más fuerza. Consiguientemente, muchas iglesias y cuerpos gubernamentales han comenzado a concluir que los homosexuales tienen 'derecho' a las uniones legales: a los 'matrimonios' del mismo sexo. Ante los comportamientos sexuales que ahora dominan nuestra cultura, es difícil negar la persuasión de sus argumentaciones.
La nueva inversión sexual
La anticoncepción ha cambiado radicalmente la función social del acto sexual; este hecho nadie lo puede negar. Y este cambio en la función social ha producido un giro en la forma de pensar nuestra sexualidad, lo cual a su vez, produce un cambio en la sociedad entera. Las estadísticas sociales sobre la cultura heterosexual son ahora grandemente preocupantes.
La opinión fundamental de este ensayo es que los heterosexuales norteamericanos muestran los síntomas de un desorden que está relacionado -y es aún más peligroso- con la estructura psicológica interna de la orientación homosexual.
La descripción psicoanalítica más frecuentemente usada de la homosexualidad como un fenómeno psicológico nos dice:
La homosexualidad es considerada como uno de los sistemas desarrollados por individuos para organizar las experiencias y las expresiones de sentimientos contrarios y dolorosos a la vez que sirve como contención de ansiedades más profundas y ofrece al individuo un modus vivendi . El sistema no es sólo un objeto de elección sino una antigua forma de relacionarse. Es parte del desarrollo del carácter de la persona y mucho más complejo que la noción de ser parte de un objeto de elección. Es importante distinguir la identidad homosexual de la conducta homosexual. La presencia de la homosexualidad, si es opuesta o reprimida, podría ocasionar el surgimiento de síntomas tales como ansiedad, inhibiciones sociales o disfunciones sexuales como la impotencia o frigidez.
Esta definición se podría reformular para describir la mayoría de las parejas casadas hoy en los Estados Unidos, como también una gran proporción de individuos heterosexuales no casados. Nos queda así:
La anticoncepción puede ser considerada como uno de los sistemas desarrollados por individuos para organizar las experiencias y las expresiones de sentimientos y deseos contrarios. Este sistema (de anticoncepción), a su vez, sirve como contención de ansiedades más profundas y ofrece al individuo un modus vivendi . El sistema no es un objeto de elección (la elección del que va a ser amado) sino una antigua forma de relacionarse y es parte del desarrollo del carácter de la persona. Es importante distinguir la identidad heterosexual de esta forma de conducta heterosexual. La presencia de la heterosexualidad, si encuentra oposición o represión, como es el caso de la anticoncepción habitual, podría ocasionar el surgimiento de síntomas tales como ansiedad, inhibiciones matrimoniales, disfunción sexual, divorcio, rechazo a los niños y aborto.
En el conflicto psicológico experimentado por los homosexuales, (para ellos) la amenaza a la integridad de la propia personalidad resultaría de la necesaria intimidad con un miembro del sexo opuesto. En el conflicto causado por la anticoncepción esta amenaza resultaría del deber de atención íntima requerida por el niño.
Ismond Rosen, un destacado terapeuta británico especializado en disfunciones y desviaciones sexuales y editor de The Oxford Book of Sexual Deviations , declara:
«De acuerdo a mis observaciones, el estilo de vida homosexual es adquirido, y si éste es incorporado como parte del sentido de identidad o personalidad del individuo, las posibilidades de cambio de esa persona para que adquiera una orientación heterosexual son mucho más remotas, debido a la inconsciente resistencia producida por la amenaza de una actual pérdida de identidad o sentido de sí mismo».
Estas ideas sobre el desarrollo de la orientación homosexual pueden también ser transpuestas al tema de la anticoncepción. La reconstrucción quedaría de la siguiente manera:
El estilo de vida anticonceptivo es adquirido (existe en estos momentos una gran infraestructura educacional y médica dedicada a ese empeño), y cuando éste es incorporado como parte del sentido de identidad sexual y práctica habitual del individuo, las posibilidades de cambio de esa persona para 'darse a sí misma' son mucho más remotas, debido a la ansiedad producida por la amenaza o temor de la pérdida de sí mismo en el sacrificio que implica traer un hijo a la existencia.
Primeros pareceres sobre la anticoncepción
La tesis de este ensayo no es nueva. No está anclada en una doctrina religiosa sino en la comprensión en la ley natural del poder del acto sexual. Durante innumerables generaciones, los sabios han reconocido la capacidad que tuvieron los comportamientos y las actividades sexuales para orientar o desorientar no sólo al individuo sino también a la sociedad entera. La presente desorientación y disfunción de nuestra sociedad y de los individuos que la integran fue predicha por mucha gente que anticipó la aceptación masiva de la anticoncepción. La exactitud de sus predicciones otorgan el derecho de validez a esas ideas fundamentales.
Podemos encontrar muchos mensajes similares provenientes de diferentes latitudes. Por ejemplo:
· Theodore Roosevelt escribió:
«El control de la natalidad es el único pecado que tiene como pena la muerte de la nación, la muerte de la raza; un pecado para el cual no hay reparación».
· Sigmund Freud -enemigo de la religión- señaló que la separación de la procreación de la actividad sexual es la más básica de las perversiones, y que toda otra perversión sexual está arraigada en esta filosofía. Así escribió en su libro La Vida Sexual de los Seres Humanos:
«El abandono de la función de la reproducción es la característica común de todas las perversiones. Actualmente describimos una actividad sexual como perversa si ésta ha renunciado al propósito de reproducir y si persigue la obtención del placer como un fin independiente de éste. Así pues, como se verá, la brecha y punto de inflexión en el desarrollo de la vida sexual yace en que ésta se subordine al propósito de reproducción. Todo lo que ocurra con anterioridad a este viraje de los eventos e igualmente todo lo que no lo considere y que apunte exclusivamente a la obtención del placer recibe el nombre poco halagüeño de 'perverso' y como tal es proscrito».
