Fuente: Alfa & Omega
¿Le han parecido escandalosas las propuestas recientes de Benedicto XVI sobre el sida?
Lo escandaloso son esos coros de vírgenes alarmadas. ¿Qué ha dicho Benedicto XVI? El hombre no se puede resignar a tener comportamientos sexuales con riesgo (vagabundeo sexual u homosexual), ni la sociedad fundar una prevención del sida sobre el fracaso. Él ha recordado que el hombre está dotado de razón, de libertad que le hace capaz de pensar en sus actos. La solución para el sida está en los medios de propagación. El único medio de pararlo es evitar los comportamientos de riesgo. Es simple sentido común, ¡pero no es algo que abunde hoy en día! Así que le doy las gracias al Papa por haber roto el tabú. Él no nos está hablando de una teoría que se acabe de inventar. No ha hecho más que recordar lo que pregona la Iglesia. En el Antiguo Testamento ya está escrito: «Yo te mostraré el camino de la vida y de la muerte. Elige la vida». Como Dios, la Iglesia cree en nosotros. Ella cree al hombre capaz de plantearse distintas opciones. Sus elecciones le hacen salir de una lógica fatalista que hace al hombre esclavo de sus pasiones.
¿Se hace un favor a los jóvenes reco- mendándoles el preservativo?
Desde hace quince años doy testimonio en los colegios. Los jóvenes hoy sólo piensan en una sexualidad impulsiva, instintiva. Ése es su único horizonte. Ahora bien, detrás de la pregunta: "¿Dime cómo conseguir una chica fácil?", se esconde una aspiración profunda: el deseo de amar. Decir que un joven está obligado a tener relaciones sexuales para descubrirse y aprender a amar corresponde a la lógica freudiana, que es falsa. Existe otra vía distinta a la pornografía, a la masturbación, a las relaciones inestables... Olvidar decirles esta verdad equivale a mentirles. Los que les dicen que utilicen un preservativo se lavan las manos y tranquilizan su conciencia a bajo precio. El joven se encuentra al límite de sus medios, con relaciones sin confianza. El preservativo es un engaño y una estafa.
Usted es portador del sida. ¿Cómo ha sido su historia?
En los años 80, yo vivía en la delincuencia, la droga, el sexo y la violencia política. En 1986 empezó mi conversión. Yo no podía más con toda esa violencia. Con la práctica religiosa, he descubierto una felicidad que no conocía. Decidí confesarme, ¡me lancé! Y reencontré la misericordia de Dios a través de la sonrisa benevolente del sacerdote y de su absolución. Después, en 1993, descubrí que estaba infectado de sida en fase 4.
Usted habla de política de prevención, como el Papa. ¿Se puede mantener ese discuso frente a un seropositivo?
Por supuesto, hay excepciones, pero una moral no se determina en función de un fracaso ni de un mal. La Iglesia jamás ha dicho que vayamos a infectarnos sin preservativos. Algunos impulsos son a veces tan fuertes, particularmente entre los homosexuales, que la persona no siempre es capaz, a pesar de sus esfuerzos, de resistirse. En ese caso, por supuesto, el sacerdote invita a no propagar más la muerte.
¿Cómo ha mantenido su apuesta por la castidad?
Yo no he tenido relaciones sexuales desde hace 29 años, y es para mí el único medio completamente seguro de no transmitir el virus. Yo no soy mejor que los otros enfermos. Mi conversión me ha hecho cambiar mi perspectiva sobre mí, sobre mi cuerpo y mi relación con los otros. La oración y los sacramentos me han dado las gracias necesarias para arrancar mis hábi- tos y combatir mi debilidad. He aprendido a dominarme. También he descubierto mis relaciones castas con las chicas. La abstinencia sexual es a veces difícil, pero el placer del que me privo no me falta realmente, si miro la vida serena que hoy tengo.
¿Se ha sentido condenado por la Iglesia?
Jamás me he sentido rechazado por la Iglesia; al contrario. Ella me ha abierto sus puertas, me ha acogido tal como era. Me he sentido amado. La Iglesia diferencia entre la persona y sus actos. Antes de mi conversión, yo me sentía condenado por lo que creía eran las propuestas de la Iglesia, porque yo me creía uno con mis actos. Creía que cuando la Iglesia condenaba tal acto, ella condenaba al hombre. Ahora bien, la venganza de Dios es perdonar, como dice Pagnol. Dios sólo sabe amar. Él quiere con un amor predilecto a los enfermos de sida.
Muchos acusan a la Iglesia hoy…
La Iglesia fue la primera en ocuparse de los enfermos de sida. En los años 80, en los Estados Unidos, el cardenal O’Connor abrió un servicio especial para acogerlos, aunque se ingnoraban entonces los riesgos de contagio. La Madre Teresa creó el primer centro dedicado a los enfermos de sida: El regalo de amor, en Nueva York. Existen muchos más hoy en día por todo el mundo. La Iglesia ve la bondad del hombre. El Papa cumple con su papel de padre, de pedagogo, cuando recuerda que el hombre está destinado a amar en la verdad, y no en la mentira, en el miedo y el riesgo de morir. Nos muestra un camino exigente, sin pretender complacernos ni seducirnos. El sida se propaga por la promiscuidad. El único medio de contenerlo es volver a la raíz del amor. Todos aspiramos al amor verdadero, fundado en la confianza. El verdadero infierno está, no en ser castigado por las consecuencias de nuestro pecado, sino en tener miedo de amar.
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