· Mahatma Ghandi, a pesar de haber sido enérgicamente presionado por Margaret Sanger, la fundadora de Paternidad Planificada, resumió las consecuencias perjudiciales de la anticoncepción artificial:
«Los métodos artificiales (de anticoncepción) son como la coronación del vicio. Hacen a los hombres y mujeres imprudentes... La naturaleza es despiadada y tendrá su gran venganza por cada violación que se le infrinja a sus leyes. Los resultados morales pueden ser solamente producidos por la restricción moral. Todas las demás restricciones hacen fracasar los mismos propósitos para los cuales fueron planeadas. Si los métodos artificiales se convierten en el orden del día, el resultado no será otro más que la degradación moral. Una sociedad que ya se ha debilitado a través de una variedad de causas estará aún más debilitada a causa de la adopción de métodos (de control de nacimientos) artificiales... En este estado de cosas, el hombre ha degradado bastante a la mujer a causa de su lujuria, y los métodos artificiales, sin importar la buena intención de sus defensores, la degradarán aún más».
Cambios históricos
No podemos decir, como sociedad, que no estamos prevenidos. Sin embargo, la práctica de la anticoncepción se ha extendido dramáticamente durante la última parte del siglo XX. De ser algo raro, ha pasado a extenderse considerablemente -en realidad, a ser habitual.
Y la esterilización como forma de control de la natalidad ha ido incrementando su popularidad, especialmente entre aquellos padres que ya han tenido uno o más hijos.
El lobby que impulsa la educación sexual -e involucra a la mayoría de las grandes fundaciones sin fines de lucro que existen en Estados Unidos , a sus colegas que se dedican a la educación y a las ciencias sociales en las universidades y a sus pares en las profesiones médicas y de enfermería- ha empleado enormes recursos para lograr cambiar la manera de pensar de la gente joven sobre la naturaleza del acto sexual. Esto ha ido, sin lugar a dudas, en detrimento de nuestra cultura cotidiana.
Dado el uso corriente de la anticoncepción y el fácil acceso al aborto, se podría esperar que la proporción de los nacimientos fuera del matrimonio en las jóvenes norteamericanas hubiera disminuido durante las generaciones pasadas. En rigor de verdad, es todo lo opuesto. Entre las mujeres norteamericanas por debajo de los 20 años que dan a luz cada año, la proporción de las que están casadas al momento del nacimiento del niño ha ido decayendo regularmente, de casi el 90 por ciento en el año 1950 a menos del 30 por ciento en el año 1990. Y no hay ninguna razón para esperar que haya un cambio en esta estadística.
La tasa del rechazo
El cambio más fundamental en la sociedad causado por la nueva manera de pensar el acto sexual, ha producido la emergencia de los Estados Unidos como una cultura del rechazo: un lugar que cada vez se vuelve más hostil para que vivan los niños. La tendencia hacia los nacimientos fuera del matrimonio, agravada por los divorcios, que dejan a los niños sin una madre casada o sin un padre que vive en la casa, tiene como resultado un constante incremento en el número de niños que viven en hogares destrozados.
Los efectos de estos cambios son indiscutiblemente negativos. La vida en estos hogares aumenta los riesgos para los niños. Entre ellos se tienen:
· Problemas de salud físicos;
· Desarrollo cognoscitivo retardado, especialmente el desarrollo verbal;
· Bajo logro en la educación;
· Bajo rendimiento en el trabajo;
· Aumento en los problemas de conducta;
· Bajo control de los impulsos;
· Desarrollo social desvirtuado;
· Abusos sobre esposa/o o niño;
· Crímenes;
· Abusos físicos o sexuales.
Como los hogares destrozados son cada vez más numerosos -especialmente en ciertas comunidades tales como los barrios ocultos de las grandes ciudades- los resultados son aún más devastadores. El sociólogo Charles Murray ha determinado que cuando la proporción de hogares destrozados en una población local alcanza el nivel del 30 por ciento, esa misma comunidad se convierte en fuente de riesgos adicionales, en vez de convertirse en apoyo para el niño o la familia. Muchos barrios urbanos pasaron este nivel estadístico hace mucho tiempo; en estos momentos la nación entera ha alcanzado el mismo punto estadístico.
Para las familias norteamericanas de clase trabajadora, el futuro que les espera no augura nada bueno. Por otra parte, para aquellos que viven en el fondo de la escala socio-económica, la casa de familia estable ha desaparecido virtualmente. Correspondiente a esta desaparición se encuentra la tendencia al abuso sexual de los niños.
Las estadísticas del Gobierno Federal confirman que la incidencia del abuso de niños está íntimamente relacionada con la situación económica de la familia. Sería un error clasificar el abuso de niños simplemente como un problema que aflige sólo a las familias pobres. Existe también una fuerte correlación entre la incidencia del abuso y la condición matrimonial de los padres.
Un estudio británico arroja más luz aún sobre la conexión que hay entre la estructura familiar y el abuso de niños, lo cual nos muestra que esto último es, en comparación, raro en una casa donde los padres naturales del niño aún viven juntos, pero que es paulatinamente más factible que suceda en casas donde la madre se ha vuelto a casar, o vive sola, o los padres nunca se han casado, o el niño vive con un padre soltero o -lo más peligroso de todo- que la madre vive con otro hombre que no es ni su esposo ni el padre natural del niño.
La unión anticoncepción-aborto
El definitivo rechazo a los niños es, por supuesto, el aborto. «Es evidente que nada menos que los anticonceptivos pueden poner fin a los horrores del aborto y del crimen de niños», dijo Margaret Sanger haciéndose eco de una frase que ha sido repetida -y aún lo es- por muchos otros. No obstante la creciente popularidad y disponibilidad de los anticonceptivos no se ha reducido el número de abortos, y muchos de los abortos que se realizan hoy ocurren fuera del matrimonio -es decir, entre aquellos que más radicalmente reclaman el derecho a la inversión del acto sexual.
Un folleto distribuido por la Liga Nacional de los Derechos al Aborto (antes que su nombre fuera cambiado por el de Liga Nacional de los Derechos al Aborto y la Reproducción) nos muestra cómo los defensores de la planificación familiar han cambiado su posición con respecto a la relación entre la anticoncepción y el aborto desde los días de Margaret Sanger:
«Por supuesto que los anticonceptivos tendrían que estar más al alcance de todos y de alguna manera más promocionados; sin embargo, en el presente estado en que se encuentra la tecnología que se aplica en la producción de los anticonceptivos y dada la constante posibilidad de que haya error humano aun en el uso de los mejores métodos, el aborto aparece como una solución necesaria; es decir, no se prefiere su uso al de la anticoncepción, pero una vez que el embarazo ocurre, es el único medio para impedir el nacimiento».
El aborto en estos momentos ocupa sólo un lugar más en la serie de propuestas, todas las cuales apuntan a evitar el nacimiento. El propósito final del esfuerzo realizado para implantar la planificación familiar -que tiene que ser lograda a costa de cualquier medio necesario- es separar el acto de la unión sexual de la perspectiva de producir niños.
Relaciones alteradas
Una vez que como sociedad eliminamos del concepto popular del acto sexual la disposición a engendrar un niño, alteramos consiguientemente la noción del papel que el sexo juega dentro del matrimonio. Esa alteración condujo naturalmente a otra, y ese trabajo fue llevado a cabo en los años '60 por los hijos de los primeros matrimonios 'alterados': eliminar la idea de que la actividad sexual tenga que estar limitada únicamente al matrimonio. Y más tarde, una vez deshechos de la idea de que la actividad sexual implique reproducción y que esta actividad sea una prerrogativa exclusiva del matrimonio, nuestra sociedad percibió la necesidad de eliminar un obstáculo más.
De esta manera se tomaron medidas para que se hiciera legal la supresión de un niño que podría haber sido inconvenientemente concebido, dentro o fuera del matrimonio. Ésta fue la labor realizada en los años '70. Finalmente, una vez desligada la disposición a la reproducción y la necesidad de un compromiso matrimonial del concepto popular de sexualidad, nuestra sociedad comenzó a observar los actos homosexuales simplemente como una variante más dentro de la nueva versión de la sexualidad.
Nótese, a propósito, que todos los desórdenes psicológicos y sociales arriba descriptos -hogares destrozados, abusos de niños, y otros más- están presentes dentro de la 'cultura heterosexual'. A pesar de ser verdad que la subcultura ' gay ' nos muestra un mayor nivel de disfunción con respecto al mismo orden de cosas, la cultura de la inversión sexual no está limitada únicamente a la homosexualidad. También entre los heterosexuales la transformación de la actividad sexual en un proceso de ensimismamiento -sostenido por la falta de compromiso hacia los hijos o esposo- ha producido desastrosos resultados sociales y psicológicos.
En una sociedad tradicional los adultos son los que llevan las cargas sociales y aceptan los golpes de la vida. Por eso protegen a sus hijos, para que puedan crecer en un ambiente seguro y libre de perturbaciones. Hoy los hijos de nuestra nación son quienes llevan la carga -muy frecuentemente, viviendo en la inseguridad de un hogar destrozado- mientras los padres buscan sus propios destinos. En realidad, las cargas psicológicas que experimenta la nueva generación pueden precisamente remontarse a la mala voluntad de sus padres y/o a la incapacidad de establecer un compromiso matrimonial para siempre, lo cual constituía anteriormente una precondición para que la sexualidad se realizara dentro de los parámetros moralmente permitidos.
Los niños -la nueva generación, la próxima iteración de la nación- son la principal razón de la familia. Pero si en la manera de pensar de una pareja adulta no se consideran los niños, la situación cambia irremediablemente. «La gente no vive junta sólo para estar juntos. Viven juntos para hacer algo juntos», escribió Ortega y Gasset. «Ningún grupo social sobrevivirá mucho tiempo a su principal razón de ser», continuó el mismo autor. América del Norte y Europa Occidental, con sus índices de crecimiento de la población negativos, pronto se verán forzados a llegar a un acuerdo con las observaciones de Ortega y Gasset y de Roosevelt. ¿Puede una cultura que no se reproduce y que no protege a sus hijos sobrevivir?
Definiendo la desviación
Una de las funciones públicas de la religión es asegurar la adhesión de la sociedad a la ley moral natural. Cuando la institución de la religión se derrumba como consecuencia de no acertar en una cuestión moral, no se puede esperar que las otras instituciones (familia, educación, gobierno y el mercado) no se desmoronen también. Cuando las instituciones religiosas 'definan la desviación' (parafraseando a Daniel Patrick Moynihan), es muy probable que las demás instituciones adopten esta definición. Así es como sucedió anteriormente con el tema de la anticoncepción.
El movimiento de planificación familiar, vehículo a través del cual la anticoncepción va ganando posiciones, tiene sus raíces fuera del Cristianismo, principalmente en aquellos grupos que son radicalmente hostiles al Cristianismo. El ataque a los tradicionales principios morales sostenidos por la tradición Judeo-Cristiana se encontraba ya bastante avanzado al comienzo de este siglo. Al mismo tiempo, el movimiento del control de la natalidad ha reconocido la necesidad de lograr una cierta aprobación por parte de las religiones -incluso ya han alcanzado un objetivo principal como compensación a la presión que ejercen. En 1919 el teólogo anglicano C. K. Millard escribió en El Clérigo Moderno:
«Aunque muchos maltusianos son racionalistas, son bien conscientes que sin la aprobación religiosa su política nunca podría emerger del oscuro bajo mundo de las cosas que poco se mencionan y se respetan y que nunca podría ser defendida abiertamente a la luz del día. Con este propósito el control de la natalidad está camuflado por la fraseología pseudo poética y pseudo religiosa y se le pide a la Iglesia Anglicana que cambie su enseñanza. Los que promulgan el control de la natalidad se dan cuenta que realizar esta petición a la Iglesia Católica sería inútil. No así con la Iglesia de Inglaterra, que no reclama la infalibilidad; para con ellos el caso es diferente y es posible la discusión del tema».
Si se pudiera señalar una fecha como histórica en el rompimiento del consenso cristiano acerca de los principios tradicionales en la ley natural de la moralidad sexual -si alguien desearía resaltar la primer caída oficial de Occidente por la pendiente resbaladiza-, ese día infeliz sería el 15 de Agosto de 1930. Fue cuando la Conferencia de Lambeth de la Iglesia de Inglaterra, por una votación de 193 contra 67, aprobó una resolución que decía en parte:
«Cuando hay un claro sentimiento de la obligación moral de limitar o evitar la paternidad, el método debe ser decidido en base a los principios cristianos. El método principal y obvio es la completa abstinencia del acto sexual (hasta donde pueda ser necesario) en una vida llevada como discípulo y vivida en control de sí mismo bajo la acción del poder del Espíritu Santo. Sin embargo, en aquellos casos donde existe tal claro sentimiento de la obligación moral de limitar o evitar la paternidad, y donde hay un sano juicio moral de evitar la completa abstinencia, la Conferencia acepta el uso de otros métodos, siempre y cuando esto sea realizado bajo la luz de los mismos principios cristianos. La Conferencia hace constar su fuerte condena al uso de cualquier método de control de la concepción con motivos de egoísmo, lujuria o mera conveniencia (se ha agregado énfasis)».
A través de ese voto, la unidad moral tradicional de la Cristiandad con respecto a este tema, fue destruida.
En los años precedentes a las Conferencias de Lambeth de 1908, 1914 y 1920, los líderes de la Iglesia Anglicana fueron presionados a que cambien la enseñanza moral tradicional. No obstante han respondido a esa presión reiterando su posición tradicional:
«Expresamos la enérgica advertencia en contra del uso de medios antinaturales para evitar la concepción, junto con los graves peligros -físicos, morales y religiosos- en los que se incurre, y en contra de los males con que la extensión de tal uso amenaza a la raza. En oposición a la enseñanza que en el nombre de la ciencia y de la religión incita a las parejas casadas a adoptar la deliberada cultura de la unión sexual como un fin en sí misma, nosotros firmemente sostenemos lo que siempre debe ser tenido como la consideración rectora del matrimonio cristiano. Uno es el propósito esencial por el cual el matrimonio existe -principalmente, la perpetuación de la raza a través del regalo y herencia de los hijos; el otro es la suma importancia que tiene el control de sí mismo, deliberado y considerado, en la vida de matrimonio».
Similares debates ocurrieron en muchas otras denominaciones religiosas. Los judíos ortodoxos se mantuvieron firmes a la norma moral tradicional, en contraposición a los judíos reformistas quienes rompieron los lazos con el antiguo consenso. La Conferencia Central de Rabinos Americanos, por su parte, tomó su posición a favor de la anticoncepción en el año 1929.
El Consejo Federal de Iglesias de los Estados Unidos (que hoy se conoce como el Consejo Nacional de Iglesias) ha estado esperando, por lo visto, que otro grupo lidere el proceso de 'modernización' de la posición cristiana con respecto al control de la natalidad. En marzo de 1931, ese grupo siguió los pasos de la Conferencia de Lambeth y avaló «el uso cuidadoso y limitado de anticonceptivos por parte de gente casada», mientras que al mismo tiempo admitía que «serios males, tales como relaciones sexuales extramatrimoniales, podrían incrementarse al existir un conocimiento generalizado de los anticonceptivos».
Sin embargo, las declaraciones realizadas por los líderes de otras iglesias cristianas ante las repercusiones de la afirmación de Lambeth, incluyendo al periodismo secular, ilustran vivamente los diferentes puntos de vista con respecto al acto sexual que las iglesias tenían en aquellos días. Rápidamente y pisándole los talones a las declaraciones vertidas por la Iglesia Anglicana y el Consejo Federal de Iglesias, siguieron estas declaraciones radicalmente diferentes:
El Dr.Walter Maier del Seminario Teológico Luterano de Concordia:
«El control de la natalidad, como es entendido popularmente hoy y que implica el uso de los anticonceptivos, es una de las aberraciones modernas más repugnantes, representando una renovación del siglo XX de la ruina pagana»
El Obispo Warren Chandler de la Iglesia Episcopal Metodista del Sur:
«Todo este repugnante movimiento (el del control de la natalidad) se apoya en el supuesto de la igualdad del hombre con la bestia... Su declaración (la del Consejo Federal de Iglesias) sobre el tema del control de la natalidad no tiene la autorización de ninguna de las iglesias que lo representan, y lo que ha dicho, yo lo considero como muy desafortunado, para no usar palabras más fuertes. Ciertamente no representa a la Iglesia Metodista y dudo que represente a alguna otra Iglesia Protestante en lo que ha dicho con respecto a este tema».
El Presbiteriano (2 de Abril de 1931):
«Su reciente pronunciamiento (el del Consejo Federal de Iglesias) sobre el control de la natalidad debería ser suficiente razón, si no hubiera otra, para retirar el apoyo a ese cuerpo, el cual declara que habla por la Iglesia Presbiteriana y otras iglesias Protestantes con pronunciamientos ex cathedra ».
La Convención Bautista del Sur:
«La Convención Bautista del Sur por la presente expresa su desaprobación del... proyecto de ley, que se encuentra pendiente en el Congreso de los Estados Unidos, cuyo propósito es hacer posible y proporcionar la difusión de información concerniente a anticonceptivos y control de la natalidad; cualquiera sea la intención y el motivo de tal propuesta no podemos sino creer que tal legislación es perniciosa en su carácter y constituiría un serio perjuicio para la moral de nuestra nación».
Las nuevas enseñanzas que emanan de tales organismos eclesiásticos llegaron hasta escandalizar a los periodistas seculares. El periódico Washington Post reaccionó ante la declaración del Consejo Federal de Iglesias con una acalorada editorial en la cual sostiene lo siguiente:
«Llevado por la lógica de su conclusión, el reporte de la comisión, si se hace efectivo, daría el golpe de gracia al matrimonio como institución santa al establecer prácticas degradantes que fomentan la inmoralidad indiscriminada. La sugerencia que el uso de anticonceptivos legalizados sea 'cuidadoso y limitado' es ridícula».
Dos días más tarde, reacio a dejar morir al asunto, el Post añadió una ayuda más, con desprecio, a través de su editorial:
«Es una desgracia que los visionarios usen con demasiada frecuencia a las iglesias para promover 'reformas' en campos ajenos a la religión. El apartarse de las enseñanzas cristianas constituye un hecho asombroso que en muchos casos, deja al espectador pasmado ante la falta de buena voluntad de algunas iglesias de enseñar a 'Cristo y a Cristo Crucificado'. Si éstas se convierten en organizaciones con propósito de difundir propaganda política y científica, creemos que al menos deberían ser honestas y rechazar la Biblia, mofarse de Cristo por ser maestro obsoleto y poco científico, calificarse con atrevimiento como campeones de la política y la ciencia y ser los substitutos modernos de la religión de antaño».
Para sorpresa de nadie, la Iglesia Católica permanece firme en su condena a la anticoncepción. Muchas semanas después de la revolucionaria declaración de la Conferencia de Lambeth, el Papa Pío XI explicó en Casti Connubi :
«Con el propósito de proteger la castidad de la unión nupcial de la profanación de esta sucia mancha, la Iglesia Católica eleva su voz como prueba de su divina embajada y a través de nuestra boca proclama de nuevo: cualquier uso del matrimonio ejercido de tal manera que el acto sea deliberadamente frustrado en su poder natural de generar vida es una ofensa en contra de la ley de Dios y de la naturaleza, y aquellos que consienten quedan marcados con la culpa de un pecado grave».
Mientras la posición doctrinal de la Iglesia Católica permanece clara, y ha sido frecuentemente reiterada desde Roma, la respuesta de muchos católicos en los Estados Unidos ha sido el mutismo, en el mejor de los casos; la práctica actual de las parejas católicas es similar a la de muchos otros norteamericanos. El estudio más detallado sobre el uso del control de la natalidad de los norteamericanos fue realizado por el Informe Nacional del Crecimiento de la Familia, en 1998, que reunió también información sobre la filiación religiosa de los encuestados. En 1988 el 72 por ciento de todas las mujeres católicas, casadas, en edad de concebir hijos usaron anticonceptivos artificiales. De éstas, el 55 por ciento dijeron que recurrieron a la píldora anticonceptiva, el 22 por ciento a la ligadura de trompas, el 12 por ciento a la vasectomía y el 11 por ciento a otros métodos.
Consecuencias de la anticoncepción
Esta nueva postura hacia la anticoncepción ciertamente implica un cambio en el concepto que el hombre tiene de su relación con Dios, con el sexo opuesto y consigo mismo.
Hasta donde la razón pueda llegar, el acto creativo más grande que Dios haya realizado es la creación del hombre. En el acto sexual el Creador hace del hombre su 'co-creador', ya que el hombre y Dios juntos intervienen al traer a otro ser humano a la existencia para que viva para toda la eternidad. En la tradición ortodoxa judía se describe al acto sexual como comparable a entrar en el Santo de los Santos en el Templo -encontrando a Dios donde Él está presente muy especialmente.
Hay contradicción interna en una persona casada que determinadamente practica la anticoncepción y que le rinde culto a Dios todos los domingos. En efecto, dice lo siguiente: «Yo te doy culto como mi creador pero me opongo a unirme a Ti como co-creador al ejercitar conjuntamente nuestros actos más grandes... al traer a la vida a esa próxima criatura humana que Tú quieres dotar de existencia para toda la eternidad». La contradicción es profunda, como lo son también las consecuencias.
La práctica de la anticoncepción hace que el hombre se desligue de sus amarres ontológico y psicológico. El acto sexual, siempre que esté abierto a la vida, tiene el efecto de mantener al hombre, al menos mínimamente, dirigido hacia 'el otro'. Sin ese mínimo compromiso, el hombre tiende a transformar al acto en un ensimismamiento total. De esta manera, el acto que produce el mayor de los placeres y que se centra 'en el otro' se transforma en un acto egoísta. El nuevo orden de los planteamientos psicológicos, las posturas y las disposiciones, rápidamente produce un cambio en la relación con el esposo, con los miembros del sexo opuesto y con los hijos. Los resultados -tan claros en las estadísticas- incluyen el divorcio, los nacimientos fuera del matrimonio, los abortos y los niños que sufren abuso y abandono.
La política del debate
El futuro de la sociedad depende del surgimiento de nuevos adultos, jóvenes y competentes. Este surgimiento depende a su vez de los esfuerzos que realicen los padres en amar a sus hijos. Estos padres, que aman mucho a sus hijos, tienen corazones generosos por la disposición de darse a sí mismos. La anticoncepción invierte las tendencias naturales de los padres y endurece sus corazones. Esta inversión psicológica tiene inevitables efectos sobre los hijos quienes posiblemente desarrollen la misma postura tergiversada de la sexualidad y transmitan las mismas actitudes a la próxima generación.
El presente debate público sobre la homosexualidad es solamente el último estadio de un viejo conflicto, el cual opone la perspectiva gnóstica del hombre en contra de la perspectiva de la ley natural, en la que el significado de la vida humana y el accionar humano están centrados en el Creador. En el corazón de este viejo conflicto -uno de los más antiguos y de mayor alcance que la humanidad haya conocido-, se encuentra la lucha por manipular a la sociedad a que cambie su concepción sobre el significado y propósito del acto sexual.
Al mismo tiempo, esta profunda disputa puede ser expresada en términos bastante simples. Si las personas heterosexuales no pueden asumir las responsabilidades que la heterosexualidad implica, ¿cómo pueden pedir a la persona con inclinaciones homosexuales que asuma la carga de su lucha por la castidad? Si los heterosexuales, con su decisión de evitar la nueva vida, distorsionan la relación entre el hombre y la mujer en su más íntimo nivel, ¿cómo pueden pedirle razonablemente a aquellos cuya orientación es diferente que resistan su tentación particular de distorsionar sus propias vidas?
En realidad, la corriente principal de 'los heterosexuales norteamericanos' corre el peligro de llegar a equipararse, en sus posturas y en sus orientaciones, a los síntomas que yacen en el mismo corazón del desorden afectivo homosexual: la inversión hacia uno mismo. Los Estados Unidos han creado una cultura del rechazo que es incapaz de proveer el antídoto a la cultura homosexual. Los heterosexuales no pueden afirmar la humanidad sexuada del marido y la mujer cuando por otro lado niegan su fruto. La comunidad heterosexual cuyo sentimiento para con los hijos es de rechazo y temor, no puede afirmar al homosexual cuando éste expresa su complejo grito de aceptación y amor. Los heterosexuales que insisten en tener un desarrollo sexual que los satisfaga, inevitablemente deben aceptar la misma conducta por parte de los homosexuales.
El masivo desorden social y psicológico que vemos alrededor nuestro no es exclusividad propia de la 'comunidad gay '. Nuestros problemas presentes -incluyendo el mismo movimiento de los 'derechos gay '- surgieron como resultado de los desórdenes que prevalecieron primeramente entre los heterosexuales. Si queremos remover la paja de los ojos de nuestros hermanos ' gay ' deberíamos primero remover la viga del nuestro. Si nos proponemos establecer una actitud de amor y afecto, lo cual es esencial en la ayuda que queremos brindar a los miembros de la 'cultura gay ' para que puedan vencer el obstáculo de su inversión, entonces nosotros, los norteamericanos, debemos primeramente recobrar nuestro entendimiento de la relación entre el amor, la sexualidad y el permanente compromiso hacia el esposo y los hijos. Debemos reconocer los hijos que cada uno de nosotros ha sido llamado a 'co-crear' y a amar, y debemos mostrar nuestro amor tanto a aquellos niños que están en el mundo como a aquellos que aún están por venir. De otra manera, si las dos inversiones -la heterosexual y la homosexual- terminan por llegar a un acuerdo, el futuro en realidad es desolador-especialmente para los niños y para la sociedad que estos niños puedan ser capaces de construir.
Nótese, a propósito, que todos los desórdenes psicológicos y sociales arriba descriptos -hogares destrozados, abusos de niños, y otros más- están presentes dentro de la 'cultura heterosexual'. A pesar de ser verdad que la subcultura ' gay ' nos muestra un mayor nivel de disfunción con respecto al mismo orden de cosas, la cultura de la inversión sexual no está limitada únicamente a la homosexualidad. También entre los heterosexuales la transformación de la actividad sexual en un proceso de ensimismamiento -sostenido por la falta de compromiso hacia los hijos o esposo- ha producido desastrosos resultados sociales y psicológicos.
En una sociedad tradicional los adultos son los que llevan las cargas sociales y aceptan los golpes de la vida. Por eso protegen a sus hijos, para que puedan crecer en un ambiente seguro y libre de perturbaciones. Hoy los hijos de nuestra nación son quienes llevan la carga -muy frecuentemente, viviendo en la inseguridad de un hogar destrozado- mientras los padres buscan sus propios destinos. En realidad, las cargas psicológicas que experimenta la nueva generación pueden precisamente remontarse a la mala voluntad de sus padres y/o a la incapacidad de establecer un compromiso matrimonial para siempre, lo cual constituía anteriormente una precondición para que la sexualidad se realizara dentro de los parámetros moralmente permitidos.
Los niños -la nueva generación, la próxima iteración de la nación- son la principal razón de la familia. Pero si en la manera de pensar de una pareja adulta no se consideran los niños, la situación cambia irremediablemente. «La gente no vive junta sólo para estar juntos. Viven juntos para hacer algo juntos», escribió Ortega y Gasset. «Ningún grupo social sobrevivirá mucho tiempo a su principal razón de ser», continuó el mismo autor. América del Norte y Europa Occidental, con sus índices de crecimiento de la población negativos, pronto se verán forzados a llegar a un acuerdo con las observaciones de Ortega y Gasset y de Roosevelt. ¿Puede una cultura que no se reproduce y que no protege a sus hijos sobrevivir?
Definiendo la desviación
Una de las funciones públicas de la religión es asegurar la adhesión de la sociedad a la ley moral natural. Cuando la institución de la religión se derrumba como consecuencia de no acertar en una cuestión moral, no se puede esperar que las otras instituciones (familia, educación, gobierno y el mercado) no se desmoronen también. Cuando las instituciones religiosas 'definan la desviación' (parafraseando a Daniel Patrick Moynihan), es muy probable que las demás instituciones adopten esta definición. Así es como sucedió anteriormente con el tema de la anticoncepción.
El movimiento de planificación familiar, vehículo a través del cual la anticoncepción va ganando posiciones, tiene sus raíces fuera del Cristianismo, principalmente en aquellos grupos que son radicalmente hostiles al Cristianismo. El ataque a los tradicionales principios morales sostenidos por la tradición Judeo-Cristiana se encontraba ya bastante avanzado al comienzo de este siglo. Al mismo tiempo, el movimiento del control de la natalidad ha reconocido la necesidad de lograr una cierta aprobación por parte de las religiones -incluso ya han alcanzado un objetivo principal como compensación a la presión que ejercen. En 1919 el teólogo anglicano C. K. Millard escribió en El Clérigo Moderno:
«Aunque muchos maltusianos son racionalistas, son bien conscientes que sin la aprobación religiosa su política nunca podría emerger del oscuro bajo mundo de las cosas que poco se mencionan y se respetan y que nunca podría ser defendida abiertamente a la luz del día. Con este propósito el control de la natalidad está camuflado por la fraseología pseudo poética y pseudo religiosa y se le pide a la Iglesia Anglicana que cambie su enseñanza. Los que promulgan el control de la natalidad se dan cuenta que realizar esta petición a la Iglesia Católica sería inútil. No así con la Iglesia de Inglaterra, que no reclama la infalibilidad; para con ellos el caso es diferente y es posible la discusión del tema».
Si se pudiera señalar una fecha como histórica en el rompimiento del consenso cristiano acerca de los principios tradicionales en la ley natural de la moralidad sexual -si alguien desearía resaltar la primer caída oficial de Occidente por la pendiente resbaladiza-, ese día infeliz sería el 15 de Agosto de 1930. Fue cuando la Conferencia de Lambeth de la Iglesia de Inglaterra, por una votación de 193 contra 67, aprobó una resolución que decía en parte:
«Cuando hay un claro sentimiento de la obligación moral de limitar o evitar la paternidad, el método debe ser decidido en base a los principios cristianos. El método principal y obvio es la completa abstinencia del acto sexual (hasta donde pueda ser necesario) en una vida llevada como discípulo y vivida en control de sí mismo bajo la acción del poder del Espíritu Santo. Sin embargo, en aquellos casos donde existe tal claro sentimiento de la obligación moral de limitar o evitar la paternidad, y donde hay un sano juicio moral de evitar la completa abstinencia, la Conferencia acepta el uso de otros métodos, siempre y cuando esto sea realizado bajo la luz de los mismos principios cristianos. La Conferencia hace constar su fuerte condena al uso de cualquier método de control de la concepción con motivos de egoísmo, lujuria o mera conveniencia (se ha agregado énfasis)».
A través de ese voto, la unidad moral tradicional de la Cristiandad con respecto a este tema, fue destruida.
En los años precedentes a las Conferencias de Lambeth de 1908, 1914 y 1920, los líderes de la Iglesia Anglicana fueron presionados a que cambien la enseñanza moral tradicional. No obstante han respondido a esa presión reiterando su posición tradicional:
«Expresamos la enérgica advertencia en contra del uso de medios antinaturales para evitar la concepción, junto con los graves peligros -físicos, morales y religiosos- en los que se incurre, y en contra de los males con que la extensión de tal uso amenaza a la raza. En oposición a la enseñanza que en el nombre de la ciencia y de la religión incita a las parejas casadas a adoptar la deliberada cultura de la unión sexual como un fin en sí misma, nosotros firmemente sostenemos lo que siempre debe ser tenido como la consideración rectora del matrimonio cristiano. Uno es el propósito esencial por el cual el matrimonio existe -principalmente, la perpetuación de la raza a través del regalo y herencia de los hijos; el otro es la suma importancia que tiene el control de sí mismo, deliberado y considerado, en la vida de matrimonio».
Similares debates ocurrieron en muchas otras denominaciones religiosas. Los judíos ortodoxos se mantuvieron firmes a la norma moral tradicional, en contraposición a los judíos reformistas quienes rompieron los lazos con el antiguo consenso. La Conferencia Central de Rabinos Americanos, por su parte, tomó su posición a favor de la anticoncepción en el año 1929.
El Consejo Federal de Iglesias de los Estados Unidos (que hoy se conoce como el Consejo Nacional de Iglesias) ha estado esperando, por lo visto, que otro grupo lidere el proceso de 'modernización' de la posición cristiana con respecto al control de la natalidad. En marzo de 1931, ese grupo siguió los pasos de la Conferencia de Lambeth y avaló «el uso cuidadoso y limitado de anticonceptivos por parte de gente casada», mientras que al mismo tiempo admitía que «serios males, tales como relaciones sexuales extramatrimoniales, podrían incrementarse al existir un conocimiento generalizado de los anticonceptivos».
Sin embargo, las declaraciones realizadas por los líderes de otras iglesias cristianas ante las repercusiones de la afirmación de Lambeth, incluyendo al periodismo secular, ilustran vivamente los diferentes puntos de vista con respecto al acto sexual que las iglesias tenían en aquellos días. Rápidamente y pisándole los talones a las declaraciones vertidas por la Iglesia Anglicana y el Consejo Federal de Iglesias, siguieron estas declaraciones radicalmente diferentes:
El Dr.Walter Maier del Seminario Teológico Luterano de Concordia:
«El control de la natalidad, como es entendido popularmente hoy y que implica el uso de los anticonceptivos, es una de las aberraciones modernas más repugnantes, representando una renovación del siglo XX de la ruina pagana»
El Obispo Warren Chandler de la Iglesia Episcopal Metodista del Sur:
«Todo este repugnante movimiento (el del control de la natalidad) se apoya en el supuesto de la igualdad del hombre con la bestia... Su declaración (la del Consejo Federal de Iglesias) sobre el tema del control de la natalidad no tiene la autorización de ninguna de las iglesias que lo representan, y lo que ha dicho, yo lo considero como muy desafortunado, para no usar palabras más fuertes. Ciertamente no representa a la Iglesia Metodista y dudo que represente a alguna otra Iglesia Protestante en lo que ha dicho con respecto a este tema».
El Presbiteriano (2 de Abril de 1931):
«Su reciente pronunciamiento (el del Consejo Federal de Iglesias) sobre el control de la natalidad debería ser suficiente razón, si no hubiera otra, para retirar el apoyo a ese cuerpo, el cual declara que habla por la Iglesia Presbiteriana y otras iglesias Protestantes con pronunciamientos ex cathedra ».
La Convención Bautista del Sur:
«La Convención Bautista del Sur por la presente expresa su desaprobación del... proyecto de ley, que se encuentra pendiente en el Congreso de los Estados Unidos, cuyo propósito es hacer posible y proporcionar la difusión de información concerniente a anticonceptivos y control de la natalidad; cualquiera sea la intención y el motivo de tal propuesta no podemos sino creer que tal legislación es perniciosa en su carácter y constituiría un serio perjuicio para la moral de nuestra nación».
Las nuevas enseñanzas que emanan de tales organismos eclesiásticos llegaron hasta escandalizar a los periodistas seculares. El periódico Washington Post reaccionó ante la declaración del Consejo Federal de Iglesias con una acalorada editorial en la cual sostiene lo siguiente:
«Llevado por la lógica de su conclusión, el reporte de la comisión, si se hace efectivo, daría el golpe de gracia al matrimonio como institución santa al establecer prácticas degradantes que fomentan la inmoralidad indiscriminada. La sugerencia que el uso de anticonceptivos legalizados sea 'cuidadoso y limitado' es ridícula».
Dos días más tarde, reacio a dejar morir al asunto, el Post añadió una ayuda más, con desprecio, a través de su editorial:
«Es una desgracia que los visionarios usen con demasiada frecuencia a las iglesias para promover 'reformas' en campos ajenos a la religión. El apartarse de las enseñanzas cristianas constituye un hecho asombroso que en muchos casos, deja al espectador pasmado ante la falta de buena voluntad de algunas iglesias de enseñar a 'Cristo y a Cristo Crucificado'. Si éstas se convierten en organizaciones con propósito de difundir propaganda política y científica, creemos que al menos deberían ser honestas y rechazar la Biblia, mofarse de Cristo por ser maestro obsoleto y poco científico, calificarse con atrevimiento como campeones de la política y la ciencia y ser los substitutos modernos de la religión de antaño».
Para sorpresa de nadie, la Iglesia Católica permanece firme en su condena a la anticoncepción. Muchas semanas después de la revolucionaria declaración de la Conferencia de Lambeth, el Papa Pío XI explicó en Casti Connubi :
«Con el propósito de proteger la castidad de la unión nupcial de la profanación de esta sucia mancha, la Iglesia Católica eleva su voz como prueba de su divina embajada y a través de nuestra boca proclama de nuevo: cualquier uso del matrimonio ejercido de tal manera que el acto sea deliberadamente frustrado en su poder natural de generar vida es una ofensa en contra de la ley de Dios y de la naturaleza, y aquellos que consienten quedan marcados con la culpa de un pecado grave».
Mientras la posición doctrinal de la Iglesia Católica permanece clara, y ha sido frecuentemente reiterada desde Roma, la respuesta de muchos católicos en los Estados Unidos ha sido el mutismo, en el mejor de los casos; la práctica actual de las parejas católicas es similar a la de muchos otros norteamericanos. El estudio más detallado sobre el uso del control de la natalidad de los norteamericanos fue realizado por el Informe Nacional del Crecimiento de la Familia, en 1998, que reunió también información sobre la filiación religiosa de los encuestados. En 1988 el 72 por ciento de todas las mujeres católicas, casadas, en edad de concebir hijos usaron anticonceptivos artificiales. De éstas, el 55 por ciento dijeron que recurrieron a la píldora anticonceptiva, el 22 por ciento a la ligadura de trompas, el 12 por ciento a la vasectomía y el 11 por ciento a otros métodos.
Consecuencias de la anticoncepción
Esta nueva postura hacia la anticoncepción ciertamente implica un cambio en el concepto que el hombre tiene de su relación con Dios, con el sexo opuesto y consigo mismo.
Hasta donde la razón pueda llegar, el acto creativo más grande que Dios haya realizado es la creación del hombre. En el acto sexual el Creador hace del hombre su 'co-creador', ya que el hombre y Dios juntos intervienen al traer a otro ser humano a la existencia para que viva para toda la eternidad. En la tradición ortodoxa judía se describe al acto sexual como comparable a entrar en el Santo de los Santos en el Templo -encontrando a Dios donde Él está presente muy especialmente.
Hay contradicción interna en una persona casada que determinadamente practica la anticoncepción y que le rinde culto a Dios todos los domingos. En efecto, dice lo siguiente: «Yo te doy culto como mi creador pero me opongo a unirme a Ti como co-creador al ejercitar conjuntamente nuestros actos más grandes... al traer a la vida a esa próxima criatura humana que Tú quieres dotar de existencia para toda la eternidad». La contradicción es profunda, como lo son también las consecuencias.
La práctica de la anticoncepción hace que el hombre se desligue de sus amarres ontológico y psicológico. El acto sexual, siempre que esté abierto a la vida, tiene el efecto de mantener al hombre, al menos mínimamente, dirigido hacia 'el otro'. Sin ese mínimo compromiso, el hombre tiende a transformar al acto en un ensimismamiento total. De esta manera, el acto que produce el mayor de los placeres y que se centra 'en el otro' se transforma en un acto egoísta. El nuevo orden de los planteamientos psicológicos, las posturas y las disposiciones, rápidamente produce un cambio en la relación con el esposo, con los miembros del sexo opuesto y con los hijos. Los resultados -tan claros en las estadísticas- incluyen el divorcio, los nacimientos fuera del matrimonio, los abortos y los niños que sufren abuso y abandono.
La política del debate
El futuro de la sociedad depende del surgimiento de nuevos adultos, jóvenes y competentes. Este surgimiento depende a su vez de los esfuerzos que realicen los padres en amar a sus hijos. Estos padres, que aman mucho a sus hijos, tienen corazones generosos por la disposición de darse a sí mismos. La anticoncepción invierte las tendencias naturales de los padres y endurece sus corazones. Esta inversión psicológica tiene inevitables efectos sobre los hijos quienes posiblemente desarrollen la misma postura tergiversada de la sexualidad y transmitan las mismas actitudes a la próxima generación.
El presente debate público sobre la homosexualidad es solamente el último estadio de un viejo conflicto, el cual opone la perspectiva gnóstica del hombre en contra de la perspectiva de la ley natural, en la que el significado de la vida humana y el accionar humano están centrados en el Creador. En el corazón de este viejo conflicto -uno de los más antiguos y de mayor alcance que la humanidad haya conocido-, se encuentra la lucha por manipular a la sociedad a que cambie su concepción sobre el significado y propósito del acto sexual.
Al mismo tiempo, esta profunda disputa puede ser expresada en términos bastante simples. Si las personas heterosexuales no pueden asumir las responsabilidades que la heterosexualidad implica, ¿cómo pueden pedir a la persona con inclinaciones homosexuales que asuma la carga de su lucha por la castidad? Si los heterosexuales, con su decisión de evitar la nueva vida, distorsionan la relación entre el hombre y la mujer en su más íntimo nivel, ¿cómo pueden pedirle razonablemente a aquellos cuya orientación es diferente que resistan su tentación particular de distorsionar sus propias vidas?
En realidad, la corriente principal de 'los heterosexuales norteamericanos' corre el peligro de llegar a equipararse, en sus posturas y en sus orientaciones, a los síntomas que yacen en el mismo corazón del desorden afectivo homosexual: la inversión hacia uno mismo. Los Estados Unidos han creado una cultura del rechazo que es incapaz de proveer el antídoto a la cultura homosexual. Los heterosexuales no pueden afirmar la humanidad sexuada del marido y la mujer cuando por otro lado niegan su fruto. La comunidad heterosexual cuyo sentimiento para con los hijos es de rechazo y temor, no puede afirmar al homosexual cuando éste expresa su complejo grito de aceptación y amor. Los heterosexuales que insisten en tener un desarrollo sexual que los satisfaga, inevitablemente deben aceptar la misma conducta por parte de los homosexuales.
El masivo desorden social y psicológico que vemos alrededor nuestro no es exclusividad propia de la 'comunidad gay '. Nuestros problemas presentes -incluyendo el mismo movimiento de los 'derechos gay '- surgieron como resultado de los desórdenes que prevalecieron primeramente entre los heterosexuales. Si queremos remover la paja de los ojos de nuestros hermanos ' gay ' deberíamos primero remover la viga del nuestro. Si nos proponemos establecer una actitud de amor y afecto, lo cual es esencial en la ayuda que queremos brindar a los miembros de la 'cultura gay ' para que puedan vencer el obstáculo de su inversión, entonces nosotros, los norteamericanos, debemos primeramente recobrar nuestro entendimiento de la relación entre el amor, la sexualidad y el permanente compromiso hacia el esposo y los hijos. Debemos reconocer los hijos que cada uno de nosotros ha sido llamado a 'co-crear' y a amar, y debemos mostrar nuestro amor tanto a aquellos niños que están en el mundo como a aquellos que aún están por venir. De otra manera, si las dos inversiones -la heterosexual y la homosexual- terminan por llegar a un acuerdo, el futuro en realidad es desolador-especialmente para los niños y para la sociedad que estos niños puedan ser capaces de construir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario